O-KAERI NASAI

maikos tadaima -en casa-Coches de ocasionanunciosjuegosTest de VelocidadLetras de cancionesCompra y venta de pisosOfertas de Trabajo

This is default featured slide 1 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 2 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 3 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 4 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 5 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

viernes, 20 de agosto de 2010

RAN. Capítulo XXXIII. "RAION" ライオン. La Ley del León


Hi kuremu to shite
Mata yuki no
Furisomuru

A punto de oscurecerse el día
Otra vez
Comienza a nevar

Sobre el musgo
Con el color de lo que muere
Flores de camelia



Raion Kenji preparaba las brasas, el fuego para cocinar el sustento de sus hombres. Le gustaba hacerlo él mismo, cuidar a los suyos, su familia, aquellos que lo acompañaban y luchaban junto a él desde que Ônin, la gran guerra, La Destructora, se adueñó de sus vidas, de sus trabajos, de sus sentimientos y de sus familias. Aquella mañana estaba resultando ser muy tranquila y apacible. Las nubes de tormenta hacía tiempo que se habían disipado para dar lugar a sus hermanas, las nubes de nieve que pronto dejarían escapar su blanco lamento. Kenji removía el fuego sin cesar y pensaba en aquellos tiempos que ahora se le antojaban lejanos, cuando apenas hacía unos meses que la guerra comenzó, tiempos en los que labraba la tierra al servicio de su señor Hosokawa. Él no entendía de disputas sobre una herencia familiar. Por lo que sabía, aquella barbaridad que enfrentaba a hermanos, hijos de un mismo Imperio, no era más que el fruto de la ambición de dos clanes. Por todos los dioses, era absurdo luchar por una cuestión de sucesión al trono del crisantemo. Aunque Kenji no era tonto. Sabía que aquello no era más que una excusa para que los grandes señores adquirieran más fuerza, más poder, más riquezas...mientras el pueblo se moría de hambre y desaparecía en una lucha sin sentido.
Kenji era leal a su señor Hosokawa, pero haría lo que considerara justo, no interferiría entre los dos clanes y le daba igual que ganara uno que otro. Sólo quería salvar a su pueblo del caos y la miseria.
Kenji, El León, era un hombre inteligente, aunque ni él mismo fuera consciente de ello.
-¡Raion!, ¡amigo!, se acerca un jinete, los vigías nos han transmitido su posición.-Keiko, el campesino más leal al León venía inspirando ante la falta de aire.
Kenji detuvo su alocada carrera cogiéndole de un hombro, lo cual lo hizo tropezar y casi caer al suelo.
-¡Dioses!, ¿es que quieres que muramos de un ataque al corazón, aún antes de presentar batalla?
-No, mi señor, de veras, no mi señor, yo solo...
-Cállate, por los dragones que infectan a tu pobre familia, y dime quién es el jinete.
-Los vigías no lo reconocen, Raion, la distancia y su aspecto no dan pistas para averiguar su identidad.
-¿Tan asqueroso está que resulta irreconocible? Por los Kami que esto me empieza a producir dolor de cabeza...
-Señor, conozco un remedio de mi abuela, que fue heredado por su tatarabuela, que a su vez proviene de las ramas antiguas de la familia...
-Calla, Keiko, calla, ¿o deseas saborear el tacto de la katana de mis antepasados? Mi tatarabuelo estaría encantado de presentar sus respetos a tu encantadora tatarabuela y a su receta de elixires mágicos a través de mi espada. Coge tu caballo, ve a buscar al jinete y díles a Shiu y Shigu que te acompañen.
-Ohhh, ¿me tengo que llevar a esos dos?. No soporto a esos tipos.
-Son mis mejores hombres, Keiko, y estoy perdiendo la poca paciencia que tengo.
-Bien, señor, está bien, voy por ellos...malditos sean los...
-¿Decías algo, Keiko?
-No, mi señor, no, que ya voy, que malditos sean los pies que no obedecen rápido a vuestras órdenes.
Raion miró al hombrecillo que corría y sonrió. ¿Quién sería el misterioso jinete que acudía a su campamento, arriesgándose a atravesar el bosque lleno de peligros? La guerra era imprevista, todo quedaba al azar y a las decisiones de los grandes clanes. Bien, pronto averiguaría de quién se trataba y qué intenciones ocultaba tras su inesperada visita.

