O-KAERI NASAI

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sábado, 26 de junio de 2010

RAN. Capítulo XXVIII. "YÛDACHI" 夕立. El Sonido de la Lluvia



Tabibito to
Waga na yobaren
Hatsu shigure

Sólo viajero
Quisiera ser llamado:
Primer chubasco



Las horas transcurrían lentamente en Las Mil Rosas y un sopor reinaba después del ajetreo de una noche que pareciera que no iba a terminar nunca. La juerga que los hombres de Kasumi empezaron tras emborracharse con licor de sake los había dejado a todos exhaustos y profundamente dormidos. El mismo Hijo de la Niebla descansaba en brazos de dos jóvenes baishunfu*, ajeno a la realidad, a cualquier acontecimiento, sumido en un sueño profundo producto de la enorme ingestión de alcohol durante la noche. El único sonido que reinaba en las habitaciones y en los comedores eran los tremendos ronquidos de los soldados que se percibían desde cualquier rincón de la casa de té, desde los lugares donde iban cayendo un hombre tras otro, derrotados por el último trago.
Bara también dormía, incapaz de perderse una buena fiesta en su local. Se unió a ella en cuanto puso a Takeshi a buen recaudo encerrándolo en los establos, con la esperanza de que un par de noches junto a los caballos le hiciera reflexionar y aceptar su proposición. La Rosa de Kyoto dormía con una sonrisa dibujada en su hermosa boca y soñaba...se hallaba en un jardín inmenso, luminoso, lleno de las más bellas rosas del país. Mil rosas, ni una más y ni una menos, mecidas por un viento suave que las hacía enredarse las unas con las otras. Un imponente samurái se acercaba a lomos de un negro caballo alado y descabalgó pisoteando las rosas, todas menos una. Se acercó a ella y aspiró su aroma, arrancándola después de la planta que la cobijaba. Las espinas hicieron sangrar sus manos y la arrojó lejos, volviendo a montar en su caballo y alejándose hacia la luz del sol, perdiéndose en la lejanía. Pero otro samurái apareció en el horizonte, volando sobre un caballo blanco. Se quedó prendado de la rosa medio marchita, moribunda entre las demás flores. La recogió en sus manos cuidando que no le lastimaran sus espinas y se las arrancó todas, una por una. La rosa no sintió dolor sino paz...
Bara despertó sobresaltada por el intenso sueño y le pareció percibir un ligero aroma a rosas; se asustó un instante y creyó profundamente que aquel sueño era algo premonitorio, ese sueño tenía un significado oculto. Pero lo descubriría después, estaba cansada. La Rosa volvió a adentrarse en el mundo de la inconsciencia.

Taro estaba medio adormilado, su cuerpo descansaba bajo la sombra de un enorme cerezo en flor. Hoshi lo observaba sonriente. Tomó una brizna de hierba y la introdujo un poquito en el oído derecho del general, haciéndole cosquillas. Taro levantó la mano para intentar apartar al enojoso insecto que quería perturbar su medio sueño. Apenas lo consiguió, porque inmediatamente volvió a incordiar su oído. Enfadado abrió un ojo lo suficiente para percatarse que aquella maldita molestia era Hoshi...Hoshi, su estrella. Disimuló que volvía a quedarse en trance, y cuando la mujer volvía a intentar molestarlo, Taro la agarró del brazo y la hizo caer en la yerba, pegándola a su cuerpo y dejando volar sus manos por debajo de la suave seda de su kimono.
-Taro...¡Taro!, ¡me estás haciendo cosquillas!-Hoshi no podía dejar de reir con su rostro ruborizado.
-Te mereces un castigo por importunarme.-Taro continuaba con sus caricias, uniéndose a la risa de ella.
-No...no...po...podemos, po...por favor...Taroooo, están, estamos, ellos...
-Ay querida, realmente eres como un volcán a punto de entrar en erupción, escupiendo palabras: po-po-po.-Taro continuaba riendo y Hoshi le miraba sorprendida.
-Escucha mi general, debes saber que encontré a Nakamura y ¡Ashikaga vino con él!. Les pedí que me permitieran venir a buscarte. Así que quítate de encima mío y guarda tus manos en tu armadura para mejor ocasión. Nos estarán esperando y  no querrás que se impacienten y salgan a buscarnos; ¿o acaso te gustaría que te encontrasen con tus manos bajo mi kimono?.-Hoshi lo miraba impaciente.
-Bueno, a lo sumo creo que sentirían unos celos intensos al comprobar que la estrella más hermosa de Japón se deja manosear por un decrépito samurái como yo...
-¡Taro!,-se escandalizó Hoshi-, tú no estás decrépito y yo...yo ¡manosear!, ¿dijiste manosear?. Pedazo de...
Taro no la dejó terminar, se apoderó de sus labios y la besó profundamente, largamente, privándola del aire para respirar. Con un gruñido se apartó de su rostro y le besó la punta de la nariz, poniéndose de prisa en pie y ayudándola a levantarse, antes de que el arrepentimiento lo obligara a volver a tumbarla en el suelo y hacerle todo aquello que deseaba desde que la volviera a ver.
-Andando, pequeño volcán, vamos a ver al general y al Shogún.
Cuando Hoshi se dio la vuelta, sintió un fuerte manotazo en su trasero.



