O-KAERI NASAI

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viernes, 28 de octubre de 2011

RAN. Capítulo XLIV "KIBÔ" 希望. La Noche de la Esperanza









Shi o mae ni
Suzushi kaze

Ante la muerte
El frescor del viento






     No podían esperar más.
     El tiempo apremiaba y debían dejar zanjado el asunto antes del amanecer. El prisionero estaba preparado para asumir su destino con todas las consecuencias y todos lo sabían, absolutamente todos. Únicamente bastaba la decisión del filo cortante de un tantô y la sentencia de una katana para poner fin al sufrimiento del soldado y concederle una salida digna y honorable. Una entrada al Kami no Michi, el Camino de los Dioses que le conduciría a la paz eterna y a la restauración del honor perdido en la guerra. Ônin se estaba cobrando ya demasiadas vidas y aun vendrían muchas más. Pero esto era por completo necesario. Jamás ningún soldado permitiría ser ejecutado sin antes cometer el último acto de valentía que le ofrecía el código del samurái: morir empuñando su arma. Si ésto no se producía durante la batalla, debía producirse cometiendo el honorable seppuku, el suicidio ritual.

    El hombre al que se le llamó Kasumi desde que vio la luz del sol hacía veintitrés años anduvo despacio en dirección al jardín que rodeaba el templo de la Eterna Soledad. Los troncos del bambú que apagaban la luz creciente de la luna y no permitían el acceso a los primeros rayos del alba, parecían ofrecer su eterna protección a las miradas extrañas. Una especie de intimidad se apoderó del recinto, dejando un espacio confortable para un acto tan solemne como es abandonar este mundo por voluntad propia.

    Gaman lo observaba con ojos cansados empuñando con fuerza a Fuyu, su katana, la cual empezaba a arder bajo su mano como la nieve arde con su frío absoluto en pleno invierno. Fuyu conocía la intención de su dueño. El arma afilada vibraba sabiendo que iba a servir al respetuoso encargo de un kaushaku:, un verdugo que separaría la cabeza del cuerpo antes de que la agonía fuera insoportable. Cortar una vida para evitar su sufrimiento y alcanzar rápidamente el camino a la gloria. La espada estaba impaciente por cumplir con su cometido y dar descanso eterno a quien lo había solicitado con humildad. La mano de Gaman conectó con la tsuba de Fuyu, el guardamanos decorado con hojas de cerezo y no con flores, pues éstas eran demasiado respetadas por su familia como para grabarlas en ninguna parte de sus sables. Se conformaban con acompañarse de las hojas del árbol tradicional del Imperio. Gaman y Fuyu se sentían unidos: un solo ser que debía cumplir la misión de abrir las puertas del cielo a un guerrero.

    La noche que terminaría dentro de pocos minutos daba paso a una nueva esperanza. No todo podía darse por perdido si cada uno de los soldados del Imperio podía conservar intacto su honor a través de una tradición respetada y aceptada por todo un pueblo. Ese honor que impulsaba a un hombre a dar su vida para reparar las injusticias cometidas, podía ser la clave de la solución del conflicto entre hermanos. Ashikaga y sus hombres reflexionaban sobre ello mientras sus miradas acompañaban al guerrero hacia su tránsito a una nueva vida. La angustia se reflejaba en todos y cada uno de los rostros de los allí presentes. El gobernador Ashikaga sentía una mezcla de repugnancia y admiración que lo llevó a inclinar la cabeza y respirar hondo. La muerte nunca resulta agradable, por muy curtido que se esté en la batalla y él no lo estaba, no hasta entonces, cuando desde hacía mucho tiempo estaba protegido en la seguridad de su palacio en Kyoto. Hacía años que no empuñaba su sable y ahora sentía un ahogo que amenazaba con sofocar su corazón. La muerte, de nuevo, volvía a su entendimiento, y siempre le pareció una señora que le cortejaría en la distancia, con sus inquietos abanicos envolviéndolo y elevándolo hasta alcanzar los rayos del sol. Pero no como la percibía ahora: una cortesana seduciendo a un simple soldado. De todas formas podía alcanzar a vislumbrar el acto de amor que suponía para el traidor abrazar a la gran dama

    La inminente luz del sol amenazaba con invadir la intimidad creada por las sombras.
   
    Taro,  el general de confianza de Ashikaga, también se dejaba llevar por oscuros pensamientos. No sentía simpatía por el Hijo de la Niebla, pero sí se hallaba confuso y no deseaba el final que estaba a punto de presenciar. El seppuku era el acto más honorable que pudiera cometer un soldado, sin embargo no deseaba presenciarlo. No, ese acto era inconcebible para él, aunque formara parte de sus tradiciones. Cerró los ojos y tomó aire, soportando la presión en sus pulmones hasta que todo terminara. Quizás, con un poco de suerte,  hubiera dejado de respirar junto con el soldado que iba a morir. Eso lo decidirían los Kami....

    Los primeros rayos del alba golpearon a Nakamura como una piedra impacta con otra lanzada desde cierta distancia, con fuerza y velocidad, desgarrando materia y desprendiendo partículas de calor. No deseaba presenciar la ceremonia que se desarrollaba ante sus ojos. ¡Diablos!, no, no lo deseaba. Aunque era partidario de esa tradición reparadora del honor, tenía el estómago revuelto y suplicaba a los dioses no hallarse en ese lugar, ni en ese momento. Deseaba sumirse en un profundo sueño en el que la realidad se transformara en un paraíso delicioso, junto a la mujer que amaba. Pero el ruído de unos pasos húmedos, sobre el suelo embarrado de los jardines del templo, le obligaron a a abrir los ojos y volver a la realidad que no deseaba vivir.

    Siempre que la luna dejaba paso al sol ardiente del amanecer, Takeshi volvía a sentir el vínculo que le unía a su padre: Tetsuya...y la voz que un día le impulsó a luchar: 

    "Musuko, el viento se está haciendo cada vez más fuerte, imparable, convirtiéndose en un ciclón que arrasará todo cuanto encuentre a su paso. Tu fuerza está en tu nombre y en tu corazón. Si hay algo que el viento no puede arrastrar es la piedra, si hay algo que no puede doblar es la espada. Haz honor a tu nombre y al de tu familia. Sé la piedra y la espada, nada ni nadie podrá vencerte, y, tomes la decisión que tomes, estaré a tu lado".