Keiko se aproximó al roble más alto del grupo de cuatro que crecían unos junto a otros. Agarrándose a las ramas más bajas trepó con habilidad hasta alcanzar la copa en pocos segundos. Echó un vistazo al horizonte y soltó una maldición.
Shiu percibió que algo no andaba bien.
-¿Qué ves, Keiko?. ¿Ocurre algo malo?
Keiko volvió a maldecir y bajó deprisa de las alturas.
-No se trata de un jinete. Son dos, sobre el mismo caballo. Por eso los vigías creyeron que se trataba de un solo hombre.
-Bien, nosotros somos tres, -intervino Shigu- si se ponen "tontos" podremos reducirlos en un abrir y cerrar de ojos.
-Conmigo no cuentes. -Keiko estaba nervioso- Yo soy un hombre de paz.
-Un cobarde, eso es lo que eres. Vayamos a buscarlos de una vez.
Los campesinos desenfundaron sus espadas y se aproximaron cautelosamente al caballo que renqueaba a causa del esfuerzo de horas de caminata sosteniendo a los dos soldados y sus pesadas armaduras. Shiu hizo una señal a Shigu a fin de rodear el perímetro y lanzarse uno por cada lado del animal. Keiko se armó de valor y decidió aproximarse por detrás, para intentar cortarles la retirada si decidían huir. Shiu bajó la cabeza indicando el inicio de la acción. Los tres se abalanzaron sobre el caballo y éste relinchó de puro miedo alzándose sobre sus cuartos traseros, provocando la caída de los dos soldados al suelo.
-Por todos los dioses... -dejó escapar Kasumi quien se encontró con la afilada punta de la katana de Shiu rozándole el cuello.
-No me matéis, ay, por favor, -suplicaba Kazahaya a quien Shigu tenía contra el suelo.
Keiko sonreía satisfecho. Se acercó envalentonado a los que yacían en tierra y les escupió a la cara.
-¿Quiénes sois y qué buscáis en los dominios del León?
Kasumi intentaba alejar su cuello de la katana, recordando la pesadilla sufrida en La Estancia de las Mil Rosas.
-Soy samurái al servicio del clan Hosokawa. Raion me conoce, somos amigos. Por favor, llevádme ante él.
-Amigos, amigos...¿cómo sé yo que es eso cierto?
-Sólo llévame ante él y lo comprobarás, es así de sencillo.
Keiko accedió, qué remedio le quedaba.
-Bien, "amigos", -lo dijo en tono sarcástico-. Acompañadnos pues a la guarida del León.