El silencio reinante invitaba a salir de la habitación y observar lo que estaba sucediendo en la estancia. Hanako abrió la puerta lentamente y en su boca se dibujó una sonrisa. El guarda apostado en el piso para vigilarla estaba dormido, al parecer por los mismos motivos que los demás, imaginó Hanako, por el tufo intenso a alcohol y la neblina densa del humo de las hierbas fumadas y que aún persistía en el aire. Decidió que ese podría ser un buen momento para escapar. El atronador silencio le trajo el sonido de la lluvia que empezaba a caer en el valle; para resguardarse de ella tomó una manta de lana, lo único que había en la austera habitación. Recorrió el pasillo con pasos silenciosos y cortos, muy cortos, como sólo una concubina adiestrada en las artes sabe caminar para que no se advierta su presencia. Bajó las escaleras hacia la salida e intentó abrir la puerta, la cual cedió con facilidad. Risueña, se lanzó al exterior y corrió hacia los establos en busca de una montura que le facilitara la huída.

Ashikaga ordenó instalar un pequeño campamento donde guarecerse de la lluvia que amenazaba con convertirse en un intenso aguacero. El general Nakamura impartió las órdenes pertinentes para que los soldados comenzaran a trabajar e instalaran las pequeñas tiendas. Los caballos fueron reagrupados pero Kamikaze no se hallaba entre ellos. "¿A dónde habría ido ese caballo con este tiempo?", pensaba Ashikaga.
El viejo Shogún estaba más que harto de aquella guerra, de las sublevaciones de los campesinos soliviantados por las ansias de poder de sus daimyo, sus señores feudales. Debería concertar reuniones con ellos y con los ji-samurái, reuniones clandestinas, por supuesto. Pero para ello necesitaba a Takeshi y debía liberarlo fuera como fuera de las garras de aquella maldita mujer con nombre de flor.
Y caería sobre ella como el aguacero a punto de derramarse.


YÛDACHI  夕立 : Aguacero, chubasco, lluvia repentina de la tarde.
BAISHUNFU :  Prostituta.

Haiku:

Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de José María Bermejo.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

domingo, 20 de junio de 2010

RAN. Capítulo XXVII. "GENZAI" 現在. El Presente abre sus Puertas




No ni yama ni
Ugoku mono nashi
Yuki no asa

En la montaña
Y en el llano, quietud
Día de nieve



Hoshi desmontó y corrió a toda prisa hacia la tienda más grande ubicada en mitad del campamento profusamente iluminado con cientos de antorchas, suponiendo que pertenecía al general Nakamura. Entró en ella en volandas, sujetándose el kimono que amenazaba con arrastrarla en su vuelo y se detuvo bruscamente al ver a los hombres allí reunidos.
El shogún Ashikaga, el hombre más importante del Imperio tras el Emperador, la miró y sonrió al reconocerla.
-¡Hoshi!, ¡la estrella de mi querida Hanako!. Pero...¿qué haces tú aquí?. ¿Qué vientos te traen?.
Hoshi se arrodilló en la mullida alfombra que cubría el suelo de la tienda, e inclinó la cabeza en una profunda reverencia de sumisión y respeto ante su máximo Señor.
-Konban wa, o-genki desu ka?
-Hai, genki desu*,-respondió Ashikaga.
El Shogún acudió presto para alzar a la sirvienta del duro suelo y preguntarle por La Flor de Oriente, su más preciada niña, que era para él más que una esposa, una hija, una protegida.
-Señor, Hanako está en serio peligro, los traidores a vuestra causa la han secuestrado. Por los dioses, Señor, debéis venir, debéis acompañarme, yo... ¡Taro!, vuestro general está allí sólo, Señor, yo...los tienen retenidos en la casa de té de Bara, La Rosa de Kyoto...
Hoshi temblaba nerviosa y presa de un ataque de nervios. Ashikaga intentaba tranquilizarla.
-Hoshi, no temas, vamos a ponernos en marcha ahora mismo. Díme, ¿conoces el camino de vuelta a ese lugar donde retienen a Hanako y a Takeshi?
Hoshi respiró varias veces para devolver de nuevo aire a sus pulmones.
-Kamikaze me guió hasta vuestro campamento, yo...no sabría volver.
El general Nakamura surgió de entre las sombras y miró a Hoshi y a su Señor.
-Si Kamikaze pudo encontrarnos, no cabe duda que nos guiará también para descubrir el camino que nos lleve hacia La Flor y Takeshi. Señor, pido que me reservéis el encuentro final con Bara.
-¡Sea Nakamura!...Tendréis lo que deseáis.-El Shogún puso a Hoshi y Kamikaze al frente de su comitiva.
-Montad y cabalgad hacia nuestro objetivo, -susurró Ashikaga- el traidor pronto caerá en nuestras manos.
Nakamura montó en su corcel y sintió que su corazón latía de ansiedad ante el próximo encuentro con Bara.

