O-KAERI NASAI

maikos tadaima -en casa-Coches de ocasionanunciosjuegosTest de VelocidadLetras de cancionesCompra y venta de pisosOfertas de Trabajo

This is default featured slide 1 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 2 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 3 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 4 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 5 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

lunes, 31 de mayo de 2010

RAN. Capítulo XXII. "TSUNAMI" 津波 El Sonido del Agua



Utagu na
Ushi wo hana mo
Ura no aru

En la bahía
También la primavera
Flores de olas





Kamikaze galopó como el viento, con furia y ansiedad, haciendo honor a su nombre como nunca jamás lo había hecho. El caballo respiraba con fuerza, bajaba la cabeza para ser más rápido; sus zancadas eran largas y majestuosas, sorteando obstáculos, saltando cuando el terreno se elevaba, doblando su cuerpo con cada recodo del camino. El animal percibía la presencia de la concubina, su olor familiar y corría, volaba tras él.
Takeshi contenía la respiración, su corazón a punto de estallar en mil pedazos por el encuentro de mil sentimientos: dolor, alegría, incertidumbre, esperanza...amor. Un amor que logró transportarlo a la locura y que dolía, le dolía hasta el alma, le dolía sólo con mirarla, pero más que nada le dolía llegar a perderla fuera como fuera.
"Nantonaku", pensó el samurái. El juramento que hizo días atrás. "Te encontraré, de alguna forma, sea como sea". Y quería creer que ese juramento se había cumplido.

Hanako permanecía en el lago, absorta en sus sentidos. Ella olió a su hombre, lo sintió cerca, muy cerca, casi tocándola. El viento continuaba su alianza y le transmitió nuevamente el aroma. La Flor cerró los ojos y permaneció a la espera, segura que Takeshi vendría; debía haber escuchado su llamada, su súplica, su deseo de volver a verlo. El agua del lago se enfriaba con la llegada de la noche y la madre Luna se reflejaba en su superficie. Pero no sintió frío, al contrario. Un repentino calor se apoderó de su cuerpo y una dulce languidez lo hizo con su cerebro y su corazón. Esperaría lo que hiciera falta, incluso toda la eternidad si era necesario.

Kamikaze se detuvo bruscamente a escasos metros del lago. Mizûmi estaba hermoso bajo la luz de Mangetsu, la luna llena, y las ramas de los árboles próximos a la orilla besaban sus quietas aguas. Takeshi estaba maravillado y se aproximó sin hacer ruido. Pero lo que le conmovió, sin duda, fue la imagen de la más bella flor que jamás se deslizó por su superficie.
Era ella...Hanako...ella, por fin, allí estaba, a unos pasos de él, más hermosa de lo que recordaba, como una aparición sobrenatural bajo la luna, aparición que le encogía el alma.

La Flor escuchó un ruido proveniente del bosque, el crujido seco de una rama al pisarla, o quizás el eco de la llamada de un ave. Por unos instantes el temor volvió a aparecer como una sombra aparece en la luz; pero el silencio volvió de nuevo, haciendo incluso un ruido ensordecedor. Miró en todas direcciones, buscando el orígen, buscando al soldado. Su cuerpo se agitó al comprender que la vibración del agua que empezaba a llegar a ella en ondas suaves, correspondía a algo que acababa de sumergirse en el lago.








Takeshi no podía ya continuar esperando. Haciendo esfuerzos para mantener la mirada en la mujer, fue desprendiéndose con violencia de la armadura, sin ritual, podía prescindir de él en ese momento, pero no podía dejar de satisfacer el deseo de acariciar aquel cuerpo hermoso y desnudo que se adivinaba bajo la superficie. Se introdujo en el lago con pasos lentos para no alertarla y sumergió por completo su cuerpo bajo el agua.

El corazón de la concubina latía como una manada de potros desbocados, cuyas pezuñas parecían hacer retumbar el agua a su alrededor. Las ondas se tornaron más fuertes, más intensas y más rápidas, hasta que algo, no sabía el qué, salió a la superficie tras su espalda.
No se movió, ni tan sólo respiró, con el corazón en un puño. Una presencia respiraba tras ella, sintiendo el aliento en su nuca. Una mano poderosa aferró su cintura y la apretó contra un cuerpo duro como la piedra. Otra mano acarició su garganta y bajó hasta su pecho, acariciándolo. El aroma volvió con una fuerza inusitada que se agolpó en todos sus sentidos y todo su ser. "Bienvenido, amor", susurró, y se abandonó a las caricias que despertaban en ella la alegría de vivir.

El olor de su pelo, la suavidad de su piel, sus pequeñas manos sobre las suyas guiándole en las caricias, dirigiendo su contacto. Todo ello estaba volviendo loco a Takeshi, enfebreciéndole y haciendo que su deseo aumentara como un tsunami, dispuesto a arrasar con todo, con el lago, con el bosque, con Hiei y hasta con el mismo Imperio.
Con furia, agarró su pelo y la obligó a echar la cabeza hacia atrás para besar sus labios, dulces como el cerezo, ácidos como el limón, labios que se abrían para absorver toda la esencia del hombre que la amaba en ese instante, ahora y para siempre. La Flor abrió sus pétalos una vez más para él, pero esta vez fue diferente. El ansia y la separación los consumía en un fuego que no podía apagarse, ni las aguas que los rodeaban tenían poder para hacerlo. Hanako enfrentó su mirada a la de Takeshi y lo que vio en ellos la subyugó, la esclavizó por siempre a él y la hizo creer en un paraíso de felicidad sin fin.
Takeshi vio en los ojos de Hanako la promesa de un amor incondicional, fiel hasta las puertas de la muerte y más allá. La tomó en sus brazos y se introdujo en ella sin dejar de mirarla, sin apartar sus ojos de su rostro.
Ellos mismos provocaron un maremoto en el lago. Mizûmi apartaba sus aguas de ellos para dejarles espacio, las olas golpeando sus cuerpos. Hanako se arqueó para ofrecerle sus pechos y Takeshi los acarició con su boca, con sus manos. Se acoplaron como dos seres fundidos en fuego, como las partes de una katana, partes que nadie puede desunir, ni el mismísimo transcurso del tiempo; se movían al compás meciéndose en las aguas, embistiéndose el uno al otro, saboreándose con delicadeza y con violencia a la vez.
Los gemidos resonaron en el viento y el bosque guardó un profundo silencio.

Se amaron con tanta pasión que sus ecos perdudarían toda una vida.
Incluso toda la eternidad.


TSUNAMI 津波 : Maremoto. Ola gigante originada por un movimiento sísmico.

Haiku:
Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de José María Bermejo.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

sábado, 29 de mayo de 2010

RAN. Capítulo XXI. "KAORI" 香り. El Aroma del Viento.



Aki no kure
Hi ya tomosan to
Toi ni kuru

Tarde de otoño:
"¿No es hora ya, pregunta ella,
de encender el fanal?"

Algún día...
Tumbarme y desaparecer
Entre la hierba

Kotori





El bosque parecía aliarse con Hanako, no en vano era considerada una hermana a la que proteger: una flor entre árboles y matorrales, suave y delicada entre los arbustos y enredaderas. Debido a ello, la gran sabiduría de la montaña ocultaba y escondía los pasos de Hanako, disimulándolos, creando una barrera entre la mujer y sus perseguidores, moviendo la tierra, haciendo crecer la maleza tras ella, levantando nubes de polvo barridas por vientos invisibles. La Madre Tierra cobijaba a una de sus hijas otorgándole ventaja sobre sus enemigos, dificultándoles el paso y obligándoles a tomar la ruta equivocada. Pero esa alianza entre la Tierra y la Flor dificultaba también el avance de Takeshi y sus hombres, cada vez más deseperados, más inquietos y más desesperanzados. Todos se preguntaban si en realidad la hallarían viva, pues habían transcurrido muchas horas desde su desaparición.
Pero no contaban con la protección de Hiei y de sus moradores.