Bara permanecía en la tienda de Nakamura bajo su nuevo estatus de prisionera. Estaba dolida físicamente. Aunque ahora la habían liberado de sus ataduras, le dolía todo el cuerpo. Pero sobre todo le dolía el corazón, incluso el alma. Se sentía ridícula, estúpida y sobre todo...enamorada. Sí, amaba a ese samurái que la había traicionado con sus tiernas palabras de amor, sus caricias, sus besos...¡dioses!, no podía dejar de pensar en él a pesar de todo. "Nakamura, mi vida, ¿por qué me has hecho esto?. Es tu venganza por no darme cuenta antes de este sentimiento que ahora me está matando. Es un castigo a mi desprecio hacia tí. Perdóname, mi amor, yo no sabía que podía llegar a quererte tanto". Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la aparición de Hanako en la tienda. Bara se preguntaba qué es lo que quería aquella mujer a quien retuvo también como prisionera. Seguro, burlarse de ella.
La Flor de Oriente se aproximó a La Rosa de Kyoto y se miraron a los ojos durante unos minutos, evaluándose, intentando comprender los sentimientos y pensamientos de cada una.
-¿Qué quieres, Hanako?. Supongo que has venido a ver mi humillación, qué gran satisfacción para tí.
-No, Bara, no vengo a reirme de tí. Vengo a darte argumentos para continuar luchando. Vengo a aliviar tu sufrimiento, pues yo sé lo que sientes.
-¿Ah sí?. ¿Y qué se supone qué siento según tú?. ¿Y cómo sabes que siento algo?. Si en algo me he caracterizado en esta vida es de no sentir nada, salvo el amor que yo creía tener hacia Takeshi, un espejismo al que me aferré para no perder la cordura.
-Sientes amor, Bara. Lo sientes al igual que yo -Hanako tomó las manos de La Rosa entre las suyas-. Somos mujeres. Nuestra intuición natural nos inclina a la visión de cosas invisibles para los hombres. Sé que eres capaz de amar y que quieres a ese soldado de largos y negros cabellos, tan apuesto...-Bara sonreía.
-Aciertas, Hanako, eres muy perceptiva. Pero Nakamura no me ama, mira en qué situación me ha colocado. Aunque algo muy dentro de mí, algo, me dice que existe un motivo, pues si creyera que sus caricias fueron fingidas solo para atraparme, eso significaría que amo a un monstruo sin sentimientos.
-Por eso he venido a verte. Nakamura te ama, tanto, que prefiere tenerte como prisionera bajo su protección a que estés libre y alguien te haga daño por tu relación con Kasumi.
-¿Es eso cierto?. Por todos los dioses, no me consueles con estas palabras si no son verdad.
-Es cierto, Bara, lo es.
-Pero yo debo rendir cuentas por mis tratos con el Hijo de la Niebla, debo pagar por ello.
-Bara, tú no tienes la culpa de cobijar bajo tu techo a un traidor. Tu casa era territorio neutral, allí acudían gentes de todos los bandos, de todos los clanes.
-¿Crees que el shogún será benevolente conmigo por eso?. No lo creo, Hanako.
-Lo conozco y sé que lo será. Yo hablaré en tu favor y Nakamura también lo hará. Ashikaga conoce perfectamente los sentimientos que Nakamura te profesa. Es uno de sus mejores generales y amigos. Creéme, no dejará que Nakamura sufra por tí.
-Gracias Hanako, has aliviado la tortura que sufre mi alma. ¿Por qué haces esto por mí?.
-Porque debemos parar esta guerra. Porque somos hijos de un mismo Imperio que se desmorona. Debemos reconciliarnos todos cuanto antes o seremos destruídos por un odio irracional entre hermanos. Esta guerra civil ya está costando muchas vidas, demasiadas como para que perdamos las nuestras siendo infelices. Nos debemos a nosotros mismos y a nuestra gente. Como concubina del shogún nunca permanecí ociosa y me preocupé por la llamada del pueblo, aunque Ashikaga no la escuchó hasta que fue tarde. Ahora nos matamos entre nosotros, por una cuestión de poderes entre clanes, de ambiciones y ansias de tener más terrenos, más influencia en el gobierno de Japón. Yanama y Hosokawa están condenados a entenderse tarde o temprano, pues saben que la guerra también acabará destruyéndolos a ellos. Este es un primer paso, Bara, una reconciliación entre tú y yo. Luchemos juntas por el bien de nuestro pueblo.
-Hanako, amiga...
Las mujeres se fundieron en un abrazo intenso, vibrante, pleno de una fuerza inusitada y arrolladora. Nakamura y Takeshi fueron testigos de ello. Permanecían ocultos vigilando la escena, pues ninguno de ellos deseaba que las mujeres se entrevistaran a solas. Ambos samuráis se miraron a los ojos y comprendieron que aquella era la solución: la fuerza, la inteligencia y el deseo de las mujeres contribuirían a dar solución a una guerra en la que los hombres sólo comprendían el sonido de las armas. No es que los hombres no fueran lo suficientemente inteligentes como para buscar y encontrar los argumentos necesarios para acabar la contienda. Pero las mujeres podrían aportar su punto de vista y su intuición para alcanzar un acuerdo cuanto antes. De eso estaban completamente seguros.