    Takeshi dobló su cuerpo sobre su montura, intentando encontrar el aire puro que le faltaba en esos instantes.
    El soldado se aferró a Kamikaze intentando con ese movimiento que su corcel le arrastrara de ese momento que no deseaba vivir.

    Kasumi se aproximó al lugar indicado, alzó los ojos al cielo y susurró una oración.
    Gaman desenfundó a Fuyu, preparado para recibir la señal.
    El camino de los dioses comenzaba a abrir sus puertas.


KIBÔ  希望 : Esperanza.
FUYU  冬 :  Invierno.
KAISHAKU (KAISHAKUNIN)   介錯人. :  Es la persona encargada de hacer de segundo durante el seppuku, su deber es la decapitación del suicida durante su agonía. Solía recurrirse a grandes maestros en el arte de la espada.

Aparte del propósito, evitar una angustia prolongada hasta la muerte, se evita tanto al muerto como a quienes lo observan el espectáculo de los retorcimientos y agonía que siguen.


Haiku:
Taneda Santôka (1882-1940). Traducción de Vicente Haya y Hiroko Tsuji.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido

domingo, 7 de agosto de 2011

RAN. Capítulo XLIII "YUIGON" 遺言. La Última Voluntad.

   

Chiri wa mina
Sakura narikeri
Tera no kure

Hoy la basura
Son flores del cerezo
Tarde en un templo









    El bambú vertía su sombra sobre el pequeño ventanuco de la celda donde Kasumi se hallaba recluído. La mano que sintió sobre su hombro era reconfortante, al igual que la sombra de la planta que parecía amenazar con aplastar el templo de La Eterna Soledad. Y precisamente esa soledad era la que en esos instantes atravesaba los huesos del Hijo de la Niebla, como cuchillos afilados desgarrando músculos y carne, cebándose en él y en su conciencia. El general Kazahaya posiblemente habría recibido ya la justicia de manos del señor Hosokawa, nunca lo sabría. A él únicamente le quedaba la posibilidad de pedir clemencia y jurar nueva lealtad al clan para tener una muerte digna. Eso lo conocería en pocos minutos.

    El sacerdote apretó la mano que descansaba sobre el hombro de Kasumi. No deseaba que sufriera más preguntándose cuál sería su destino final, aunque ya debía intuir algo a esas alturas. Gaman se colocó frente al soldado de forma que sus ojos quedaran a la altura de su mirada. Las sombras del bambú se cernían sobre las dos figuras y la noche cerrada era un símbolo para compartir confidencias y arrepentimientos.

    -Kasumi... tu Señor, Yamana, está aquí. Ha venido para reclamar tu alma.
    -Viejo diablo, lo intuía... este día debía llegar y me alegra que por fin lo haya hecho.
    -Sabes qué destino te aguarda.
    -Espero que sea el más honorable.
    Gaman extrajo de las mangas de su hábito tres folios polvorientos y amarillos. Se los ofreció a Kasumi junto a una pluma para que escribiera su yuigon... su testamento y sus últimas palabras como hombre y como samurái.

    -¿Sabes una cosa, viejo sacerdote? Prefiero la muerte mil veces a vivir como un ronin, un paria despojado de su Señor y de su honor.
    -No es malo ser un hombre ola, un vagabundo errante... muchos ronin lo son porque han perdido a su Señor, pero conservan su honor intacto.
    Kasumi alzó la mirada al cielo y suspiró con tristeza.
    -Pero yo sí he perdido mi honor y quiero recuperarlo. En mi yuigon juraré de nuevo lealtad al clan y partiré con el alma en paz. Sólo deseo pedirte una cosa.
    -Habla, hijo mío. Tu deseo será concedido.
    -Quiero que seas mi kaishaku y separes mi cabeza de mi cuerpo en el momento en que sufra la agonía más insoportable que pueda sentir un ser humano. Prométeme que estarás conmigo y que actuarás según mis deseos.
    -Lo prometo, Kasumi. Para mí será un honor complacerte y acompañarte en tu viaje hacia la morada de los dioses.

    Dichas estas palabras los dos hombres se miraron y la visión de Gaman se tornó vidriosa. No podía creer que Kasumi, el guerrero deshonrado, le pidiera ser parte de los últimos instantes de su vida. Para cualquier persona honorable constituía un grandísimo honor ser el kaishaku de un guerrero, su asistente en el seppuku, el suicidio ritual que reparaba el honor perdido y la dignidad con la que alguna vez actuó el condenado en su vida. Un ritual que le devolvía la paz y lo inmolaba en el altar dedicado a los dioses del país, reconciliándose con su familia y su clan a pesar del dolor innombrable que suponía el tránsito hacia esa nueva vida.
    Gaman suspiró profundamente aspirando el aroma de los cerezos que rodeaban el templo y apreciando la inmensidad y grandeza del bosque de bambú que cobijaba y ofrecía frescura a la par que protección al Templo de la Soledad. Cerró los ojos y se inclinó ante el hombre que tenía ante él en señal de profundo respeto y admiración.

    -¡Hai!, -dijo el sacerdote con firmeza y determinación-. Seré tu kaishaku... el mayor honor que se me ha concedido en esta vida. Esta tarde en el templo un nuevo cerezo florecerá de entre la miseria y la indignidad, para convertirse en el árbol más hermoso de la morada de los Kami. No te defraudaré, Kasumi,- el anciano suspiró-. Seré tu vínculo con el Más Allá y juro por mi propia vida que tu muerte será rápida y pronto alcanzarás la paz que tanto deseas.
    Kasumi lo miró de frente con un brillo en sus ojos que reflejaban tanto su calma como la ansiedad de alcanzar ese nuevo estatus de divinidad que solo un sacrificio personal unido al arrepentimiento más profundo podrían ayudarle a conseguir. Necesitaba el perdón como un sediento necesita agua para saciar la sed. Eso era algo que conocía desde que se llevó a la concubina para negociar con ella. Sabía que llegaría el día en que se arrepentiría. Ese conocimiento le condujo a la conclusión de que, después de todo, seguía conservando su lealtad y su alma intacta. Pero había llegado el momento de demostrarlo y estaba dispuesto a ello. Alargó su mano hasta dejarla descansar sobre el hombro de Gaman e inclinó la cabeza posando sus ojos en las manos deformadas por la edad que descansaban lánguidas en el regazo del viejo sacerdote.