Los hombres de Ashikaga emprendieron una búsqueda paralela a la de Takeshi. Sus órdenes eran encontrar a la concubina viva, o muerta, en cuyo caso su cuerpo sería venerado en Shinda, la Cámara de los Muertos, con los mismos honores y respetos que una esposa de la realeza. El Shogún mantenía la esperanza. Hanako era una mujer fuerte, muy fuerte. La había observado muchas veces en sus entrenamientos con la naginata, la gran espada curva, y sabía que era capaz de sobrevivir a las peores circunstancias. Ahora lo haría, volvería a verla con vida y de eso no albergaba duda alguna.

Hanako se hallaba agotada, exhausta de llevar tantas horas caminando sin tregua, por el afán de escapar de sus perseguidores. Tenía los labios secos y le dolía enormemente la cabeza; el golpe contra el muro como consecuencia de la bofetada de Kasumi inició el terrible dolor, después el golpe contra las rocas del acantilado hizo el resto, y sentía como si un volcán hubiera comenzado a erupcionar dentro de su cerebro. Al menos la sangre había dejado de manar pero comenzó a sentir frío. Sus ropas estaban desgarradas por todo lo que le había sucedido, y apenas la protegían de las bajas temperaturas que indicaban la llegada de la noche.
Vagaba sin rumbo y lo único que deseaba era echarse sobre la tibia tierra que aún guardaba los rayos del sol de aquel día, ¿el último quizás?, se preguntó. Pronto desechó la idea: no podía hacerle esto a Takeshi, ni a ella misma, que deseaba vivir más que nada en el mundo, tener una vida larga y próspera con el samurái y darle hijos.






El cegador rayo del sol de poniente que se reflejaba en una superficie cristalina llamó su atención...un lago en mitad de su huída; decidió introducirse en él, aún cálido, y desprenderse de la suciedad acumulada. Lentamente se aproximó a la orilla y se despojó de sus raídas ropas, doblándolas con cuidado, pues no disponía de nada más para cubrirse. Empezaba a disfrutar del agua cálida, del aroma a humedad, cuando sintió miedo. Aquel lago era Mizûmi, el lago donde Kasumi había instalado su campamento, todo empezó a serle familiar, "dioses, he estado dando vueltas para volver a las puertas del Infierno..."

Kasumi seguía buscando a la concubina, pero se encontraba muy lejos del lago, creyendo que la joven debía estar a las puertas de Kyoto si no se había roto el cuello antes. Continuó su camino rogando a los dioses, pidiendo encontrarla o su cabeza terminaría rodando por los suelos sin piedad.

Takeshi y los hombres Ashikaga, junto a los soldados Yanama y Hosokawa, decidieron unir sus fuerzas; una única mujer había conseguido lo que años de ambiciones y batallas no habían conseguido: unir a los tres clanes más poderosos de aquellos tiempos en un objetivo común.
Takeshi decidió, junto con Taro y los generales de las tres grandes familias, repartirse el territorio de Hiei para continuar buscando.
Los Hosokawa irían hacia el norte, Yanama al sur, Ashikaga al este y Takeshi y Taro hacia el oeste, de vuelta al campamento de Kasumi.
Una vez tomada la decisión, todos emprendieron la marcha, deseando buena suerte y buen camino a los demás.

Tras un rato de reflexión, Hanako se tranquilizó. Kasumi a estas horas estaría lejos, no se le ocurriría volver a buscarla al campamento, no sería tan idiota, o quizás sí. Rezó a los dioses por una señal, algo que le indicara que estaba a salvo.

Takeshi y Taro llevaban horas cabalgando. Hoshi estaba muy cansada y necesitaba dormir. Taro preparó una tienda y convenció a la sirvienta para que descansara un rato. Pero Takeshi sólo deseaba continuar, debía hacerlo, a pesar de hallarse agotado. Taro intentó convencerlo de lo contrario, no podían seguir en esas condiciones y le animó a desmontar de Kamikaze. Takeshi lo hizo y se quitó el kabuto, el casco protector. El aroma de sándalo e incienso de las hierbas que Hanako colocara en él empezó a flotar en el aire. El viento respondió al aroma y supo que debía transportarlo hacia la Flor. De repente una fuerte brisa se alzó en el monte y todo lo que se hallaba suspendido en el espacio sintió el impulso de alcanzar el lago Mizûmi y todo lo que en él se encontrara.

La Flor continuaba disfrutando de las tranquilas aguas cuando de pronto su olfato distinguió un olor familiar, más allá del olor del bosque y de la tierra húmeda. "Takeshi...estás cerca...".
-¡Takeshi!,- gritó haciendo temblar las hojas de los árboles.
Más allá, a lo lejos, el soldado percibió el grito de ansiedad llamándolo en la distancia. Corrió hacia su caballo y salió disparado en frenético galope.
Taro se quedó con la boca abierta, sin saber qué ocurría.

KAORI 香り : Perfume, aroma, fragancia.


Haiku:
Ochi Etsujin (1656-1702). Traducción de Eduardo Moga.
"Algún día". Mercedes Pérez Collado -Kotori-. "El Reflejo de Uzume".

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

miércoles, 26 de mayo de 2010

RAN. Capítulo XX. "YAKUSOKU" 約束. El Honor de una Promesa


Tabi ni yande
Yume wa kareno wo
Kakemeguru
En el camino, la fiebre:
Y por mis sueños, llanura seca,
Voy errante


Cielo, nubes, tierra, piedras, otra vez cielo, otra vez tierra...Hanako caía, su cuerpo rodaba atrapando los matices de la montaña, más rápido, más violentamente, caía...sentía arañazos por toda su piel y le dolía la reciente cicatriz en la espalda, pero a cada nueva vuelta, a cada nuevo giro, se alejaba más y más de sus enemigos; rogaba al cielo, cada vez que sus ojos se encontraban con él, que algo, lo que fuera, detuviera aquella caída sin fin, sintiendose insegura, percibiendo el zarpazo de la muerte si aquel vértigo no se detenía de una vez. Por fin, chocó contra las duras piedras del acantilado y sintió el aroma del mar, lo único que se adueñó de sus sentidos antes de caer en la inconsciencia.

Taro y Hoshi se abrazaron y acariciaron mútuamente, después de haber experimentado su primera noche juntos; se adoraron con los ojos, las manos, las bocas, suspirando por tenerse de nuevo una y mil veces, toda la eternidad. Pero el presente seguía allí y fueron conscientes de ello. Takeshi estaba desesperado y debían buscar al objeto de su procupación, que era también la de ellos.
-Pongámonos en marcha de una vez, vamos a buscarla,- Taro habló a Takeshi con profunda seriedad.
-Taro, no sé...dónde buscarla, y tengo miedo de no hallarla.- Takeshi estaba agitado, triste.
-La encontraremos, lo juro por el honor de mi familia, te lo juro, amigo mío.
El joven samurái miró a los ojos al veterano general y supo, ciertamente, que lo que decía era verdad y que pondría en juego su honor para cumplir su palabra.
Pronto, se organizaron para batir el bosque en busca de la concubina, todos con los cinco sentidos en alerta, hombres y caballos; el instinto de cualquiera de ellos serviría para encontrar a la Flor de Oriente, si los dioses así lo quisieran.