Raion Kenji no daba crédito a lo que sus ojos informaban a su cerebro. El maldito Kasumi estaba frente a él junto a su general de confianza. Los hombres más despreciables que había tenido el disgusto de conocer. Si Kasumi creía que El León le daría cobijo por haber servido a su señor Hosokawa, lo llevaba muy mal. Hosokawa también sentía desprecio hacia el traidor, aunque hubiera aceptado sus servicios por la causa que defendían. Pero uno no podía fiarse de ese sujeto. Le permitiría quedarse en sus dominios únicamente para conocer sus intenciones. Después El León decidiría y juzgaría...según su propia ley.

RAION  ライオン : León.

Haikus:
Kato Gyôdai (1732-1792). Traducción de Vicente Haya.
"Sobre el musgo". Mercedes Pérez Collado -Kotori-, El Reflejo de Uzume.


Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

jueves, 5 de agosto de 2010

RAN. Capítulo XXXII. "TORA" 虎. El Rugido del Tigre



Tabibito to
Waga-na yobaren
Hatshushigure

Me llamarán por el nombre
De caminante
Tempranas lluvias de invierno


El sol del invierno se asomó tímidamente apartando con sus débiles rayos las pocas nubes de tormenta que aún dominaban el cielo. Kasumi detuvo su marcha para descansar y planificar su nueva estrategia. Pronto empezarían a buscarlo si no lo estaban haciendo ya. Resolvió dirigirse sin dilación al campamento de Raion Kenji, "El León Sano", un hombretón forjado en mil batallas, líder de un grupo rebelde de campesinos ashigaru aliados al clan Hosokawa, bajo cuya influencia creía poder hallar cobijo, o al menos eso era lo que el traidor esperaba, debido a su antigua alianza con dicho clan. Únicamente esperaba que su lugarteniente, Kazahaya, hubiera podido escapar al igual que él, de los hombres de Ashikaga. Necesitaba a ese viejo cobarde, para idear un nuevo plan de ataque y para jugar nuevas partidas de Go, lo único que echaba de menos de la compañía de ese estúpido cabrón. Y pensaría cómo librarse, definitivamente, de ese incordio de soldado llamado Takeshi.

Nakamura se sentía el hombre más afortunado del mundo. Un, la suerte, estaba de su lado y tenía entre sus brazos a la mujer que amaba. Se tocó la cara, se sintió cansado y pensó en la traición que estaba a punto de cometer. Se le partía el alma únicamente al pensarlo, mirando a Bara que aún continuaba profundamente dormida. La había deseado toda su vida, aunque no fuera consciente de ese sentimiento al jugar con la niña que ahora yacía junto a él, la mujer que ahora pegaba su cuerpo al suyo, que lo había amado como jamás lo hizo nadie. Una lágrima escapó de sus ojos rasgados y pidió perdón en silencio. "Lo siento mi amor,  debo hacerlo, debo protegerte. Pero tu corazón entenderá. Sé que lo hará". Tocó su pelo, aspiró su olor a rosas y la acarició transmitiéndole todo su amor. Bara despertó y lo miró a los ojos. Sonrió, sumergiendo sus manos en el cabello del samurái, atrayéndolo hacia ella, besando sus párpados, su frente, su nariz...cuánto amaba a ese hombre y cuánto tiempo había estado tan ciega y obsesionada por Takeshi. Siempre lo había querido, siempre, su mejor amigo, su rival en los juegos de infancia. Y ahora estaba ahí, en ese momento, entre sus brazos. "Oh Kami! Que este momento no termine jamás, os lo suplico", rezó a los dioses. Nakamura la envolvió en un abrazo que le hizo perder el aliento, susurrándole al oído palabras de amor mientras buscaba su placer en el cuerpo de la Rosa de Kyoto. Bara se estremeció, y correspondiendo a su abrazo le susurró a su vez:
-Tomodachi...ai shiteru...
El tigre que habitaba en el interior del samurái rugió como una fiera herida de muerte.