    -Amigo... sé que tu mano, a pesar de la edad, no temblará en el instante final. Ahora me siento tranquilo y por ello te pido unos minutos de soledad para redactar mi yuigon, hecho lo cual, mi destino se habrá cumplido y yo estaré dispuesto para encontrarme con los dioses.
    -Sea del modo en que deseas, Kasumi. -El viejo sacerdote se sentía contento a pesar de las circunstancias.- Has cambiado mucho. La proximidad de la Señora nos cambia a todos. La Muerte hace que nuestros caminos se tornen rectos y que nuestros espíritus sigan la senda marcada por el honor y el respeto a nuestro clan y las tradiciones de un pueblo milenario. Deseo que los dioses iluminen tus últimas palabras y que te reciban en su Paraíso. El arrepentimiento que demuestras es digno de ser tenido en cuenta por los protectores de nuestras creencias. Ve en paz Kasumi, Hijo de la Niebla, y que tengas un buen viaje. Te juro por mi alma que no dejaré que sufras demasiado tiempo.

    El anciano guardián del templo de la Eterna Soledad giró en sentido a la puerta de la celda decidido a abandonarla. Su cuerpo parecía más encorvado que unos minutos antes, pues el peso de lo que debía hacer y su compromiso con Kasumi lo entristecían hasta el infinito. Ser un kaishaku, un asistente al suicidio era un honor, pero también un lastre para su cansado corazón. Cruzó las puertas de la mísera celda, se detuvo unos segundos eternos y no volvió la vista atrás.




    Al abandonar Gaman la pequeña celda, Kasumi se sumió en un profundo abatimiento. Alzó la cabeza y miró hacia el techo de la estancia queriendo atravesarlo, deseando llegar cuanto antes al cielo que se le prometía después de cometer el último y único acto honorable de su vida confusa y miserable. Ahora debía redactar su yuigón, su última voluntad y testamento.
    Tomó las amarillentas hojas que le proporcionó el sacerdote y la pluma. Descubrió que el viejo monje también le había proporcionado la tinta que le ayudaría a redactar sus últimas palabras. Se sentó en el suelo con gran esfuerzo y, apoyando el papel en sus rodillas, comenzó a escribir.

    "Japón, el día no lo recuerdo, del año 1467 en el glorioso Imperio que ve nacer el sol.
    Este es el día en que mi vida llega a su final.
    Pertenezco al clan Yamana, de mi Señor Yamana Sôzen y soy un traidor.
    Me arrepiento de haber sido hijo de la Niebla y de dejar que sus brumas confundieran mi mente, mis pensamientos y mis hechos. He cometido actos que me avergüenzan profundamente. He sido desleal a mi clan y debo entregarle mi vida, esperando que mi alma inmortal alcance el Cielo que como soldado no supe ganar.
    He aquí mi último deseo y voluntad.
    Juro de nuevo lealtad a Yamana y a su glorioso clan. El destino quiso que yo sirviera a la familia más honorable de este imperio. No sé cómo pedir perdón y no sé cómo hacer para ser de nuevo admitido en su seno salvo morir por mi propia mano. Ese es mi destino y lo cumpliré fielmente. He pedido a Gaman, sacerdote del templo Kodoku, que me acompañe en los últimos instantes de mi vida en este mundo.
    Quiero volver a ser un soldado, empuñar mi katana al servicio de mi familia.   
    Quiero sentir de nuevo el calor de los míos y dar mi vida por ellos.
    Eso es lo que voy a hacer en unos instantes.
    Deseo que mis pocas propiedades sean devueltas a mi Señor, para que les dé un destino digno y sean cuidadas y protegidas para el mayor bien de mi pueblo.
    Los dioses y mi Señor me han dado la oportunidad de rectificar y a solo a ellos debo mi respeto y mi vida, la cual ofrezco gustosamente y con alegría. Abandono este mundo con felicidad y con el respeto que siento hacia mi Señor.
    Kami... hacia vosotros dirijo mi última plegaria.
    Vosotros, dioses de mi pueblo, tened la gracia de acogerme en vuestro cielo.
    Proteged al Imperio y dejadme participar en ese empeño.
    Que el sol naciente ilumine por siempre nuestras vidas, y que la paz alcance cada corazón que existe, vive y respira.
    Que así sea por siempre y que cada alma busque el entendimiento entre hermanos.
    Velaré desde la Eternidad para que se cumpla.

                Kasumi, hijo del clan Yamana, al servicio del Imperio."

    Las sombras proyectadas por el bambú arroparon las últimas palabras de Kasumi y el cielo volvió a descargar su furia en forma de lluvia torrencial. Quien pudiera haberlo visto y sentido, diría que los dioses lloraban y reían a la vez, esperando al Hijo de la Niebla, el soldado que pudo recuperar su honor y que pronto ocuparía su lugar junto a los guerreros caídos en una guerra sin sentido.
    Eso sucedería pronto, muy pronto...


YUIGON : Última voluntad, testamento que redacta una persona que va a cometer seppuku (suicidio ritual).
KAISHAKU : Ayudante en el suicidio.

HAI : "Sí", afirmación.
KAMI : Dioses sintoístas de japón.


Haiku:
Tan Taigi (1709-1771). Traducción de Antonio Cabezas.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

miércoles, 9 de marzo de 2011

RAN. Capítulo XLII "UNMEI" 運命. El Destino de un Traidor



Hô-sange
Sunawashi shirenu
Yukue kana

Magnolia caída
Nadie sabe
Tu destino


Doblan su tallo
Los capullos marchitos
Bajo la nieve






    Los nuevos visitantes atravesaron las puertas del templo Kodoku con paso solemne, provocando un sonido peculiar a medida que sus sables golpeaban suavemente las armaduras que cubrían sus cuerpos. El sacerdote continuaba manteniendo la sonrisa con la que los había recibido: el destino del traidor iba a cumplirse en poco tiempo y ello le producía una gran satisfacción. La Justicia siempre reclamaba su parte, tarde o temprano y aquella vez no sería diferente. También el gran señor sonreía. Hacía mucho tiempo que esperaba con ansiedad este momento, el que Gaman le profetizó que muy pronto habría de llegar.