La Rosa de Kyoto miraba a Takeshi a los ojos, sin pestañear, sin dejarse intimidar por su hostilidad.
-¿Quieres saber lo que quiero?. Quiero que seas mío, que te cases conmigo.
Takeshi retrocedió un paso como si lo hubieran abofeteado.
-¿Qué has dicho?. Mujer, estás loca, rematadamente loca. Proponerme matrimonio, ahora, después de lo ocurrido, y ahora que aborrezco mirarte a la cara. Muy presuntuoso de tu parte. ¡Dioses!-a Takeshi se le escapaba una risa diabólica-, estás realmente desesperada, ¿o me equivoco?.
-Cree lo que quieras, pero te deseo. Y deseo que seas mi esposo. ¿Qué hay de malo en ello?.
-Pues que ignoras lo que yo siento y deseo, y no te deseo a tí.
-Entonces, es por esa mujer.
-No, cariño, no es por esa mujer, es por tí. Por tus celos y tus envidias, por tu falta de escrúpulos, por tu ambición...todo ello me apartó de tí. Tus ansias por pertenecer al clan Hosokawa fue lo que nos separó y ahora...ya me liberé de tí, pues ya nada me importas.
Bara le rodeó la cintura con sus largos brazos.
-Pero si quieres que la mujer sea liberada...deberás acceder a lo que te pido.
Bara acarició la cara de Takeshi. El samurái dio un paso atrás rechazando su contacto.
Pidió a los dioses que Hanako comprendiera la decisión que acababa de tomar, y pidió a los dioses que le ayudaran si así no era.
-De acuerdo, Bara, me casaré contigo. Pero deja que Hanako se vaya, déjala, por lo que más quieras...




Hanako se aseó y se vistió con las nuevas ropas que le proporcionaron, pero no se sentía cómoda; limpia sí, pero una persistente suciedad permanecía en su interior. Un sentimiento de tristeza y vergüenza ya se había adueñado de su corazón, de su nueva vestimenta y de su entrega al samurái al que había amado con toda su alma. Debía encontrar una forma de escapar, sea como fuera. No soportaría ver a Takeshi junto a esa...mujer. Y no soportaría dejarse languidecer ni abandonarse por ese amor que no tenía futuro. Escondió tras sus ropas nuevas sus nuevos sentimientos y se dispuso a esperar el momento oportuno.

Nakamura dio el alto a sus hombres, después que Hoshi a lomos de Kamikaze se detuvieron de repente. Ashikaga  miró a su general y asintió con un movimiento de su cabeza que aquel era un lugar idóneo para acampar, cerca de La Estancia de las Mil Rosas. No perdió ni un minuto Hoshi en pedirle a su Señor que la dejara ir en busca de Taro.
-Ve, estrella, busca a tu soldado y díle que lo esperamos. Díle que los dioses quieren que nos encontremos. Sin él no podremos terminar lo que el cielo empezó. Vé, búscalo y tráelo.
No comenzaremos esto sin él.
Hoshi dobló su cintura en una profunda reverencia y, dando una media vuelta, corrió en busca de Taro, tropezando con las telas de su kimono que casi provocaron su caída. Ashikaga y Nakamura cruzaron sus miradas y resolvieron aguantar las risas, reconociendo el entusiasmo de aquella mujer con respecto a su más fiel samurái y aliado.
"Que los dioses nos asistan", pensó Nakamura..."jamás hubiera creído que las mujeres fueran tan importantes en esta guerra absurda. Ônin, La Destructora, menuda ironía... puede que el destino te llame en un futuro, La Creadora".
Así lo quieran los dioses.



GENZAI 現在 : El Presente, como concepto general, diferenciado de GENGITEN 現時点, punto en concreto del Presente (en este momento actual).
*Konban wa, o-genki desu ka? : Buenas noches, ¿Cómo está Usted?.
Hai, genki desu : Estoy bien.

Nota de la autora.: La guerra Ônin nunca tuvo ningún apelativo. Cuando hablo de Ônin como "La Destructora" o "La Creadora", es absolutamente fruto de mi invención.


Haiku:
Kaga no Chiyo (1703-1775). Traducción de José María Bermejo.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido

miércoles, 16 de junio de 2010

RAN. Capítulo XXVI. "KAKÔ" 過去. El Retorno del Ayer


Nagaki hi mo
Saezuri taranu
Hibari kana

Crecen los días
Para el canto incansable
De las alondras

Ayer no estaban
Al tiempo han nacido
Setas y margaritas

Kotori




El paisaje daba vueltas a su alrededor y se sentía mareada, pero Hoshi sujetaba fuertemente las riendas y pegaba sus piernas a los flancos de Kamikaze, dejandose llevar por el rumbo instintivo del caballo, que parecía saber hacia donde dirigirse. Había transcurrido mucho tiempo desde que partiera de La Estancia de las Mil Rosas. "Casa de té", pensó, quello no era más que un tugurio apestoso...Taro, como se le ocurriera fijarse en alguna de las mujerzuelas que acudían al local, le sacaría los ojos...a la mujer, que del general ya encontraría ella la manera de...sacudió la cabeza y apartó tan tonto pensamiento, pues Taro le había demostrado mil veces su amor hacia ella. Sujetó aún más fuerte las riendas y otro pensamiento ocupó su mente: "vamos, Kamikaze, vuela, vuela..."

Bara ordenó que se llevaran a Hanako y le dieran una muda de ropa para cambiarse, pero antes miró a la mujer con furia, sin disimulos y luego se dirigió a Takeshi.
-Vamos, cariño, acompáñame. Tú y yo tenemos que hablar de muchas cosas...
Tomó al hombre del brazo y lo empujó hasta las escaleras y el soldado se dejó llevar. Hanako no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo. ¡Takeshi se marchaba con aquella mujer!, tranquilo, con la mirada puesta en la mano que sujetaba su brazo, su expresión era seria y en ningún momento la miró. El más negro pesimismo que nació en su corazón hacía tan poco tiempo, volvió a cobrar vida y a crecer con una fuerza que la asustó y destrozó toda esperanza. "Takeshi, no..." aún recordaba el momento en que entregó su corazón al samurái para siempre, murmurando las palabras que hacían su entrega irreversible: paato roku kokoro mo karada mo, soy tuya..."en cuerpo y alma".