En Kyoto las cosas se sucedían deprisa. El Shogún Ashikaga estaba nervioso, muy nervioso con el relato de los últimos acontecimientos. El general Nakamura, su hombre de confianza tras la muerte de Kazuo, le informó de los sucesos con calma, comenzando por el hecho cierto del secuestro de la concubina, la alianza entre los dos clanes enemigos para buscarla, y la traición evidente de Kasumi. Ashikaga se enorgullecía en secreto de la unión de Yanama y Hosokawa. Seguirían en guerra, por supuesto, cada clan defendiendo sus intereses, pero resultaba obvio que esa desunión y esa lucha acabaría por acercarlos a todos, contribuyendo al nacimiento de un nuevo y gran país. Rezó en silencio por Hanako; si bien las tradiciones acercaron sus vidas, él ya se sentía viejo para tomar una nueva esposa. Sólo la aceptó por continuar con esa maldita tradición, pero la consideraba como a una hija, la que nunca tuvo, y deseaba que Takeshi la hiciera feliz, y que apreciara a la gran mujer que se escondía tras una bella apariencia.
Ashikaga escuchaba las palabras de Nakamura, pensando en las próximas decisiones que debería tomar. Alzó la cabeza, que hasta entonces había permanecido inclinada al suelo y habló con dureza:
-Quiero a Kasumi, y lo quiero vivo. Debe darme explicaciones antes de que su cabeza ruede por el suelo. Yo mismo seré su kaishaku, así se me condene al Infierno. Pero el traidor debe pagar, debe morir por todo lo que ha ocasionado. Y quieran los dioses que Hanako se halle a salvo, de lo contrario El Hijo de la Niebla sufrirá una muerte lenta, muy lenta. Lo juro por mi honor.
Nakamura se inclinó en una profunda reverencia, señal de respeto al Shogún, y sonrió antes de alzar su cabeza.

Y el Honor fue lo que llevó a Ashikaga a movilizar a sus hombres, porque le debía a Hanako sus horas de celebración del chanoyu, la ceremonia del té, sus danzas, sus canciones, su compañía. Debían encontrarla, fuera como fuera, con la ayuda de los dioses, adentrándose en el Reino de la Niebla, conjurando a los elementos, partiendo el bosque en dos si era necesario. "Hanako...mi Flor...cuida tus pasos", susurró el gran Shogún antes de perderse en los pasillos del palacio.



Hanako despertó magullada y aturdida. Sacudió la cabeza para despejarse y todo comenzó a dar vueltas...cielo, tierra, cielo...Todo era confuso pero se obligó a aclarar la mente; su cerebro empezó a funcionar con claridad y recordó lo sucedido. Debía ponerse en marcha, buscar una salida. Escuchó ruidos procedentes del bosque, los hombres de Kasumi la buscaban. Presa del terror buscó con dificultad un camino que la alejara del lugar y de aquellos hombres. Sintió una punzada en la sien derecha y alzó la mano para tocar su cabeza. La sangre se enredó en sus dedos, cubriéndolos en toda su superficie. "No es nada", pensó, "debes continuar, marcharte de aquí, ahora!". Y sus pies obedecieron a su mente aturdida, buscando, anhelando una salida.

Taro oteaba el horizonte. La Flor no podía estar lejos, lo intuía. Hoshi dormía apoyada en su espalda, ambos sobre el caballo. "Dulce Hoshi, mi amor...". Se distrajo para pensar en la estrella y pronto volvió a la realidad. Takeshi cabalgaba a su lado, su aspecto no dejaba lugar a dudas de que pasaba uno de los peores momentos en su vida. Le apenaba verlo así, ahora más que nunca, cuando él había encontrado a su amor y había gozado. La vida era cruel, pero mantuvo silenciosamente la promesa que le hizo a su amigo de encontrar a la mujer que amaba, costara lo que costara, aún su propia vida cargada de dolor, batallas y cicatrices.
Palabra de samurái.
Mientras, Takeshi se abandonaba a su tristeza: "yakusoku wa iranai", pensaba, repitiendo la frase como una letanía sin fin.


YAKUSOKU  約束 : Promesa.
KAISHAKU :  Asistente en el suicidio -seppuku-. Su misión era permanecer de pie al lado del practicante y decapitarlo en el momento apropiado.
YAKUSOKU WA IRANAI  約束は要らない  : "No necesito promesas".

Haiku:
Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de Osvaldo Svanascini.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

lunes, 24 de mayo de 2010

RAN. Capítulo XIX. "NAKIGOE" 泣き声. El Lamento del Samurái


Tsuyu chiru ya
Musai kono no yi
Yô nashi to

Muere el rocío:
En este sucio mundo
¿Qué puedo hacer?

Flor de tristeza
Que se abre cuando el llanto
Del cielo empieza







Los dos amigos se miraron el uno al otro sin acabar de creerse que todo terminara así, sin un rastro, ni una miserable pista del destino de Hanako y Kasumi. Takeshi bajó la cabeza abatido y lloró desesperado. Taro le agarró del hombro transmitiéndole su afecto y Takeshi respiró hondo, muy hondo,  para terminar expulsando el aire en un grito de furia incontrolada. Las hojas muertas que aún descansaban en las ramas de los árboles empezaron a caer despacio, producto de la vibración del sonido y se deslizaron suavemente, meciéndose en la brisa, para cubrir las cabezas de los allí presentes.

En el momento del ataque Kazahaya supo que debía huir de inmediato, pues se encontraba tan borracho por culpa del sake que no hubiera podido defenderse, ni tan solo hubiera podido desenfundar la espada y mucho menos luchar y detener los golpes del rival; a decir verdad, hubiera huído de igual modo estando sobrio, su cobardía era ilimitada. Dejó a algunos de sus hombres en el campamento para que hicieran frente a los atacantes, conociendo que muchos se hallaban en pésimas condiciones debido al alcohol. Pero ese detalle para él, el genial estratega, no tenía la mayor importancia y abandonó a los miserables soldados en un último acto de traición.
Se detuvo frente a la tienda de las mujeres para alertar a Kasumi, era su superior y a él sí debía dar cuenta de los acontecimientos, pero no por lealtad, ya que no conocía el significado de esa palabra, sino por el temor a ser obligado a cometer seppuku si las cosas se torcían para su comandante en jefe. La escena que presenció le dejó atónito: ¡la mujer acababa de propinarle una durísima patada en la mandíbula a Kasumi, la muy perra!. Corrió hacia ella y logró sujetar su cuerpo, a punto de abalanzarse sobre el hombre estirado en el suelo. Ató sus manos y la condujo al exterior, donde uno de los soldados que lo acompañaban la obligó a subir a su caballo; consiguó despertar de la semiinconsciencia a Kasumi y le relató lo sucedido en el campamento. El Hijo de la Niebla se despejó de inmediato y se frotó la cara dolorida, ordenando la partida sin entretenerse ni un sólo minuto.
Kasumi y Kazahaya, portando como rehén a Hanako, abandonaron el lugar con una escolta de cinco hombres más.

Todos, absolutamente todos los hombres  Yanama y Hosokawa estaban desolados...la concubina había desaparecido y nada encontraron que delatara dónde la habían llevado, pese a que peinaron todo el perímetro del campamento minuciosamente. Únicamente hallaron un menuki, una réplica exacta de aquellos que Hanako regalara un día a Takeshi para que adornaran a Jigoku como amuleto portador de una valiente existencia como soldado. Takeshi apretó con fuerza el pequeño metal símbolo de las flores, perteneciente al emblema familiar de Hanako, y tanto apretó, que de su mano comenzaron a brotar hilos de sangre samurái.