    -Ohayou gozaimasu, viejo amigo. Hoy es un gran día.
    -Efectivamente, gran señor, lo es. Os dije que este día no tardaría en llegar, tal y como vislumbré en mis sueños. El Hijo de la Niebla es vuestro, pero os rogaría que antes de entregároslo me permitiérais hablar con él y explicarle lo que el destino le tiene reservado.
    -Sea como dices, pero no podemos perder mucho tiempo. Existen nuevos clanes que se han alzado contra nosotros y debemos hacer planes para combatirlos.
    -Me llevará poco tiempo, mi señor Yamana Sôzen. Muy poco tiempo...

                                        ***

    En uno de los rincones de la amplia estancia del palacio Uesugi donde aun permanecían las mujeres, Hoshi luchaba contra la rígida tela de la ropa interior que escogió para vestirse, empeñada en hacer pasar sus caderas por un estrecho agujero de seda dos veces menor que aquéllas. Hanako la miraba de reojo y suspiró ruidosamente. Hoshi arqueó una ceja en forma de interrogación como si la retara a hacer un comentario. Al no obtener ningún resultado, decidió seguir peleando contra la tela como si fuera el enemigo a derrotar. Bara intentaba también enfundarse un kimono y estaba poniéndose muy nerviosa. Dirigió sus pasos hacia Hoshi y le arrancó la ropa de las manos, provocando que la antigua sirvienta cayera al suelo y arrastrara consigo toda la decoración que encontró al paso de su cuerpo, siguiendo los dictados de la ley de la gravedad y causando un terrible estruendo cuyos ecos hubieran podido llegar al otro extremo del país. Hoshi se levantó rápidamente intentando sostener entre sus pequeñas manos una figura de jade y plata que había quedado enredada entre las ropas y que amenazaba con causar mucho ruido si llegaba a tocar el suelo. Hanako lanzó a las dos mujeres una mirada cargada de reproches, exigiéndoles silencio y compostura. Estaba más que segura de que corrían un serio peligro si continuaban con la actitud despreocupada con la que hasta ahora se habían comportado en el palacio, y la Flor de Oriente apreciaba mucho su cabeza como para arriesgarse a perderla en un lugar como aquél.

    -Amigas, por vuestros antepasados que estarán sin duda revolviéndose en sus tumbas... ¿queréis dejar de hacer el idiota de una vez? Estáis formando un gran alboroto y no me extrañaría que quisieran perdernos de vista muy pronto si seguimos desafiando las normas de Tsubame y no estamos listas para la presentación.
    -Ay, -suspiró Hoshi exageradamente comenzando a dar vueltas por la estancia sujetando el obi de un kimono como si danzara con él- si mi general contemplara lo hermosa que estoy con estas ropas tan lujosas os aseguro que perdería del todo su cabeza por mí.
    -Tu querido general lo que haría seguramente es darte unos buenos azotes en tu hermoso trasero cubierto de seda, y si continúas así lo más probable es que seas tú quien pierda la cabeza por obra de alguna espada ansiosa de hacerte callar la boca. -Hanako respiró hondo antes de proseguir con su regañina- Mira Hoshi, vamos a terminar de vestirnos y comparezcamos ante Uesugi. Lo importante es saber qué planes tiene con respecto a nosotras y mientras tanto, debemos observar y memorizar todos los detalles sobre el palacio. Hemos de encontrar la forma de escapar y avisar a nuestros soldados, pues algo me hace intuir que este clan piensa iniciar una ofensiva contra el señor Yamana muy pronto.
    -¿Cómo estás tan segura? -intervino Bara, quien las miraba asomando la cabeza tras un enorme byôbu de dos paneles en el que se hallaban representadas enormes magnolias lacadas que reflejaban la luz de un sol imaginario-. Hanako, cuéntanos cuáles son tus sospechas.
    -Es algo inexplicable, Bara. Es una desagradable opresión que siento en el pecho y en el estómago, como una premonición de que algo grave sucederá que nos complicará la existencia a todos.
    -Eso es que te sentó mal la comida que nos dieron antes, querida, -replicó Hoshi mientras intentaba desenredar sus ropas del nudo que ella misma había formado- no olvides que el pescado no suele sentarte bien.
    -Ah, mi Hoshi, hermana... a veces yo misma te daría esos azotes que mereces, pero entonces dejaría de ser una delicada flor sin más para convertirme en una rosa con espinas. Como Bara.
   
    Las tres mujeres se miraron fijamente y estallaron en sonoras carcajadas sin importarles ya el ruido que pudieran hacer, deseando en el fondo de sus corazones aliviar con aquellas risas la tensión y el nerviosismo en los que habían estado viviendo los últimos días. Los soldados que se encontraban al otro lado de las puertas y que custodiaban la estancia donde se hallaban recluidas las mujeres, no pudieron evitar reir también ante el alboroto desarrollado por aquellas hermosas pero ingenuas prisioneras.

                                        ***

    Algo no iba bien, nada bien. Para Kasumi, El Hijo de la Niebla, las cosas empezaban a torcerse y a tomar un rumbo desconocido que no presagiaba nada bueno. Llevaba muchas horas esperando, demasiadas para suponer que Ashikaga y sus soldados aún permanecían en el templo. Tenían prisa por rescatar a sus mujeres y debían haber partido hacia teritorio Uesugi. Pero lo extraño era que lo hubiesen abandonado en el templo Kudoku en compañía de un viejo y loco sacerdote y de unos pocos monjes novicios así, sin más. Si lo que pretendían era encerrarlo en ese antro de por vida, no iban a lograrlo, encontraría la forma de escapar. Pero no, no se trataba de eso, seguro. Algo estaba ocurriendo, lo intuía y comenzó a sentirse mareado al comprender instintivamente que aquello era el final, su final, y que muy pronto su destino le sería dado a conocer y que no habría forma alguna de evitar que se cumpliera.
    Ensimismado en sus angustiosos pensamientos no advirtió que alguien había entrado en la pequeña celda y que ahora se hallaba a pocos pasos de distancia. Cuando advirtió la presencia de otra persona junto a él, supo al instante que se trataba de Gaman, ese viejo y loco sacerdote que sería su guía espiritual en las próximas horas, las últimas de su vida.