Bara condujo a Takeshi hacia sus habitaciones, obligándolo a entrar y cerrando la puerta tras ella. Se aproximó al hombre y le acarició la espalda, lamiéndose los labios. Sí, seguía siendo tan hermoso, pensó la mujer, y quiso tenerlo de nuevo en sus brazos. Se enfrentó a su mirada y le dio un suave beso en la boca, provocador e incitante. Takeshi no respondió, sino que la agarró de los brazos y la apartó con fuerza, mostrando un fuego de indignación en la mirada. que sorprendió a la mujer.
-No sé qué pretendes, Bara, pero seducirme no tiene ningún sentido, ¡ninguno!,-bramó el soldado.
-Amor, supuse que te alegrabas de verme de nuevo.
-En absoluto deseaba este encuentro. Déjame marchar y déjame llevarme a la mujer.
-Querido, ¿a qué vienen tantas prisas?.-Bara frunció la frente.-¿Y quién es esa mujer de la que tanto te preocupas?
-No es nadie, sólo la hermana de Hiroshi, que murió en la última batalla. Yo juré protegerla y cuidarla.
-Ah! Hiroshi murió...qué lástima, tan buen soldado que era, y apuesto.-Bara sonreía.- Pero tú sigues vivo...espléndidamente vivo.
Takeshi se dio la vuelta y la agarró del cuello.
-No sé qué es lo que pretendes mujer. Pero déjame en paz y olvida que un día nos conocimos y...-Takeshi interrumpió sus palabras.
-¿Y que nos amamos?,-continuó Bara.-Tú lo habrás olvidado pero yo no, y si quieres que la mujer que te acompaña continúe a salvo, deberás aceptar mis condiciones.
Takeshi respiraba profundamente intentando mantener el control. Deseaba estrangular con sus propias manos a esa maldita mujer, pero debía pensar en Hanako. Si algo malo le sucediera, jamás podría vivir entonces. Miró a Bara, y acercando su boca a la de ella le susurró:
-Muy bien, arpía, ¿qué es lo quieres de mí?



Hoshi continuaba su camino a lomos de Kamikaze, El pelaje del caballo cambió su color natural negro al blanco del sudor y el esfuerzo. Pero estaban ya muy cerca de su objetivo. La fiel sirvienta distinguió unas luces próximas de un campamento..."Nakamura, debe ser él". Espoleó al caballo con fuerza, pero de nada le sirvió. Kamikaze ya galopaba más veloz que el mismo viento.

Taro aguardaba inquieto, deseando que Hoshi hubiera encontrado el campamento del general Nakamura. Nervioso, empezó a preocuparse por su estrella. Podría entrar, liberar a Takeshi y a Hanako y....no, no podía, era muy arriesgado para un hombre solo. Se sentó encima de una gran roca y se dispuso a esperar a que la diosa fortuna trajera su buena suerte a ese lugar propiedad del diablo.

Hanako quería desaparecer, ese sentimiento no había cambiado, al contrario, se había acentuado aún más con los últimos acontecimientos. ¿Por qué Takeshi la ignoró de aquel modo? No podía entenderlo. Deseaba hablar con él y decirle que, si quería a esa mujer, que se largara con ella y al diablo con todo, con sus sueños de un futuro junto a él, de un mañana de paz y amor...pero las dudas volvían a asaltarla. Si de verdad amaba a esa Bara, no lo habría sentido tan cerca de ella en el lago, tan apasionado. Las apariencias engañan, y quizás ya no sintiera nada por esa mujer. Dudas, dudas...toda la incertidumbre que existía en el mundo, se adueñó de su corazón, al mismo tiempo que una furia incontrolable le nublaba la razón y le daba aún más motivos para escapar.


KAKÔ 過去 : Pasado.

Haiku:
Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de José María Bermejo.
"Ayer no estaban". Mercedes Pérez Collado -Kotori-. El reflejo de Uzume-.