La Flor estaba en estado de alerta, buscando la oportunidad de escapar como fuera de sus captores. Miraba a un lado y a otro buscando una salida a su situación, dado que no deseaba conocer el terrible destino que imaginaba para ella en compañía de aquellos demonios del Infierno. Le dolía terriblemente la cabeza debido al golpe sufrido durante su forcejeo con Kasumi...si hubiera tenido en sus manos la wakizashi que le regalara Ashikaga, ahora el Hijo de la Niebla estaría perdido en la Morada de las Almas Castigadas, el lugar a donde iban a pasar la Eternidad las almas infames, merecedoras de una vida de sufrimiento.
Casi al despuntar el alba, Hanako percibió más que vió debido al cansancio, que por la senda que transitaban apuntaban pequeños caminos espesos de follaje pero que conducían hacia alguna parte; decicidió que podría animar al caballo a adentrarse por alguno de esos caminos inhóspitos. Era un riesgo, sí, pero peor sería continuar hacia el cruel destino que suponía en manos de aquellos hombres.




Taro consoló a Takeshi como solo un hermano de armas podía hacerlo.
-Takeshi-san, la encontraremos.
-Creo que los dioses nos han abandonado hace tiempo.
-No es cierto y lo sabes. El clan Yanama ha ganado una gran batalla, la primera, porque bien intuímos que habrán más, esto no ha terminado. Pero Hanako no tiene nada que ver con esta guerra.
-Tú lo has dicho, Taro, nada tiene que ver, pero está en el centro de ella.
Y una vez dichas las palabras que eran tan ciertas como el sol que ilumina los cielos de su Tierra, Takeshi sintió una convulsión dentro, muy dentro de su corazón.  Y por primera vez en su vida, no supo qué debía hacer.

En el recodo que giraba hacia la izquierda del sinuoso camino, Hanako intuyó que ésa era su oportunidad. Acicateó al caballo clavándole los talones en los flancos y éste, sorprendido tras horas de caminata en calma, alzó los cuartos delanteros y se encabritó malhumorado por perturbar su tranquila andadura. Pero no corrió como Hanako esperaba, sino que la lanzó hacia atrás haciéndola perder el equilibrio. Sus manos atadas a la espalda la impedían agarrarse a la montura, a las riendas, a las crines del enfadado animal. La joven se sintió caer golpeándose contra las piedras del camino, enredándose en zarzas y arbustos, cayendo por la ladera del monte, como en una rueda sin fin, desapareciendo en la garganta del desfiladero próximo al mar...

Kasumi maldijo por todo lo alto, escupiendo rabia e indignación.
-¡Maldita perra!. Por todos los dioses de mi familia, espero que se haya roto el cuello, de lo contrario, le haré pagar esta treta con mi látigo y después le cubriré con sal las heridas.
-No te inquietes, Kasumi,-rió el general Kazahaya.-De seguro que no podrá sobrevivir a la caída.
-¿No entiendes, imbécil, que podemos perder el instrumento más preciado para negociar con el Shogún?. Creo que después de todo no eres tan buen estratega y tu suerte en el Go es regalo de los dioses. Si la perdemos, nuestra posición ante Hosokawa será débil y no tendremos un buen futuro, recuerda que se la ofrecí para que pudiera intercambiarla por los territorios más prósperos del shogunato. Si no conseguimos nuestro objetivo, ya conoces la ira del Señor Hosokawa...seremos hombres muertos y nuestros espíritus jamás alcanzarán la paz.
-Y, ¿qué hacemos ahora?
-¡Envía a tus hombres tras ella, estúpido!, si no deseas que tus tripas acaben rodando por el suelo como lo está haciendo la mujer.
Kazahaya temblaba por las palabras de Kasumi, pero ordenó a sus hombres que descendieran por el camino en el que la concubina había desaparecido.

Hoshi estaba desolada. Taro la observaba desde la distancia. La mujer se arrodilló para rezar a sus dioses y sintió deseos de consolarla, al igual que lo hizo con Takeshi poco antes. Se decidió, tomó aire y fue a su encuentro. Hoshi estaba tan concentrada en sus rezos que no escuchó los pasos que se acercaban tras ella, pero sí sintió su aroma, su presencia..."Taro, mi dulce general", pensó llena de una inmensa emoción que la traspasaba de la cabeza a los pies. Las manos de Taro acariciaron su nuca y Hoshi creyó morir de placer.
No rechazó la caricia y Taro se sintió audaz, tomándola por la cintura y alzándola del duro suelo. Besó su pelo fragante de humedad del bosque, frío como las estrellas portadoras de su nombre; se hundió en su cuello mientras sus manos acariciaban su piel bajo el kimono. La obligó a darse la vuelta para enfrentar sus ojos y la vida se abrió ante él...los labios de Hoshi se mostraron tímidamente, suspirando una caricia que tardaba en llegar. Taro avanzó con sus manos hasta hallar un calor desconocido. Todo el Universo se alió con ellos y la luna quiso cubrir de noche su primer encuentro. Se despojaron de sus ropas sin dejar de acariciarse y el general rindió homenaje a aquellos labios que le reclamaban.
-Hoshi, te amo, mi estrella, te deseo como jamás he deseado a nadie y te necesito en mi vida.-susurró Taro junto a su oído.
Hoshi, respondió plena de pasión:
-Soy tu horizonte y tu luz, tu estrella polar. Sígueme mi noble Taro, sígueme hasta que el amanecer del sol del Imperio apague mi estrella.
Taro se unió a ella y la obedeció como un ciego sigue a su guía en la oscuridad.


NAKIGOE 泣き声 : Llanto
SEPPUKU: Hara-kiri para los occidentales, ceremonia en la que una persona se quita la vida..
TARO : Primogénito varón.
HOSHI : Estrella.

Haikus:
Kobayashi Issa (1763-1827). Traducción de José María Bermejo.
"Paraguas". Alfredo Boni de la Vega -México- (1914-1965).

Este relato es propiedad de su autora y está protegido

jueves, 20 de mayo de 2010

RAN. Capítulo XVIII. "ATARI" 当たり. El Dominio de la Niebla

Shitagau ya
Oto naki hana mo
Mimi no oku
Obedecer
Aún las flores silenciosas
Al oído interior

En total silencio
La sombra rojiza
De la amapola

Kotori


La oscuridad se cernía sobre el campamento, lentamente y los árboles adquirían un aspecto fantasmagórico, como si se transformaran en espíritus dispuestos a atrapar las almas de los mortales que morirían esa misma noche. El general Kazahaya, hombre de confianza de Kasumi y varios soldados, entre los que se hallaban Yami y Usagi, todos desertores del clan Yanama y traidores al Shogún, disputaban tranquilamente una partida de Go; Kazahaya ganaba abiertamente a Yami y reía bravucón mientras tomaba su ya infinita taza de sake.
-Yami, te encuentras en kô, ¡hijo de perra!. Aléjate de mis piedras o morderán tu ojo cobarde*.-Kazahaya apuró la taza de sake y la aproximó al soldado que se encontraba a su derecha para que volviera a llenársela.
-Mi general,-respondió Yami con ira mal disimulada. -prepárate para mi watari, voy a machacarte y no podrás reaccionar ni aunque los dioses te sonrieran con su buena fortuna.-Te lo advierto, no me provoques o probarás la derrota.
Mientras los hombres jugaban, se retaban y bebían sin control, Takeshi y los suyos tomaban posiciones cada vez más cerca de los confiados soldados que, transtornados por el alcohol y bajo el ruido de sus risotadas, no percibían la amenaza que se adueñaba de la noche.