UNMEI  運命 : Destino. 
"OHAYOU GOZAIMASU"  おはよう  ございます : "Buenos días".
OBI : Faja ancha para sujetar el kimono.
BYÔBU  屏風 :  Biombo ( Byō “protección”+ bu“viento”). El término significa, en sentido figurado, la "pantallas de protección contra el viento" que se refiere a que el propósito original del biombo evitaba que el viento soplara dentro de las habitaciones.

Haikus:
Kawabata Bôsha (1900-1941). Traducción Ricardo de la Fuente, Yutaka Kawamoto.
"Doblan su tallo". Mercedes Pérez -Kotori-. El reflejo de Uzume.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

domingo, 20 de febrero de 2011

RAN. Capítulo XLI "TSUBAME" 燕. El Nido de la Golondrina


Mizu ni tsurete
Nagaruru yô na
Tsubame kana

Siguiendo el agua
Se va, fluyendo acaso,
La golondrina


    Tan pronto despuntó el alba los hombres emprendieron el camino y abandonaron el templo dejando al traidor Kasumi al cuidado del viejo sacerdote. Takeshi no era partidario de cargar con esa responsabilidad a Gaman, pero Taro lo convenció después de asegurarle enigmáticamente que "todo estaría bien y que el destino del Hijo de la Niebla se había cumplido". No quiso preguntar ni saber a qué se refería el general, pero comprendió de alguna forma que no volvería a ver a aquel soldado jamás. Miró hacia atrás y vislumbró los cerezos que pronto florecerían y que parecían dormir junto a los muros del templo. Lo que sucediera tras esas paredes de piedra a partir de ese instante, ya nada tendría que ver con ellos. Suspiró profundamente y desvió la mirada hacia el cielo gris y lluvioso susurrando una oración a los dioses. Lo único que deseaba era que por fin se hiciera justicia.

    Minutos después de que el último jinete se perdiera de vista, Gaman abrió de nuevo las puertas del templo. Esperaba a sus nuevos visitantes, pues ya hacía días que envió un mensajero para dar cuenta sobre el suceso que aún no se había producido pero que el sacerdote previó en sus sueños sobre el futuro. Las puertas giraron sobre sus goznes provocando un sonido parecido a un lamento. Los primeros rayos del sol iluminaron el rostro de Gaman, quien sonreía abiertamente a los hombres que acababan de abandonar a sus monturas, permitiéndolas pastar libremente. El sacerdote se hizo a un lado para franquearles la entrada y se inclinó en un ángulo casi imposible para su viejo cuerpo.

    -Bienvenido seáis, mi Señor. Os estaba esperando...

                                        ***

    En el palacio Uesugi las mujeres mataban el tiempo relatando viejas historias oídas de boca de sus madres, de sus abuelas, como si aquellos pequeños cuentos que todas conocían tan bien las ayudaran a regresar a la seguridad del hogar aunque fuera solo a través de la imaginación. A veces se animaban a ponerse en pie y bailaban al compás de la música que escapaba de una de las estancias adyacentes a aquella donde ahora se encontraban, aisladas de todo cuanto sucedía en el exterior. Hanako calculaba que debían llevar casi una semana confinadas en el palacio y aún no sabían cuáles eran las intenciones de sus captores. En el mismo instante en que estos pensamientos discurrían por su mente, las puertas de la sala se abrieron de par en par dando paso a un pequeño ejército de eunucos que portaban fardos de ropa muy lujosa, kimonos, joyas, todo tipo de flores: crisantemos, rosas, buganvillias, sakuras...; otros portaban perfumes y surippas para ser calzadas por delicados pies. Todas se maravillaron ante tanta riqueza, si bien Hanako era la que más acostumbrada había estado a aquello por su vida anterior como concubina del hombre más poderoso de Japón. Bara miraba aquella ostentación con ojos entrecerrados; era una mujer desconfiada por naturaleza y se preguntaba qué sentido tendría lo que a una ingenua mujer pudiera parecerle el regalo más halagador que le hicieran nunca. Hoshi tenía la boca abierta, tan abierta, que podría haberse tragado un tigre sin la menor molestia. La Flor le dió un codazo en el costado para que la cerrara y Hoshi soltó un gemido de consternación.
   
    Los eunucos fueron depositando los presentes encima de los cojines de seda que cubrían gran parte del suelo de la estancia, delicadamente, como si estuvieran dejando caer las nuevas semillas de una futura cosecha en los fértiles campos de arroz. La magia del momento fue interrumpida en el instante en que hizo acto de presencia una mujer entrada en años pero que aún conservaba un porte elegante y altivo y una mirada penetrante en sus pequeños ojos rasgados, finos como la línea del horizonte, una línea que indicaba que no debía traspasarse bajo ningún concepto. La mujer desprendía carisma y poder a través de su forma de caminar y del movimiento de sus manos. Hoshi volvía a tener la boca abierta y en esta ocasión podría haberse tragado un caballo. Bara la obligó a cerrarla con un firme pisotón que la hizo fruncir el ceño y lanzar un quejido. La noble señora, porque debía ser noble según razonaban las mujeres, se aproximó hacia ellas con deliberada lentitud.

    -Me llamo Uesugi Tsubame y soy la matriarca del clan Uesugi.

    Bara y Hanako se miraron preguntándose qué demonios significaba toda aquella parafernalia y ceremonia mientras Hoshi susurraba por lo bajo clamando al cielo.

    -Si si, golondrina.. con esa cara avinagrada parece un grajo, ¡caramba!
    -Shhhsssss, calla, que te van a oir... -le dijo Bara al oído, propinándole un puntapié en la espinilla que provocó que Hoshi viera a sus tocayas, las estrellas.
    -Hoshi, por los Kami, cállate la boca,-susurró Hanako-. ¿Es que quieres que nos corten la cabeza?
    -Tranquila, que esa señora no podría levantar una espada ni con la ayuda de todos los dioses del sintoísmo.
    -Te olvidas de los soldados que la acompañan...-volvió a susurrar Hanako.
    -Ah, esos,- replicó Hoshi-. Mejor me callo entonces.
    -Es lo mejor que puedes hacer en este momento.