sábado, 12 de junio de 2010

RAN. Capítulo XXV. "DEAI" 出会い. El Encuentro con El Pasado



Fuku tabi ni
Chô no inaoru
Yanagi kana

A cada ráfaga
Se desplaza en el aire
La mariposa


Encuentro lo que no busco
Las ojas del toronjil
Huelen a limón maduro






Los hombres introdujeron a los prisioneros en el interior de La estancia de las Mil Rosas. Un olor denso y profundo, a tabaco y alcohol golpeó sus sentidos. Hanako estornudó con fuerza, intentando expulsar los efluvios que le causaban picor en la garganta y hacían llorar sus ojos. Takeshi la miró preocupado y alzó la vista buscando a la persona a quien no deseaba ver. Bara apareció en lo alto de la escalera que daba paso a las habitaciones. Seguía siendo hermosa pese a los años transcurridos, a pesar del maquillaje espeso que en vano intentaba ocultar las arrugas, pocas, que surcaban la bella cara que hace tiempo atrás amó con locura. Sostuvo su mirada, firme, deseando que en ese instante la tierra se abriera bajo sus pies.
La Rosa aguantó la respiración tras sentir la mirada de Takeshi clavada en ella. Deseaba huir, deseaba que la tierra se la tragara, pero sobre todo, deseaba abrazar al soldado y fundirse en él, sentir sus caricias y sus besos apasionados; una lágrima luchó por abrirse camino en sus ojos, pero Bara no lo permitió. No mostraría jamás sus debilidades ante nadie, y menos ante el samurái. La Rosa miraba al hombre y abanicaba el aire con sus largas pestañas; sus altos pómulos le otorgaban un aire de superioridad y confianza, de mujer de mundo, que Takeshi supo apreciar y admirar. "Lástima, mujer", pensó. "Hubiéramos podido ser felices juntos, ¿por qué?, ¿por qué me abandonaste?". Bara intuyó la pregunta en los ojos de Takeshi y bajó la mirada avergonzada. Abandonó al hombre que amaba por pura ambición, por contraer matrimonio con Yusumi, el hombre de confianza de Hosokawa Matsumoto, para disponer de lujo, tierras y servidumbre. Escogió la vida equivocada a costa de su propia felicidad, sin pensar que su esposo moriría y ella sería expulsada de la casa por la familia Hosokawa.

Algo turbio y extraño percibió Hanako al observar a la altiva mujer en lo alto de las escaleras. Su instinto de mujer la alertó del peligro, la avisó que se encontraba ante una formidable rival, porque lo que la concubina percibió fue amor en su mirada, amor hacia Takeshi. Un nudo en el estómago y una insoportable presión en el corazón acabaron de confirmar sus sospechas. No había duda alguna de que algo hubo entre ellos y seguía habiéndolo, al menos por parte de la mujer; sobre los sentimientos de Takeshi...no sabía que pensar, pues su rostro era una máscara de furia, sorpresa y algo indefinido que no podía averiguar qué era. Irguió el cuello y miró a la mujer. Presentaría batalla por el samurái y daría su vida por él si fuera necesario.




Taro y Hoshi arribaron a La Estancia de las Mil Rosas siguiendo el rastro de Kamikaze. La pareja era prisionera de Kasumi y las cosas no se presentaban halagüeñas, así que Taro tomó una decisión difícil: enviar a Hoshi en busca del general Nakamura, sin tardanza, pues la vida de los jóvenes corría serio peligro. El general acudiría con rapidez, deseaba atrapar al traidor cuanto antes. Se volvió hacia su amada y la miró largamente. Hoshi intuyó que algo quería pedirle, con esos ojos de pato degollado que hacían que no pudiera negarle nada.
-Mi amor, debes ir en busca de Nakamura.
-¿Qué?...¿yo?, pero, ¿te has vuelto loco?. No conozco los caminos, me perderé...definitivamente has perdido la chaveta, viejo general.
Taro reprimía la risa ante la indignación de la Estrella, pero se dirigió a ella con calma:
-Hoshi, debes ir, yo debo quedarme a vigilar por si las cosas se ponen feas. No temas, Kamikaze irá contigo, él sabrá encontrar el camino. Debes hacerlo, amor, por ellos...por mí.
Hoshi suspiró y entrecerró los ojos. Sabía que Taro estaba en lo cierto, que ellos dos solos no podían con la situación. Aspiró fuertemente el aire del valle, sintiendo su frescor, y dijo con voz firme:
-Iré, Taro, por ellos y por tí, pero también por mí. No me perdonaría en la vida si algo malo les sucediera.
Y diciendo esto se alzó de puntillas, agarró con fuerza la nuca del hombre y le plantó un fuerte beso en la boca. Cuando se separó de él, le dijo con firmeza.
-Y pobre de tí que no esperes mi regreso...
Dio media vuelta y subió con dificultades sobre el caballo. El animal giró sobre sí mismo y miró al general, indicándole que la cuidaría. Taro sonrió. Moriría si no volvía a ver a su volcán.

Bara se aproximó a Takeshi y éste olió su perfume, envolviéndole, transportándole a un pasado no muy lejano. La Rosa alzó su mano para tocar su mejilla y Takeshi apartó el rostro, en un signo de desprecio absoluto. Hanako sentía deseos de echarse a llorar pero se contuvo, no iba a darle ese gusto a la maldita mujer. Kasumi extendió sus brazos para saludar a la dueña de la estancia.
-¡Bara!, gracias por tu hospitalidad, es como volver a casa, aunque sin una madre que incordie!
Kazahaya saludó también.
-Sí, aquí las mujeres no parecen ser mi madre!-y rió con un estruendo sonoro que a Bara le molestó profundamente.
Bara miraba con detenimiento a Takeshi y, de pronto, reparó en Hanako.
-Y tú, ¿quién eres?, y aproximó su cara a la de la concubina.
Hanako ni pestañeó, contuvo el aliento y aguantó los deseos de responder que era la mujer del soldado a quién la bruja aquella pretendía toquetear.
Takeshi fue quien levantó su mano y atrapó la de Bara para que no pudiera acariciarlo.
-Ni se te ocurra pensar que todo sigue como antes. Y a la mujer, la dejas en paz.
Hanako se revolvió de tristeza, "a la mujer", no a "mi mujer", que era lo que ella esperaba que dijera, para dejarle clara a la maldita señora de la casa cuál era la situación y el lugar que ella ocupaba. ¿Qué pretendía Takeshi?. Quizás se sentía en la obligación de defenderla, pero dejando una puerta abierta a la posibilidad de que no existiera nada  entre ellos. No podía ser posible, no después de lo ocurrido en el lago Mizûmi. La Flor se sintió por primera vez insegura del amor de Takeshi, ante aquella bella arpía, porque seguro lo era si le hizo tanto daño a Takeshi. Su intuición de mujer se mezcló con dudas y celos y quería desaparecer, olvidar y desaparecer...