Taro soltó a la mujer, que se debatía furiosa pataleando e intentando agarrar los cabellos de aquel que casi la asfixiaba con su enorme manaza; giró para enfrentarse a aquel energúmeno que había osado tocarla y su brazó quedó inmóvil en el espacio, sin terminar de realizar el golpe previsto. Las piernas empezaron a temblarle de pura alegría y de...algo más. Relajó su cuerpo y la tensión que había experimentado hizo efecto en ella, provocando un llanto que no podía detener.
-Taro, has venido, creí que no volvería a verte,-dijo Hoshi entre lágrimas.
Taro, el veterano general, el hombre que no se amilanaba ante nada y ante nadie, sintió en ese momento una ternura inmensa y una especie de punzada en el corazón. Nunca nadie había llorado ante él sino fuera para suplicar por su vida; nunca nadie lo hizo solo por el hecho de volver a verlo. Se sintió tan conmovido que creyó que él también podría llorar, algo que no hacía desde que era un niño. Observó a Hoshi con el ceño fruncido, preguntándose si la actitud de la sirvienta significaba aquello que él deseaba que significara.
Porque Taro sintió que su corazón se abría con una luz jamás experimentada que podría iluminar su vida como nunca lo había sido antes, dejando atrás la oscuridad de un presente en soledad.
Hoshi se secó las lágrimas con las mangas del kimono y le gritó:
-¡Viejo bruto!, ¿es que no piensas decir nada?
Taro reía, feliz.
-Pero, ¿qué te pasa? Abro a tí mi corazón y tú, tú...¡te ríes! Oh, dioses, no sé por qué siempre me preocupo por tí, no te lo mereces, eres un desastre, mírate como estás, sucio, desastrado, y, y...
Taro la agarró por la cintura y la atrajo hacia sí tapándole la boca de nuevo.
-Shsssss, mujer, ¡cállate, por los dioses!, vas a alertar a todo el campamento. La miró a los ojos y Hoshi se sintió la estrella más perdida del universo. Nunca estuvo tan cerca de Taro, nunca había olido su aroma de verdad, únicamente en la distancia. Era tan dichosa, solo por tenerlo tan pegado y sentir su cuerpo junto al de ella. Taro estaba disfrutando de la situación, del sentimiento que le provocaba Hoshi, ese placer al estrecharla en sus brazos y desear no soltarla jamás.
Taro comprendió en ese momento que amaba a Hoshi y que su corazón pertenecía a la estrella más hermosa del firmamento.

Yami estaba furioso. Kazahaya iba ganándole terreno en el juego y sus piedras se hallaban ahora en una situación comprometida. El general estaba a punto de terminar la partida con su victoria. Realizó su siguiente movimiento y chilló de alegría:
-¡Atari!, ya te tengo, Yami, ya te tengo. Te lo dije, jamás lograrás vencerme.-El general solicitó otra taza de sake, la cual le fue servida de inmediato.
Yami golpeó con fuerza el goban y pidió a su vez más sake. Las piedras volvieron a repartirse para una nueva partida.

En el interior de la tienda las cosas se iban poniendo realmente feas para Hanako. Kasumi intentaba arrancarle el kimono con fuerza, mientras sus brazos la aprisionaban y ella no conseguía poner distancia al hedor de su aliento, un olor a humedad y niebla, a putrefacción, a frío y muerte. La aprisionó contra la dura pared y consiguió arrancarle el obi, el cinturón de seda que mantenía sus ropas ajustadas a su cuerpo. Sus pétalos se abrieron pero no eran para él, no, dioses, la flor no podía abrirse para el diablo. Arañó la cara de Kasumi en un intento por detenerlo, pero éste la abofeteó con rabia haciendo que su cabeza golpeara contra el muro. Hanako estaba aturdida y dejó de forcejear, percibiendo las asquerosas manos del hombre vagar por su cuerpo desprotegido. Se sintió abandonada, "Takeshi, ¿dónde estás?, Takeshi...", si dispusiera de una katana iba a comprobar su furia aquel desgraciado. Recuperó la cordura unos instantes para aprovechar que Kasumi había aflojado su abrazo para tocarla. Dobló la rodilla y le asestó un fuerte golpe en la entrepierna. "Voy a quitarte las ganas, hijo de la niebla", pensó y el soldado se dobló en dos, con el rostro en blanco y jadeando. Cayó de rodillas protegiéndose con las manos la zona dañada y Hanako le propinó una temible patada en la mandíbula haciendo que Kasumi se arqueara hacia atrás y su cabeza golpeara contra el suelo.



Taro escondió a Hoshi donde no pudieran encontrarla los rivales y aguardó a la orden definitiva de Takeshi. El general Tanako, líder de los Hosokawa indicó que estaba preparado.
"¡Atari!"
El grito de guerra resonó en el lago Mizûmi como un trueno en la tormenta, atrapando a los traidores ebrios y sin fuerzas. Aún así, los más sobrios consiguieron desenfundar sus katanas pero apenas podían sostenerlas. Las antorchas que asomaron repentinamente entre la maleza, portadas por el enemigo, no dejaban percibir movimiento alguno. Los traidores fueron asaltados por sorpresa.
Takeshi buscó a Yami, el reto difícil de las tinieblas. El oscuro guerrero fue el que abatió a Hiroshi, el generoso, con su arco infame; fue el que transportó a su fiel compañero al Paraíso y ahora lo tenía frente a frente. Sin dudar ni un instante despertó a Jigoku de su descanso y la alzó hacia el cielo. Cubrió sus ojos con ella aferrándola firmemente con ambas manos. Yami desenfundó su espada y se tambaleó de puro miedo al percibir la furia en los ojos de Takeshi. El golpe que recibió hizo vibrar su negro corazón y supo que ésa era su última noche en la Tierra.
Taro perseguía a Kazahaya, pero sus hombres le cortaron el paso. Usagi salió a su encuentro intentando demostrar un poco del honor perdido defendiendo al cobarde general. Taro se aproximó en calma con el sable apuntando al suelo. Cuando estuvo cerca, giró sobre sí mismo lanzando un grito que hizo temblar al monte. Usagi cayó con la cabeza seccionada.

La batalla fue rápida y únicamente contó con las bajas de los traidores, pero Kasumi no se hallaba en ninguna parte. Kazahaya había huído y Takeshi estaba acongojado, pues no sabía qué había sucedido con Hanako. Taro se aproximaba con la sirvienta detrás y el joven, ansioso, corrió a preguntarle:
-Hoshi, por los dioses, dime, ¿dónde está Hanako?,-preguntó con nerviosismo.
-Mi Señor, la Flor estaba en nuestra tienda, con el Hijo de la Niebla, no hace mucho...yo...
Takeshi corrió veloz hacia la tienda temiendo lo peor, con un mal presagio atenazándole el corazón. Taro lo seguía de cerca y entraron con las katanas en alto.
Pero no había ni rastro de Kasumi, ni de la Flor de Oriente...


ATARI 当たり : En el Go, una piedra o una formación se encuentran en 'atari' cuando están bajo amenaza de captura inmediata (similar al 'jaque' del Ajedrez). La posibilidad de avisar al contrario sobre tales situaciones, diciendo simplemente 'atari' es algo que debe ser acordado antes de comenzar a jugar. Es costumbre anunciar 'atari' a los principiantes.
KAZAHAYA : Viento débil.
YAMI : Oscuridad, tinieblas, penumbra
USAGI : Conejo.
GO : Juego de estrategia muy popular en Japón aunque su orígen es chino.
SAKE : Licor alcohólico destilado del arroz, bebida tradicional en Japón.
KÔ : Infinitud. Situación que se plantea en el juego de Go, en la que un jugador no puede capturar las fichas del adversario sin crear otro kô, debiendo realizar primeramente otra jugada en otro lugar del tablero; con esto se evita que las posiciones de las fichas en el tablero sean idénticas en dos turnos diferentes.
*Ojo : El Ojo es la fortaleza más impenetrable que existe en el Go. Cuando un jugador posee una formación de fichas que le permite tener un espacio vacío en el interior, se formará un ojo, el ojo es el punto clave que no puede atacar el rival y que permite a la fortaleza mantenerse, ya que colocar una ficha en éste sería suicidio.
WATARI : Jugada que se hace en la primera o segunda línea para conectar dos grupos.
GOBAN : Tablero del Go.