Ashikaga, Takeshi y Taro se reunieron apresuradamente en la tienda del shogún. Era necesario iniciar prontamente la búsqueda de El Hijo de la Niebla, pues conociendo sus traiciones y deslealtades, era probable que estuviera buscando nuevos aliados para iniciar una nueva batalla. Debían detenerlo cuanto antes.
-Necesitamos a Nakamura, no podemos actuar sin él.-Taro estaba inquieto.
Ashikaga lo miró y palmeó su hombro.
-Tranquilo, amigo mío, Nakamura volverá pronto, en cuanto resuelva sus asuntos.
-Pero debemos empezar cuanto antes...Takeshi, debemos ir tras él.
-Lo sé, Taro, lo sé,-Takeshi inspiró hondo-pero Nakamura vendrá, esperaremos lo que haga falta.
-No esperaréis más.-La voz de Nakamura resonó en el interior de la tienda.-He vuelto y traigo una prisionera.
Los hombres salieron al exterior y el frío les hizo estremecer bajo las armaduras.
-Os presento a Bara, La Rosa de Kyoto...

Hanako reía ante el relato de Hoshi. Se alegraba tanto que su fiel estrella hubiera encontrado el amor junto a Taro. Quién lo iba a decir, desde aquellos lejanos tiempos en palacio, en los que ella era la concubina de Ashikaga, aunque sólo formalmente, y Hoshi era su sirvienta. Ahora eran dos mujeres unidas por un mismo destino, el que la guerra Ônin había dispuesto para ellas. Las cosas habían cambiado tanto...estaban unidas por el cariño que se profesaban, eran amigas, y ambas amaban a dos tercos samuráis al servicio del shogún.
-Hanako, desearía continuar a tu servicio, pero amo a Taro y quiero terminar mis días con él.
-Hoshi, lo comprendo, te libero de tus obligaciones. No quiero que te consideres mi sirvienta, somos amigas y el presente y la guerra han cambiado las cosas. Quiero que seas feliz y yo seré testigo de ello.
Hoshi abrazó a la concubina con lágrimas de dicha en la cara.
-Siempre estaré a tu lado, Niña Flor, siempre...bueno, Taro y yo.-Hanako rió abiertamente.
-Sí, hermana, y espero que Takeshi esté también presente en mi futuro.
-Lo estará, Hanako. Los dioses así lo han dispuesto, y ni siquiera Ônin, La Destructora, podrá evitar que se cumpla tu destino.

El bosque resultó ser intransitable, las sendas estaban ocultas por la maleza crecida durante la época de las lluvias. Kasumi no estaba seguro de seguir el camino correcto al campamento de Raion, El León.
El caballo estaba agotado y sus sentidos abotargados por el cansancio y la falta de agua y alimentos. Pero no tenía nada que perder, estaba seguro que pronto, muy pronto, daría con la guarida del León.
A pocos metros de donde se encontraba, la maleza empezó a moverse dando señales de vida en el oscuro y frío bosque. El miedo empezó a subir por su garganta amenazando con asfixiarlo. Desmontó y se agazapó entre las ramas más bajas que se encontraban junto a él y se dispuso a esperar el próximo movimiento de lo que fuera se movía frente a su posición. Durante unos segundos que le parecieron eternos, contuvo la respiración hasta que escuchó una fina tosecilla y un gruñido. ¡Por todos los dioses, maldito fuera el estúpido borrachín!. Se trataba de Kazahaya, no tenía duda alguna. Silbó, de la forma convenida entre él y sus hombres para reconocerse y fue correspondido con el mismo silbido, seguido de otro ataque de tos. Estúpido imbécil...se incorporó y se dirigió al encuentro de su compañero de fortuna.