DEAI 出会い : Encuentro, reunión.

Haikus:
Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de José María Bermejo.
Antonio Machado (1875-1939).

miércoles, 9 de junio de 2010

RAN. Capítulo XXIV. "BARA" 薔薇. La Estancia de las Mil Rosas




Chiro susuki
Samuku natta ga
me ni miyuru

Caen flores de pampas
Salta a los ojos
El frío creciente


En el silencio
De esa flor amarilla
Perdura el canto







La Estancia de las Mil Rosas se ubicaba en uno de los valles limítrofes con el monte Hiei, una casa de té típica del período Kamakura, de estilo rústico, compuesta de materiales provenientes de la naturaleza, básicamente troncos de árboles y su corteza, todo ello entretejido con hebras de paja seca. Su finalidad consistía en reunir a los amigos de cualquier condición, siempre que gustaran de buenos tragos de sake, multitudinarias partidas de Go y disfrutar de la compañía de bellas geishas para entretenerse con sus danzas y cantos tradicionales.
Bara, La Rosa de Kyoto estaba más que satisfecha de su negocio.
La casa de té de Las Mil Rosas le otorgaba píngües beneficios como resultado de las apuestas en el juego, la bebida, y algun que otro escarceo amoroso de alguna prostituta asidua al local. Los soldados eran extremadamente generosos. La mayoría tenían vidas solitarias, sin mujer y sin familia, dedicados plenamente al servicio de las armas; pero necesitaban desahogo físico, además del que les proporcionaba la lucha y empuñar sus espadas contra el enemigo en las múltiples batallas que se desarrollaban día a día. Se trataba de una corriente casa de té, un poco más lujosa que el resto de las existentes en la provincia, pero con una inusual particularidad: su suelo era considerado territorio neutral. Allí convivían, reían, jugaban y fornicaban, amigos y enemigos, samuráis de Yanama, de Hosokawa y de Ashikaga, campesinos ashigaru, ji-samuráis, e, incluso algunos ronin, los guerreros sin Señor, los "hombres ola", vagabundos mercenarios en busca de una causa por la que luchar.
Y Bara les otorgaba a todos cobijo, consuelo y compañía.

Kasumi, el general Kazahaya y su séquito de cincuenta hombres leales, custodios de los nuevos prisioneros, llegaron puntuales a la cita con la okasân de la casa de té, preparados para idear nuevos planes de influencia futura en las decisiones de los dos clanes en guerra, y así obtener posiciones ventajosas que los acomodaran en una vida ociosa llena de lujos y propiedades que administrar. Los sirvientes de la okiya acudieron solícitos a recibirlos. Tenían órdenes de tratarlos de manera obsequiosa, pues se trataban de clientes muy importantes, amigos de La Rosa de Kyoto, a los que había que tratar con sumo respeto y cuidado.
Mientras los hombres se apeaban de sus monturas y eran agasajados por los criados, Bara, la señora de la okiya, observaba lo que ocurría en el exterior desde sus habitaciones. Sintió una punzada en el corazón y gimió al ver de nuevo a Takeshi.

Taro se recreó en el rostro de Hoshi radiante de luz, como si la sombra de la luna hubiera dejado asomar los rayos del sol en plena noche, infringiendo las leyes de la naturaleza que declaraban que tal cosa era del todo imposible. Pero no lo era, el sol estaba allí, en el semblante de su estrella polar, de su guía en la oscuridad. Besó las mejillas sonrosadas de la mujer, calientes tras el intervalo amoroso, y la sedujo una vez más con palabras suaves al oído:
-Te amo mi luz, mi amor, eres mi volcán ardiente. Ni Fujisan en sus mejores ataques de ira desprende tanto calor como tú.
Hoshi se sonrojó aún más y deseó fundirse como lava en los brazos de Taro, pero se contuvo y respondió:
-Mi general, deberíamos ir tras Takeshi, debemos averiguar si están bien él y mi pequeña flor, ¿no crees?. Hemos sido bastante egoístas pensando sólo en nosotros, vamos a encontrarlos, vamos, mi amor.
-Soy incapaz de negarte nada, Hoshi. Vamos pues, yo también deseo volver a verlos de nuevo.
Se incorporaron del frío suelo donde consumaron una vez más su amor y rápidamente prepararon sus monturas para dirigirse al campamento de Kasumi. Era el único lugar a donde había podido dirigirse Takeshi después de su repentina huída, o al menos eso deseaba Taro.



Bara continuaba observando desde la ventana de sus aposentos.
La emoción le atenazaba la garganta, no podía respirar y su pulso estaba tan acelerado que creyó que podría morir en ese momento debido a los fuertes latidos de su corazón.
Continuaba siendo un hombre hermoso, tan fuerte y atractivo como ella recordaba, pues aún ocupaba un pedazo de su corazón...no, no un pedazo, sino todo su corazón.. ¿Por qué lo dejó marchar hiriéndole de aquel modo, por qué?. "Estúpida", pensó para sí, "...jamás volverá a mirarte a la cara", y dos grandes lágrimas de desconsuelo surcaron sus maquilladas mejillas.