Nota de la autora: En este capítulo he querido empezar a describir un poco el legendario juego del Go, un juego milenario de orígen chino basado en la estrategia, introducido en el capítulo VII (Ônin No Ran). Juego que permite entrenar la memoria y otorga capacidad de concentración, visión de campo estratégica y que favorece el desarrollo de la mente y el pensamiento. Sus reglas son complicadas pero una vez familiarizados en él, es como el ajedrez para los occidentales. Se enseña en las academias militares por su alto grado de educación en estrategia.

Haikus:
Uejima Onitsura (1661-1738). Traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo.
"En total silencio". Mercedes Pérez Collado (Kotori) -El Reflejo de Uzume-.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido

miércoles, 19 de mayo de 2010

RAN. Capítulo XVII. "HANA" 花. La Flor de Oriente





Chichôge
Yoru mo kakorenu
Nioi kana

La flor del dafne
Ni de noche está oculta
Por su perfume








Los cincuenta hombres cabalgaban como uno solo.
Los otros cincuenta soldados, hombres de Hosokawa, los seguían de cerca cubriéndoles la retaguardia. Takeshi sabía donde retenían a Hanako, Kaze, el viento, le susurró la respuesta. Nada como las orillas del lago Mizûmi para ocultar la niebla y a su infame hijo. La bruma de sus orillas ocultaban la maldad del corazón del hombre que traicionó al Imperio.
La senda que conducía a la guarida de Kasumi resultaba difícil de atravesar. Pocos hombres se habían adentrado en sus dominios, temerosos de hallar una muerte segura.
Pero Takeshi no sentía miedo. Prefería mil veces la muerte a la locura de una vida sin la mujer que era la razón de su existencia, pues la vida ya no tendría sentido ni futuro sin ella y la niebla celebraría el triunfo de haber conquistado su corazón. No dejaría que eso sucediera, no mientras sus sentidos le indicaran que la flor seguía viviendo; no mientras su perfume guiara a todos sus sentidos hacia ella. Alzó con fuerza a Jigoku y la katana describió un círculo en el espacio para acabar cortando con furia los obstáculos que se interponían en su camino.

Los hombres de Kasumi observaban a Hanako con lujuria mal disimulada. La joven se sentía cada vez más incómoda y ya no encontraba un refugio donde esconderse de las miradas. La única mujer entre soldados, los cuales seguro que hacía mucho tiempo que no gozaban entre los brazos de una hembra. Porque eso es lo que era en esos instantes: una hembra con la que copular y no una mujer con sentimientos y pensamientos propios. Buscó a su fiel Hoshi, también asediada por las miradas lascivas. Las dos mujeres se refugiaron en la tienda que tenían asignada pero en ella tampoco encontrarían tranquilidad. Kasumi esperaba en el interior con una sonrisa en los labios que provocó un miedo intenso y real, muy real, en Hanako.
Kasumi se acercó a las mujeres y empujó con fuerza a Hoshi haciendo que ésta tropezara y cayera al suelo.
-¡Fuera!, sal de esta tienda y déjame a solas con tu señora-, gritó Kasumi.
Hanako intentó ayudar a incorporarse a la que, más que sirvienta, consideraba ya su hermana, pero un brazo poderoso se adueñó de su cabellera, apartándola con un brusco tirón de la mujer que yacía en el suelo.
-¡He dicho fuera!. No me hagas volver a repetirlo.
Hoshi se arrastró hacia la salida, sintiendo que todo giraba alrededor por el pánico que invadió sus sentidos. ¿Qué pretendía ahora aquel diablo sin escrúpulos?. No pudo hacer nada más salvo mirar al cielo y suplicar a los dioses para que a su ama no le ocurriera algo irreparable.

Los soldados de Yanama se acercaban sigilosamente a su objetivo, sus pasos avanzaban seguros entre la maleza, como una manada de tigres acechando a su presa. El campamento se hallaba sumido en un total silencio roto únicamente por los sonidos naturales del monte y de sus criaturas.
A una señal acordada por Takeshi, los hombres Hosokawa rodearon el perímetro en pocos minutos, agazapándose tras la maleza que les servía de escudo, las manos en la cintura dispuestos a desenfundar sus katanas ante el menor movimiento. Taro guardaba las espaldas de Takeshi, admirando al clan enemigo, ahora unidos en una misma causa y deseó que aquellos samurái se unieran algún día para luchar juntos bajo el sol del Imperio, como hermanos y no como rivales. Aguardó a que todos estuvieran en sus posiciones y con un gesto de arriba a abajo con la cabeza, indicó a Takeshi que aguardaban su siguiente orden.

Kasumi arrastró a la joven hacia el centro de la tienda que les servía de cobijo. Alzó su mano y le tomó la cara, acariciándola con rabia. Hanako intentaba separarse del hombre pero le resultaba difícil, sus manos eran poderosas y la estaban lastimando. El hombre la acercó hacia su cuerpo, apretándola contra sí, haciendo que su espalda se arqueara por la presión. Hanako sintió un asco profundo que subía por su garganta, provocándole arcadas. Sintió la excitación del hombre contra su cadera y susurró, más para sí misma que para el soldado, que antes muerta que atravesar el oscuro túnel que conduce al infierno.


Hoshi salió al exterior, asustada por lo que pudiera sucederle a su señora y escuchó un silbido, un sonido extremadamente familiar que hizo que todo su cuerpo se tensara y llenara de una inmensa alegría. Taro, debía ser el general, ese hombre tan noble por el que ella...desechó esos pensamientos, no podía pensar en esas cosas, no cuando la situación se había vuelto tan peligrosa. Miró a su alrededor pero no conseguía ver nada salvo los árboles que rodeaban el campamento, las tiendas y los...soldados...no habían soldados, ¿qué estaba ocurriendo?. En un instante que duró lo que tarda la mariposa en alzar el vuelo, sintió un brazo apoderándose de su cintura y una fuerte mano tapando su boca.


HANA 花 : Flor.

Haiku:
Tayojo (1772-1865). Traducción de Antonio Cabezas.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido

lunes, 17 de mayo de 2010

RAN. Capítulo XVI. "NANTONAKU" 何となく. El Vínculo del Amor

Ichiwa kite
Nakanai tori de aru

Hay un pájaro que ha venido
Y que no canta



Hoshi, la estrella que cuidaba y protegía a Hanako, se desvivía por ella.
Día a día y noche tras noche, dedicaba su atención y sus cuidados a la concubina hasta que ésta empezó a recuperarse de su herida. La mujer resultó ser una enviada de los dioses, pues poco a poco consiguió despertar el alma dormida de la flor de oriente.
Pero si bien su cuerpo se restablecía, el alma de Hanako se hallaba perdida en las tinieblas de la desesperación. Su espíritu inquebrantable acusaba la larga ausencia del soldado, aunque ella estaba segura que él la hallaría, de alguna forma y de alguna manera; es la ley de Nantonaku, el vínculo que une a dos seres iguales forjados en un mismo fuego, enlazados por toda la eternidad. Sólo debía esperar, aguantar como fuera preciso y...sobrevivir.

Takeshi seguía buscando sin descanso. Su instinto le indicaba el camino a seguir y la senda a través de la cual encontraría a su mujer. Los días posteriores al secuestro de Hanako se alió con la Tierra y con sus elementos para seguir su rastro y consiguió que hombres fieles al clan Yanama decidieran unirse a él; un pequeño ejército de cincuenta hombres, todos ji-samurái, soldados obligados a abandonar sus tierras para luchar, ofrecieron sus servicios al joven soldado, sintiéndose mitad ashigaru, soldados de a pie dispuestos a defender los derechos de los campesinos que habían quedado semiolvidados en la guerra Ônin, La Destructora. La lealtad en el grupo era incuestionable, pues muchos de ellos lucharon junto a su padrino, Kazuo, y junto a sus venerables amigos desaparecidos en el último combate. Taro, el veterano general que le salvó la vida, le acompañaba en su más importante misión.
La noche anterior a la partida para buscar a la flor, Takeshi recibió una visita inesperada.