Los hombres se quedaron boquiabiertos ante el espectáculo que les ofrecía Nakamura. La mujer que esperaba en el exterior se hallaba atada sobre Masshiroi, el caballo del general. Sus ojos, abiertos de par en par, reflejaban miedo e incomprensión, rabia y...dolor, sobre todo dolor. Pero no era físico sino un dolor en el corazón, intenso, profundo, como si un millar de katanas lo hubieran destrozado sin mostrar piedad ni compasión y se estuviera desangrando sin poder suplicar la ayuda para salvarlo, sabiendo que esa ayuda jamás llegaría. Bara se sujetaba al caballo con las piernas, haciendo un esfuerzo considerable para no caer al suelo. No entendía nada, nada. Después de amarse por segunda vez, Nakamura se transformó en un ser diabólico, en una persona que no conocía en absoluto. Maldita sea, todo fue una trampa, un juego de seducción en el que ella, la mujer de mundo, había caído sin darse cuenta. Todo por creer en su amor, por pensar que su querido amigo, su verdadero corazón, la quería...un engaño únicamente perpetrado para atraparla. Pero aún así, su cerebro, su alma, negaban la evidencia. Las caricias fueron reales, los besos aún le quemaban en los labios, su cuerpo aún temblaba por el deseo compartido y saciado...no, no podía ser cierto, algo pasaba, su amado general debía tener algún plan en mente que ella no conocía y... dejó de pensar para recibir el frío impacto de la mirada de Nakamura.
Ashikaga dirigió una mirada furiosa al soldado.
-¿Qué significa esto, Nakamura?
El general desvió la vista de la mujer y se volvió hacia su señor.
-No significa más que lo que vuestros ojos ven. Es una prisionera, la mujer es aliada del traidor Kasumi.
-Eso ya lo sé, Nakamura, ya lo sé, pero también sé...otras cosas. Vamos a hablar en privado.
Ashikaga ordenó a Taro la custodia de la Rosa mientras se dirigía con paso firme a su tienda, seguido de cerca por el joven soldado. Una vez en el interior, el gobernador se volvió furioso y arremetió contra Nakamura.
-¿Te has vuelto loco?. ¿Qué estás haciendo?.
-Lo único que puedo hacer por ella.
-No te entiendo, Nakamura. Me confesaste hace tiempo que la amabas, que querías encontrarla, que la salvarías de sus errores. Y ahora que la has hallado, la entregas como a una vulgar prisionera.
Nakamura bajó los hombros desolado.
-Mi Señor, es cierto que la amo y jamás dejaré de hacerlo. Pero lo que vuestra excelencia no entiende, ni nadie podrá entender, es que, haciéndola mi prisionera, está bajo mi protección. De esta forma nadie podrá acercarse a ella, ni herirla, mucho menos matarla. He puesto mi vida a su servicio y no dejaré que nadie la toque, y al que se atreva probará la mordedura de Kotetsu, mi espada.
-Ahora lo entiendo, amigo. El estatus de prisionero hace que la Rosa no pueda ser acosada por nuestros soldados...ah, Nakamura, pero te has adentrado en terreno peligroso.
-Mi señor, eso no me importa. Sólo espero que ella lo comprenda...algún día.

Los hombres salieron de la tienda después de dar por terminada su conversación. Taro sujetaba las riendas de Masshiroi, al que se aferraba Bara, dolorida y maniatada. Nakamura cruzó su mirada con ella y percibió el odio que destilaban sus negras pupilas. De la boca silenciosa de Bara surgieron dos palabras, que Nakamura comprendió por el movimiento de sus labios: "abayo, aho"...
El tigre volvió a rugir de dolor...


TORA  虎 : Tigre.
RAION : León.
ASHIGARU : Soldados de a pie.
UN : Suerte (buena o mala fortuna).
TOMODACHI : Amigo.
AI SHITERU : "Te amo".
KOTETSU : Acero.
ABAYO : Forma poco cortés de decir adiós.
AHO : Estúpido, idiota.

Haiku:
Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.