Takeshi estaba furioso. Se había dejado atrapar de una forma tonta, muy incauto por su parte permitir que el enemigo se les hubiera acercado de aquella manera. Y por si fuera poco...se encontraba en La Estancia de las Mil Rosas, a punto de ver a la única mujer que no deseaba volver a encontrar en su vida. Qué ironía, el destino lo devolvía junto a ella, ahora que había encontrado el amor de verdad. No quería que nada entorpeciese su relación con Hanako, pero su instinto de samurái le indicaba que en ese lugar únicamente surgirían problemas. Pero no imaginaba cuántos.

Taro estaba desconcertado, no encontró ni rastro de los jóvenes en el campamento. Únicamente huellas de herraduras recientes indicaban la presencia de varios jinetes. Un mal presagio se adueñó de su mente...El Hijo de la Niebla había estado allí, aún danzaba en el aire su olor a humedad y podredumbre. Taro escucho un movimiento a sus espaldas y una visión deslumbrante le alegró el corazón: Hoshi se acercaba a él acompañada por Kamikaze, el caballo de su gran amigo. El general se acercó al animal y acarició su testuz.
-Amigo, dime, ¿sabes dónde está tu señor?
El animal abrió la boca y dejó escapar un agudo relincho mientras movía su cabeza de arriba a abajo.
-Bien, "viento divino", bien, tranquilo, muéstrame el camino, que te seguiré hasta el fin del mundo si es preciso.
Kamikaze se alzó en el espacio y pateó el viento. Cayó sobre sus cuartos delanteros y agitó la cabeza. Taro comprendió e hizo que Hoshi subiera a su montura.
-Rápido, mi estrella, rápido, no tenemos mucho tiempo...
Salieron al galope tras el camino que iba señalando el hijo del viento.

Bara no podía controlar más sus emociones y lloró largamente, dejando fluir toda la amargura que su corazón había retenido hasta entonces. Dioses!, aún amaba a ese hombre, y ¡cuánto!. Mientras seguía ávida todos sus movimientos, Bara se propuso tener a Takeshi de nuevo entre sus brazos, y lo conseguiría.
O dejaría de llamarse La Rosa de Kyoto.

BARA 薔薇 : Rosa (flor del rosal).
OKASÂN : Propietaria de la casa de té.
OKIYA : Casa de Té.
FUJISAN : Monte, volcán Fujiyama. Fujisan es el nombre correcto del volcán, ya que Fujiyama se corresponde a una lectura equivocada de los kanji por parte de los traductores.

Haikus:
Kobayashi Issa (1763-1827). Traducción de Antonio Cabezas.
"Psalle et sile". Luis Alberto de Cuenca.

domingo, 6 de junio de 2010

RAN. Capítulo XXIII. "REISEI" 冷静. La Calma antes de la Tormenta


Kogîdete
Tôki kokoro ya
Mushi no koe

Partiendo en barca,
Un corazón que se aleja...
El canto de los insectos


Las aguas fueron calmándose a medida que los corazones volvían a latir en el  ritmo normal de la vida. Los amantes respiraban entre jadeos de dicha por la unión de los cuerpos. Abrazados, muy juntos, percibieron la llegada del amanecer sobre el lago, los cálidos rayos del nuevo sol que alumbraba el Imperio. Las manos continuaban sus caricias, llenas de ternura y excitadoras a la vez, provocando nuevas miradas de complicidad, nuevas ansias de entrega mútua, piel contra piel y besos húmedos de deseo.
Takeshi besaba a Hanako adorando su rostro, sus labios, frente, mejillas, todo era digno de pleitesía y de admiración; y Hanako se dejaba hacer...era maravilloso sentirse así, amada, deseada y adorada. Sus pequeñas manos rodearon los hombros del soldado, sin atreverse a abarcar todo su perímetro: se sentía indefensa y a la vez protegida, minúscula ante el cuerpo poderoso del hombre que la acariciaba sin tregua, queriendo poseerlo del todo, no sólo su cuerpo sino también su mente y su alma. Sobre todo su alma. Se recreó en su sensualidad y sintió el poder de la carne en el roce de su cadera con la masculinidad de él, y se movió contra la dureza, dejándose llevar por el deseo. El samurái creyó que moriría de placer al sentir el roce de Hanako. Esta vez las cosas serían diferentes. Ya no había urgencia ante la separación, únicamente el sentimiento intenso que debe ser disfrutado largamente, sin prisas, paladeando ese instante de comunión íntima. Los rayos del sol crecieron en el cielo, intensos y cegadores, y ellos se amaron de nuevo, guiandose como dos invidentes a través de un trémulo resplandor.