Hanako decidió dejar de lamentarse por su desgracia y encarar la crueldad de su destino. No quería implorar piedad y no lo haría. Su capacidad de sufrimiento aún no había rebasado el límite y soportaría lo que los dioses tuvieran a bien ofrecerle, la vida o la muerte, pero no la humillación, eso jamás lo consentiría la que una vez fuera la favorita del Shogún de Japón.
Kasumi, en lo más profundo de su miseria esperaba la fama y la fortuna a través de Hanako. Su intención era entregarla al jefe del clan Hosokawa para que éste pudiera negociar con el gran señor Ashikaga; la preferida del gobernador sería una joya valiosa para un intercambio de poderes y conseguir una salida digna a la tan lamentable derrota del ejército rival.
Pero los dioses del Imperio no podían consentir tan ruines planes y decidieron intervenir en el destino de los hombres...



Hosokawa Katsumoto recibía la noticia del apresamiento de Hanako con furia y temor. Era la última canallada del traidor que le ayudó en el enfrentamiento con los Yanama. El Señor del clan Hosokawa había perdido la primera batalla pero no estaba dispuesto a perder también su honor de samurái. No podía consentir vivir una vida sin dignidad y debería soportar aún más años de lucha sin tregua, sin cuartel, dando lo mejor de sí mismo aunque estuviera equivocado. La Historia tendría su última palabra sobre ello. Supuso que los dioses estarían complacidos con la decisión que acababa de tomar y se dirigió al puesto de avituallamiento de Takeshi dispuesto a hablar con él.
Takeshi no esperaba tan singular visita. Que el enemigo se adentrara en su terreno para parlamentar no era algo habitual, pero quiso escuchar lo que el gran guerrero quería decir; le debía ese privilegio, no en vano podían solucionarse conflictos con la fuerza de las palabras y no con las armas.

Hanako tenía libertad para moverse por el amplio territorio controlado por Kasumi, pero se sentía continuamente vigilada y observada por sus hombres. La incomodidad de su situación no la impidió dejarse llevar por sus pensamientos y seguir caminando hasta el gran lago Mizûmi. Sus aguas transparentes de un azul pálido y débil reflejaban el gran cielo que cubría al país. Se asomó a su quieta superficie y percibió el lamento profundo del pueblo que clamaba por sus derechos, un pueblo que se ahogaba en su propia desesperanza, y se sintió triste, muy triste.

Hosokawa saludó a los hombres del ejército enemigo con una profunda reverencia. Los soldados de Yanama respondieron con igual solemnidad.
-Taro, Takeshi, he venido hasta vosotros arriesgando mi propia vida, pues es mi orgullo de soldado el que está en juego y no quiero perderlo.-El general aspiró hondo, le costaba trabajo continuar. -He decidido que ya basta de tanta traición, quiero ganar o perder en esta guerra sin artificios y sin trampas. Si bien el traidor buscó cobijo bajo mi familia, es ahora ella quien lo repudia por su bajeza. No quiero más tratos con él, no quiero que mi kamon se vea mancillado por su falta de honor.
-Sabemos cuáles son tus sentimientos y no esperábamos menos de tí, del gran Señor Hosokawa. Los daimyo pueden estar orgullosos de contarte entre ellos, Katsumoto-san, líder entre los hombres. Nosotros tampoco podemos perdonar la traición, bien lo sabes,- respondió Taro acercándose e intentando intimidarle con su formidable presencia.
-Por ello quiero hacer un trato con vosotros. No es justa la forma de ganar ventajas y privilegios de Kasumi. El hijo de la niebla deberá pagar por sus errores y yo quiero y debo ser la puerta que abra el proceso.
-¿Cómo lograrás tu propósito?,- alzó la voz Takeshi, nervioso. -¿Cómo, si puede saberse?.
Hosokawa lo miró firmemente y le respondió:
-Os indicaré dónde encontrar a vuestra flor.
-Ya sé dónde se encuentra, Katsumoto, mis sentimientos guiaron mi búsqueda, como Mangetsu, la luna llena, indica la ruta a los caminantes perdidos en la noche. No puedes decirme nada que no sepa ya.
-Bien, pues; entonces sólo me queda pactar una tregua contigo y ayudarte a recuperarla. Después todo volverá a lo que nos importa. La guerra volverá.
Takeshi le tendió la mano y habló despacio:
-Gran Señor, hagamos justicia con los inocentes. El resto que lo decidan los dioses.
Ambos guerreros apretaron sus brazos en señal de paz, de honor y de dignidad. Por un breve tiempo serían aliados en una causa común, la búsqueda y el rescate de la concubina. Hosokawa no deseaba que una mujer se interpusiera en los acontecimientos, y no por la posibilidad de que fuera perjudicial para su causa, sino porque jamás permitiría que alguien sin escrúpulos se aprovechara de la debilidad de un inocente.
Hoy, el clan Yanama y el clan Hosokawa eran aliados.
Mañana se enfrentarían a muerte.



NANTONAKU :  "De alguna forma", "Sea como sea". (Ver el relato Nantonaku).
JI-SAMURÁI : Samuráis que abandonan las armas para trabajar las tierras y son llamados a la batalla, debiendo atender ambas cosas, las tierras y la guerra.
KAMON : Emblema del clan.
DAIMYO : Señores feudales al servicio del Shogún -gobernador de Japón-.

Haikus:
Taneda Santôka (1882-1940). Traducción de Vicente Haya, Hiroko Tsuji.
Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

jueves, 13 de mayo de 2010

RAN. Capítulo XV. "KANASHIMI" 悲しみ. El Sentimiento del Samurái



Ochizama ni
Mizu koboshikeri
Hanatsubaki

Cae del árbol
Y derrama su agua
Una camelia


Un día más
De la noche y la flor
Brota el rocío
Kotori




La desolación reinaba en el lugar e invadió su alma; se adueñó de sus sentimentos y pensamientos, no dejando espacio para nada más, nada que no fuera la flor y el jardín que crecía en su interior desde que la conoció.
No podía vivir sin ella, el pecho se le encogía a cada inspiración y le faltaba el aire al pensar en una larga vida sin ella. No quería vivir si no era con Hanako, no quería, no lo deseaba, sólo suspiraba por una muerte rápida si no lograba reunirse con ella de nuevo. Debía encontrarla, arrancarla de los enemigos que la retenían como el agua de lluvia necesaria para calmar la sed...la sed de venganza, el único sentimiento del que Kasumi era capaz de hacerse dueño. Porque quien estaba detrás de la desaparición de la concubina era el hijo de la niebla, de eso estaba Takeshi completamente seguro.
Kamikaze se aproximó a su dueño, pateando el suelo con fuerza, indignado por no haber llegado a tiempo para impedir que se llevaran a la flor. Takeshi acarició la testuz del animal y apoyó su frente contra la del caballo para animarlo.
-No es culpa tuya, amigo. Ni aún cuando los dioses te hubieran otorgado alas habríamos llegado a tiempo. Esto no es más que una prueba para nosotros. Ella sigue viva, lo sé, lo presiento,-Kamikaze relinchó con furia-; concentrémonos en buscarla y aceptemos lo que el destino nos depare y acatemos las decisiones de los dioses.