    Tsubame carraspeó para llamar la atención de aquellas insignificantes mujeres que habían osado interrumpirla y prosiguió con su discurso.

    -Os hago entrega de estos presentes en nombre de mi hijo. Debéis vestiros con estas ropas y presentaros ante él en la Gran Sala de los Espejos. Es mi decisión y mi orden y a ella debéis someteros.
    Un nuevo susurro se percibió en la estancia.

    -Será bruja, la muy grajo, malos espíritus la...
    -Calla, Hoshi, calla, por lo que más quieras, o te parto en dos....- Hanako ya no sabía cómo detener la lengua de Hoshi, así que volvió a darle un codazo, esta vez entre las costillas.- O te callas o haré de tí comida para el amigo kitsune, mejor aliado que tú seguro que sería en estos momentos.

    La matriarca retó a las mujeres a desobedecerla a través de su mirada oscura, cortada por la línea que semejaba a un horizonte de contornos indefinidos y desconocidos. Con un movimiento de cabeza indicó a los eunucos que se retirasen y volvió a mirar a las muchachas.

    -Vestíos,- ordenó con voz poderosa y salió de la estancia como el diablo que desea volver a sus aposentos en el confortable calor del infierno.
    Hoshi volvió a susurrar.

    -¿Y ahora qué hacemos? ¿Nos vestimos?
    -Por los Kami, Hoshi, cállate ya de una vez,- susurró también Hanako.



TSUBAME 燕 : Golondrina, también paloma.
SURIPPA スリッパ : Sandalia, zapatilla.
KITSUNE  狐 : Zorro.

Haiku:
Shînomoto Saimaro (1656-1737). Traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

viernes, 28 de enero de 2011

RAN. Capítulo XL "GAMAN" 我慢. La Paciencia Perseverante




Hototogisu
Ôtakeyabu o
Moru tsukiyo

Canta el cuclillo:
Un bosque de bambú
Filtra la luna






El viejo sacerdote sonreía y juntaba sus manos como si fuera a recitar una oración. Miró profundamente a los ojos a todos los allí reunidos, uno a uno, transmitiendo una paz y serenidad que los hombres estaban muy lejos de sentir. La lluvia empezó a golpear el viejo tejado del templo, una construcción de mediados del período Muromachi, fuerte y resistente y el sonido se disolvió por los muros buscando un lugar para quedarse, como si fuera un invitado más. La niebla se aproximó a las grandes puertas oliendo al traidor, buscando la forma de protegerlo y darle su amor, intentando ser la madre que nunca fue y que descuidó a su niño permitiendo que lo absorviera la oscuridad. Los lobos aullaron en la distancia presintiendo que una gran verdad iba a ser revelada.
Gaman se acercó a los soldados y susurró unas palabras.

-Perdonad, Sensei, No os hemos oído, -contestó Ashikaga mientras los demás asentían con la cabeza.
El maestro volvió a susurrar.
-Bambú...
Takeshi intervino sorprendido, apenas disimulando una sonrisa.
-¿Podéis repetir, Maestro?
-Bambú... la paciencia, la perseverancia.
Nakamura se mostraba nervioso e irritable. Hacía días que no sabían nada de sus mujeres. Golpeó la mesa con el puño y se levantó ansioso para replicar al viejo.
-Gaman, ¡por todos los Kami! Creíamos que tú nos darías respuestas y nos hablas de... una planta. Por lo que más...
-Nakamura, siéntate, -intervino Taro-. Siéntate y deja que el Maestro se explique.
-Pero es que esto es inaudito. No necesitamos una lección de jardinería.
-¡Que te sientes he dicho!.-Taro conocía desde hacía mucho tiempo al sacerdote como para intuir que precisamente intentaba darles las respuestas que buscaban.-Continúa, Sensei. Te lo suplico.

La lluvia arreciaba en el exterior del templo con un ruido ensordecedor. El trueno decidió acompañarla enviando más sonidos aterradores mientras un calor extraño se expandía en el interior del templo. Gaman se arrodilló en el suelo junto a sus invitados y prosiguió con el relato interrumpido.

-El bambú es una gran planta, sí. No voy a daros lecciones de jardinería aunque podría hacerlo, claro que sí.-Sonrió.-La impaciencia es la que os está volviendo locos y tristes, amigos míos. Me gustaría contaros un cuento.
Los hombres se relajaron y se dispusieron a escuchar lo que el anciano quería transmitirles. Incluso Nakamura se mostró interesado después de las palabras de Taro llamándole la atención.
El sacerdote suspiró profundamente y empezó su relato.

- Los hombres trabajamos las tierras desde tiempos inmemoriales. Utilizamos las semillas para hacer crecer los cultivos y obtener una buena cosecha con la que sobrevivir al hambre, para alimentarnos a nosotros y a nuestros hijos. Podríamos sentarnos y esperar a ver cómo crece la nueva planta, ya lo creo, sí. Existen algunos cultivos que dan fruto enseguida y ello nos llena de satisfacción. ¿Pero y si no es así? No podemos sentarnos y esperar a ver crecer lo que tardará en hacerlo. Debemos tener paciencia como la planta.
    "Eso es lo que le ocurre al bambú. Desde que siembras su semilla hasta que empieza a brotar la planta transcurren siete años, con lo cual crees que has perdido el tiempo y que tu trabajo ha sido en vano. Perseverancia... la planta es tan fuerte y resistente que necesita ese tiempo para elaborar las raíces que la harán crecer y sostenerse. Y no tiene prisa en nacer, no, claro que no, pero cuando lo haga crecerá de una forma extraordinaria.
    "Después de siete años el bambú nacerá y a lo largo de seis semanas alcanzará una altura de treinta metros, suficientes para superar a cualquier otro árbol que pretenda hacerle sombra.
    "Vuestra impaciencia es vuestro fracaso. Deseáis resultados a corto plazo y no comprendéis que debéis esperar a que los acontecimientos se produzcan y desarrollen. Mirad hacia el futuro y observad: las decisiones que toméis dependerán de ello. Y no intentéis forzar los acontecimientos, pues éstos se volverán contra vosotros.
    "Preveo un conflicto muy largo. La guerra no terminará pronto. Ninguno de nosotros veremos su final. Únicamente podéis conseguir que las cosas mejoren y luchar para que la Paz llegue pronto. Vuestra lucha será sólo un grano de arena en el Tiempo. Pero lo que hagáis a partir de este momento contribuirá a hacer crecer las raíces de un entendimiento entre hermanos que pondrá fin a esta disputa.
    "Sed, pues, como el bambú, pacientes y perseverantes. No busquéis el triunfo tan pronto, aún no es posible. Buscad a vuestras mujeres y dadle sosiego a vuestro pueblo. Lo demás vendrá por sí solo, es cuestión de saber esperar..."