Taro decidió seguir el rastro de Takeshi, preocupado por el joven samurái, pero sobre todo, sorprendido por su marcha imprevista, sin una palabra, sin un por qué. Despertó a Hoshi con brusquedad, provocando que diera un respingo sobresaltado y lo mirara somnolienta y con el ceño fruncido.
-Despierta amor, Takeshi se ha ido.
-¡Ido!... ¿ido?, ¿de qué me estás hablando?, Taro...no, no...entiendo.
-Te repito que Takeshi se ha ido, se ha marchado, ha volado...literalmente, sobre Kamikaze.
Hoshi se restregó los ojos para apartar el sueño de ellos. Se espabiló de pronto y se puso en pie.
-¿Cómo qué se ha ido?, ¿sin nosotros?, menudo sinver....
-Shhhh, ¡cálla mujer!, deja de preguntar pues no tengo respuestas y deja también de maldecir. Te quiero, pero soy capaz de taparte la boca para poder escuchar mis pensamientos.
Hoshi retrocedió intimidada por la contundencia de las palabras del general, pero sonrió satisfecha. Taro era, sin duda, el complemento perfecto para dar equilibrio a su vida, una vida que ya requería de su presencia para ser completa. Se acercó al hombre y se alzó de puntillas para besarlo en los labios.
-Taro, amor...mejor será que vayamos tras él cuanto antes, pues a su lado, seguro que hallamos a mi pequeña flor sana y salva.
Taro rió con ganas ante el optimismo de Hoshi. Era una de las razones por las que tanto la amaba. Ella conseguía ver esperanza cuando todos creían haberla perdido. La enlazó por la cintura y la besó fuertemente en los labios. La estrella le echó las manos al cuello para responder de forma entusiasta y Taro se sintió desfallecer. Bueno, pensó, ya que Hoshi estaba tan convencida de que Takeshi y Hanako se encontraban seguros y maravillosamente a salvo,  bien podrían esperar un poco más a que ellos los encontraran...antes debía "arreglar" unas cuantas cosas con la hermosa sirvienta.

Nakamura, el general al mando de los hombres del shogún Ashikaga tras la muerte del veterano Kazuo, batía el bosque con detallada pulcritud. Sus órdenes, dictadas por el mismo gobernador no hacía muchos días antes, fueron claras y contundentes. Debía encontrar a Kasumi, El Hijo de la Niebla, apresarlo con vida -Ashikaga fue muy claro al respecto-, llevarlo a palacio y someterlo al gran Señor para que éste hiciera justicia por las barbaridades cometidas en acto de servicio y la traición al pueblo de Japón. Nakamura le tenía unas ganas terribles al infame traidor. Kazuo siempre tuvo la razón de su parte al sospechar de él. Y el hombre de confianza del gobernador se arrepentía de no haber escuchado sus sabias palabras y no haber creído en la intuición del viejo soldado. Pero se juró a sí mismo que lo atraparía...por los dioses que gobernaban la gran familia Nakamura.
El general dio la orden de partida al batallón de hombres leales al clan Ashikaga que juraron por su honor morir antes que regresar sin El Hijo de la Niebla.

Los amantes dormían bajo un gran roble a orillas del lago. Exhaustos y felices descansaban el uno en brazos del otro, escuchando el latido de sus corazones, sus cuerpos por fin relajados pero sus almas inquietas. Porque aún no podían vivir plenamente esa dicha que ahora compartían. Su mundo se hallaba en guerra y su país se debatía entre dos lealtades; escoger al heredero del Shogún era realmente lo que menos importaba para el destino del país. la guerra era solo una excusa para que los clanes de los dos daimyo más poderosos se disputaran el poder, territorios y riquezas que ello conllevaba. Takeshi agradeció infinitamente el haber conocido a Hanako y la amaba tanto, con tanta pasión, que pensaba pedirla en matrimonio al Shogún, aunque fuera su concubina. Algo en su corazón le susurraba que el gran Señor no se opondría.
Mientras sus pensamientos volaban a la ciudad de Kyoto y a su petición al gobernador, una fuerte voz le asustó provocando que sus ojos se abrieran enormemente.
-Vaya, vaya, mira qué par de tortolitos...ciertamente, hacen una buena pareja. Hicimos bien en volver al campamento, algo me decía que íbamos a encontrarnos con algo interesante.-Kasumi los observaba desde lo alto de su caballo.- Kazahaya, según tu opinión debemos tenerlos en posición de kô, rodeados dentro de nuestro espacio.
Kazahaya rió abiertamente con una estruendosa carcajada y respondió sin dejar de reir:
-Yo más bien diría que se encuentran en situación de "Byo-yomi", mucho más apropiado, sin duda,-y continuó con su risa mezquina sin dejar de mirar con ojos de leopardo al acecho a la pareja, sobre todo a la mujer; hasta su caballo piafó con furia con ganas tremendas de hacerlo caer de la silla.
Takeshi sintió un temor profundo, no por sí mismo sino por la concubina. Ya escapó una vez de las garras de los traidores y no permitiría que se la llevaran de nuevo.
-Ni se te ocurra ponerle una mano encima, Kasumi, o Jigoku despertará con el único propósito de separar tu cabeza de tu maldito cuerpo.-Hanako tembló de pies a cabeza y creyó en las palabras de Takeshi.
-No intentes luchar contra tu destino.-Respondió desafiante Kasumi.
-No pienso hacerlo, pero deja que ella se vaya.
-Ni en tus más profundos sueños se harán realidad tus deseos. Los dos vendréis con nosotros a La Estancia de las Mil Rosas.
Obligaron a la pareja a ponerse en marcha, les hicieron cabalgar en monturas separadas para evitar la tentación de huir el uno sin el otro, y pusieron rumbo al refugio de Bara, la Rosa de Kyoto, una mujer que lo fue todo en la vida de Takeshi mucho tiempo atrás.



REISEI  冷静 : Calma (serenidad).
KÔ : En el juego de Go, "infinitud".
BYO-YOMI : En el juego del Go, "Muerte súbita".  Cada jugador dispone de un tiempo concreto para cada movimiento en vez de uno global.  Al terminar el tiempo base del que dispone cada jugador, éste entra en byo yomi.
BARA : Rosa, flor del rosal.

Haiku:
Usuda Arô (1879-1951). Traducción de Vicente Haya.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.