El anciano sacerdote suspiró y una sonrisa de satisfacción asomó a sus labios. El mensaje transmitido había calado muy hondo en la mente de los guerreros, lo supo por sus caras de asombro y sus ojos fijos en puntos distantes, sin ver nada, sólo permitiendo que las palabras pronunciadas fueran creciendo en sus corazones como las raíces del bambú. El triunfo, el final, aún tardaría cien años en llegar, pero sólo el sabio Gaman lo sabía. Aquellos hombres necesitaban ayuda porque jamás contemplarían el resultado de la guerra. Sin embargo, su intervención resultaba necesaria. El pesimismo debía ser erradicado con fuerza para que continuaran luchando por un nuevo mundo en paz.


GAMAN  我慢 : Paciencia, resistencia perseverante.
SENSEI  先生 : Maestro, profesor.

Nota de la autora: el cuento del bambú existe en realidad y no es invención mía, únicamente me he tomado la licencia de adaptarlo a la novela. Buscando documentación encontré este relato en una página de "cuentoterapia" administrada desde Chile por Pauly López. Dejo aquí el enlace: "Cuentoterapia... un cuento para el alma". Gracias, Pauly.

Haiku:
Yosa Buson (1715-1783). Traducción de José María Bermejo.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

lunes, 24 de enero de 2011

RAN. Capítulo XXXIX. "KODOKU" : 孤独. La Eterna Soledad



Nomi domo mo
Yo-naga darô zo
Sabishikaro

Pulgas, tendréis
También larga la noche
¡Y soledad!




La diversión crecía por momentos en el pequeño lago. Las risas se desparramaban por los rincones, entre las flores y los arbustos, haciendo vibrar las pequeñas hojas brillantes por el sol de un día caluroso que prometía serlo aún más. Las mujeres estaban siendo observadas por los soldados de Uesugi, los cuales parecían tigres dispuestos a saltar sobre sus indefensas presas. Bara sintió sobre su espalda una mirada penetrante y su instinto la advirtió de una amenaza inminente. En el mismo instante en que Hoshi lanzaba un grito de espanto, Bara interceptó el brazo del soldado que pretendía tomarla por el cuello, giró sobre sí misma y lo derribó a pesar de ser mucho más alto que ella. Todas se reagruparon en un intento de defensa común mientras La Rosa de Kyoto adoptaba una posición de ataque. La antigua guerrera ocupaba ahora su mente mientras recordaba las técnicas de la lucha cuerpo a cuerpo que le fueron enseñadas desde niña. Hanako se interpuso entre Hoshi y los soldados y cerró los ojos dispuesta a defender también a las mujeres. Las concubinas del shogún eran adiestradas como soldados, con el cuerpo y la espada. No tenían nada que temer y ansiaban la lucha como leonas, preparadas para defender sus vidas, su territorio y su señor. Los soldadados esbozaron una mueca de satisfacción previendo la excitación de aquel enfrentamiento, sin contar con la furia encendida en los ojos de las mujeres.
Los hombres cargaron con un grito de guerra y atacaron queriendo tomar por la fuerza lo que las mujeres les hubieran negado de haberlas preguntado. Bara detuvo el golpe dirigido a su cara y respondió con una patada en el estómago del samurái que lo hizo doblarse en dos. Hanako rechazó al hombre que intentó cogerla por la cintura, tirándose al suelo y provocando la caída de aquel gigante con una certera patada en sus partes más débiles. Se puso en pie rápidamente para iniciar una nueva estrategia de defensa cuando una potente voz hizo que todos detuvieran sus movimientos.

-Alto!, Basta ya, insensatos.- El señor Uesugi Akisada irrumpió en el lago e hizo bajar a sus hombres la mirada con el sonido de su voz. -¿Qué significa todo esto? Estas mujeres son nuestras invitadas y debéis respetarlas. me averguenzo de vosotros, insensatos. -El señor del clan los miraba con una furia incontrolada-. Váis a respetar el honor de esta familia, y el que quiera una mujer que solicite los servicios de alguna abazure.
 Los soldados se miraron los unos a los otros, avergonzados hasta el límite. Lo que menos deseaban era fallarle a su señor.
-Marcháos y dejad en paz a las mujeres, o probaréis en vuestros cuerpos la ira de Uesugi. ¡Fuera de aquí!,- bramó el guerrero.
Los soldados se apresuraron a abandonar el recinto cabizbajos y abatidos. Desobedecer las órdenes de Uesugi Akisada podía significar la muerte inmediata. Hanako miró con intensidad al señor. Toda la culpa la tenía él, por secuestrarlas, por separarlas de aquellos a quienes amaban. Akisada interpretó la mirada de la Flor de Oriente como un desafío, y sonrió. La fierecilla le gustaba mucho y pretendía domarla hasta lograr su total y completa rendición. La saludó con una inclinación de cabeza y desapareció tan rápidamente como había llegado.




La desdicha ocupaba los corazones de Takeshi y los demás. El camino se les hacía más difícil a cada paso que daban, llenos sus pensamientos de malos presagios y de preocupación por las mujeres. Aunque sabían de su capacidad para defenderse, ello no les servía para encontrar la calma que necesitaban.
Decidieron hacer un alto en el camino y descansar. Sus pasos les condujeron al Templo Kodoku, el de la Eterna Soledad, donde un viejo sacerdote, Gaman, cuidaba del sagrado recinto. Taro se aproximó al anciano que salió a recibirlos y le hizo una profunda reverencia. Gaman asintió con la cabeza e invitó al grupo a pasar hacia el interior de la estancia. Lo siguieron deseando descansar y compartir sus preocupaciones con él. Era un hombre sabio y querían respuestas que sólo un hombre como Gaman podría darles.

Gaman tomó al gobernador del brazo y lo invitó a sentarse en uno de los grandes cojines que rodeaban una larga mesa. Los demás se sentaron alrededor. El anciano se dirigió al altar para encender varitas delgadas de incienso que agradaran a los dioses. Se inclinó ante las figuras que rodeaban la parte más sagrada del templo y se volvió hacia los hombres que aguardaban expectantes.

KODOKU  孤独 : Soledad.
ABAZURE  阿婆擦れ : Perra, zorra, puta.
GAMAN  我慢 : Resistencia perseverante, paciencia.

Haiku:
Kobayashi Issa (1763-1827). Traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

miércoles, 12 de enero de 2011

RAN. Capítulo XXXVIII "DAMARU" 黙る. El Sonido del Silencio



Sando naite
Kikoezo narinu
Shika no koe

El ciervo brama
Tres veces, en la lluvia
Después, silencio

Las horas transcurrían lentas y el sol estaba a punto de asomarse en el horizonte. Los hombres no podían dar crédito a lo sucedido. Liberaron a los soldados que permanecían maniatados y Haruki, el comandante, explicó con voz atropellada lo que había sucedido. Takeshi estaba desolado...recordaba los últimos besos de Hanako, su aroma, la última vez que se entregó a él como un huracán que invadió y arrasó su corazón. Las últimas caricias las llevaba clavadas en su pensamiento, porque aún sentía el tacto de seda de su piel. Si no pudiera volver a verla moriría de pena, anclado en su perfume, sin poder despertar del sueño que representaban sus miradas tan prometedoras.
No entendía cómo un nuevo revés le arrebataba a su flor...el señor Uesugi Akisada pagaría por el atrevimiento de quitarle lo que más amaba.
Taro no dejaba de lamentarse. Su preciosa estrella no estaba, no podía ver su brillo y se encontraba perdido sin su luz. Mirase hacia donde mirase todo se hallaba a oscuras, todo...
Nakamura no levantaba la cabeza del suelo. La Rosa de Kyoto, su mujer, se había ido y no podía pensar en la posibilidad de haberla perdido por segunda vez. Ni tan siquiera recordaba si alguna vez le dijo lo mucho que la quería. Su corazón le decía que nunca lo hizo y la tristeza no solo lo hizo prisionero de la angustia, sino también del temor.
Un silencio intenso se apoderó del campamento, dejando a todos los hombres sumidos en oscuros pensamientos, analizado emociones y sentimientos, pensando deprisa una nueva estrategia para combatir a un nuevo enemigo.

Kasumi sonreía. Este nuevo revés para sus adversarios podía ser aprovechado para escapar. Pero debía hacerlo solo. El general Kazahaya se había convertido en un lastre difícil de arrastrar y debía abandonarlo a su suerte. El típico comportamiento de un cobarde, pero ya todo le daba igual; debía salvar su pellejo fuera como fuera, pues apreciaba mucho su cabeza como para permitir que la separaran de su cuerpo. Esperaría la mejor oportunidad que se presentara: los hombres se hallaban en un estado confuso y dolidos en lo más profundo de sus corazones.

A Hanako le dolía todo el cuerpo por la larga cabalgata. Uesugi las condujo a territorio del clan. Vastos campos de arroz se extendían hasta donde la vista podía alcanzar, surcados de pequeñas figuras afanándose en su labor de recolectación antes de que la oscuridad hiciera acto de presencia.
Las mujeres fueron obligadas a descabalgar y conducidas al palacio Uesugi, una estancia maravillosa que sobrecogió a las prisioneras por su grandeza y luminosidad. Las sirvientas aparecieron como si hubieran sido convocadas silenciosamente y les ofrecieron con suaves gestos que las siguieran a través de un gran pasillo adornado con infinidad de figuras que representaban a los Kami, los dioses sintoístas. Las mujeres así lo hicieron y pronto llegaron a una amplia estancia con un jardín interior hermoso, plagado de sakuras en flor y buganvilias, con un pequeño lago en uno de sus rincones donde se bañaban y jugueteaban las mujeres del clan.



Las mujeres se miraron las unas a las otras compartiendo un mismo deseo: poder relajarse en esas aguas tranquilas y asearse debidamente hasta arrancarse el polvo del camino que llevaban acumulado en sus cuerpos. Como si las sirvientas adivinaran sus pensamientos, las invitaron a desnudarse tirando de los obi de sus kimonos, arrastrándolas entre risas a participar en los juegos que se desarrollaban en el lago. Hanako recordó durante unos pocos segundos la pasión compartida con Takeshi en el lago Mizûmi, el tsunami que provocaron sus cuerpos amándose, y se ruborizó al pensar en lo atrevida que había sido; pero no pudo reprimir una sonrisa de satisfacción al pensar en el placer que se dieron el uno al otro, y el amor que se entregaron. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Hoshi y por un repentino salpicón de agua fría que la hizo dejar su ensoñación.

-Vamos, Hanako, ¡el agua está deliciosa!
-Venga, ven ya de una vez,- replicó Bara.
-Ya voy, ya voy, sois una pesadilla, amigas mías. -Hanako se sumergió en el agua y abrió sus manos para enviarles a empujones cascadas de agua que las hicieron cerrar los ojos y apartar las caras.
Las risas se contagiaron entre todas las mujeres y los juegos continuaron durante mucho tiempo.
Hanako se retiró hacia uno de los rincones del lago. No podía dejar de pensar en las horas de amor con Takeshi. Y se sintió tremendamente abatida.


DAMARU  黙る :  Quedarse en silencio, callarse.
SAKURA : Cerezo.
OBI : Cinturón del kimono.

Haiku:
Takahama Kyoshi (1874-1959). Traducción de José María Bermejo.