Hanako despertó con una fuerte punzada de dolor en la espalda. Estaba herida, eso era evidente, pero no podía calcular la profundidad del corte ni si la carne abierta había sido invadida por la infección. Solo debía esperar a que alguien viniera a ayudarla, a curar su herida y a informarla de su situación. No sabía quién se la había llevado, apartándola del camino a Kyoto, a su corazón. Necesitaba respuestas pero intuía que sólo un hombre estaba tras su desaparición. Sus ojos confirmaron sus pensamientos cuando Kasumi entró en la tienda donde descansaba. Se acercó a la mujer y la volvió contra el suelo para observarle la espalda. Era una tigresa con ojos de gato, fuerte y luchadora, pero él se encargaría de que no volviera a rebelarse, doblegando sus ansias de matarlo y su espíritu indomable.
Hanako apartó con desprecio la mano del hombre que la tocaba. La indignación se reflejó en su mirada y Kasumi estalló en una estruendosa carcajada, provocando náuseas en Hanako, quien tuvo que realizar un esfuerzo considerable para no abofetearlo.
-Preciosa flor, pronto tu rebeldía será sometida y únicamente sentirás deseos de servirme. Eso sucederá antes, mucho antes de que tu soldado pueda encontrarte, si es que lo consigue.- Kasumi rió de nuevo y Hanako percibió la crueldad en su rostro y la veracidad de sus afirmaciones. Estaba dispuesto a todo el muy...cerdo, la escoria del pueblo, del ejército. Ni tan siquiera se le podía comparar a un ladrón, o a un asesino. No existía nada peor en este mundo que un soldado sin honor, un hombre capaz de la más alta traición, un ser al que no le importaba ver morir a su gente, por ambición y riqueza. Por ello sería condenado a muerte, si lograban detenerle las fuerzas del shogún, menguadas por la batalla contra Hosokawa. A éste le importaba bien poco el destino del hijo de la niebla. Le había ayudado, ciertamente, pero su deslealtad hacia los suyos le producía repugnancia. Hosokawa aceptó la moneda de cambio que Kasumi le ofrecía; pensó que, al menos, podría asegurarse un futuro digno, pero como guerrero fiel al código samurái no estaba seguro y se sentía incómodo. No era la forma en que actuaba un samurái, así que dejó que los sucesos futuros le dieran la respuesta.



Hanako se sentía débil y estaba segura que la fiebre comenzaba a invadir su cuerpo. Con los ojos semicerrados percibió una figura que se acercaba hacia ella y le tocaba la frente...Hoshi, su fiel sirvienta estaba junto al camastro intentando sanar sus heridas. Ah, Hoshi...gracias a los dioses estaba a salvo...y... cayó en una profunda inconsciencia.

Takeshi observaba el lugar buscando pistas, algo que pudiera conducirlo al lugar donde retenían a Hanako. Sus ojos vislumbraron el brillo de un instrumento afilado, una wakizashi impregnada en sangre. Por los dioses, si Hanako estaba herida, si se hubieran atrevido a tocarla...les arrancaría el corazón con sus propias manos y jamás permitiría que sus almas descansaran en paz.
Debía concentrarse, confundir su esencia con la madre naturaleza para poner en evidencia al enemigo y perseguirlo hasta el mismísimo infierno.

Aspiró el aire puro del monte, se dejó llevar por los sonidos del bosque. Kamikaze resopló al sentir la presencia de los elementos que componen la sustancia del Universo. El agua se tornó inquieta en pequeños remolinos que atraparon las formas de vida de Mizûmi, el gran lago al pie de Hiei. La tierra se abrió en pequeños surcos de temblor, transmitiendo la energía que habita en su interior. El fuego de Kazán, el volcán, fue absorvido por el brillo mortal de Jigoku, la poderosa katana. Kaze, el Viento, le trajo el olor de la niebla indicando al adversario.
Takeshi desplegó todos sus sentidos y abrió su mente al Dairokkan.
Sabía dónde buscar a la flor.


Hanako sufría por Takeshi. Poco le importaba el dolor de su herida, estaba preocupada por él. Ni siquiera podía imaginar la situación en la que se hallaba, ¿o si?. La calentura de su cuerpo le impedía pensar y apretaba los dientes para amortiguar los manejos de Hoshi sobre su espalda.  La niña flor derramaba su sangre, su rocío de invierno entre las manos de la estrella que la cuidaba.
Kasumi la visitaba continuamente para asegurarse que se restablecía. La necesitaba viva para llevar a cabo sus planes, y la mortificaba susurrándole en mitad de la fiebre que pronto tendría a su enemigo al alcance y que lo destrozaría con sus propias manos. La imagen del cruel soldado se confundió entre sueños con Hebi, la serpiente, cuyas fauces devoraban a todos...hasta que un jinete resplandeciente como el sol que ilumina el imperio cortaba su cabeza en mitad del caos.
Hanako despertó sobresaltada y sonrió.
Takeshi venía a por ella y restablecería el orden.


KANASHIMI 悲しみ : Tristeza.
MIZÛMI : Lago.
KAZÁN : Volcán.
JIGOKU : Infierno.
DAIROKKAN : Sexto sentido.
HEBI : Serpiente.

Haikus:
Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de Teresa Herrero, Jesús Munárriz.
"Un día más". Mercedes Pérez Collado -Kotori- "El reflejo de Uzume".

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

lunes, 10 de mayo de 2010

RAN. Capítulo XIV. "KONDÔ" 混同. El Reino de la Niebla




Kagerô ya
Me ni tsukimatou
Warai gao

En las tinieblas
Lo que ronda mis ojos
Es su sonrisa

Niebla en el bosque
Temblando oigo el chasquido
De lo invisible





Los pocos rayos del sol empezaban a menguar dando paso a la luz intensa de la luna, mientras Hanako se ocupaba en empaquetar sus cosas y las herramientas que habían sido trasladadas a la pequeña cabaña en mitad del monte para ayudar a los heridos en combate. Se sentía extrañamente inquieta, con los nervios a flor de piel. Pensaba que había sido una locura quedarse a esperar a los últimos heridos de la batalla, debía haber marchado junto a Takeshi y la comitiva fúnebre. Era tarde para arrepentirse, lo hecho, quedaba en el pasado; pero no entendía el desasosiego que se apoderaba de ella, cada vez más intenso, como si creciera en su pecho a medida que la luna llena se acomodaba en el cielo.
Hoshi se encontraba en el exterior preparando las monturas y ajustando el equipaje sobre ellas. La noche era tan silenciosa, y todo estaba tan tranquilo que sintió miedo, un miedo inexplicable.
Gracias al silencio percibió con total claridad el chasquido de ramas quebrándose y el ruido de unos pasos que intentaban aproximarse sin hacer ruido, pero que se traicionaban y se delataban a cada segundo en que la luna se asomaba en el claro cielo sin nubes. El ruido, tan pequeño, resultó sin embargo ensordecedor al romper el sagrado silencio del monte.
Hanako contuvo la respiración y extrajo del baúl que tenía a su lado la wakizashi que una vez le regalara su señor Ashikaga. Las mujeres no utilizaban espadas de soldados, pero durante su entrenamiento en artes marciales quiso poseer una de esas armas y el shogún le concedió el capricho. Todas las concubinas y mujeres de palacio sabían luchar tan fiera y dignamente como los hombres, aunque utilizaban otras armas como la naginata. Pero Hanako dedicó horas a entrenarse con la wakizashi, pues le permitía más soltura en los movimientos y era apropiada para la lucha en lugares cerrados, como suponía que estaba a punto de ocurrir. Sus brazos se tensaron y su mano asió firmemente la empuñadura. Cerró los ojos para percibir la procedencia del enemigo y rezó a los dioses.
Arashi, la espada corta, brilló con fuerza atrapando el primer rayo de luna llena, dispuesta a combatir.


Las sombras de los muertos en la estancia de Shinda continuaban su danza entre las frías paredes de piedra. La esencia de las almas se mezclaba una y otra vez con el humo del incienso y de las flores quemadas, en una comunión que las elevaba al cielo juntos, almas y humo, esposas y maridos, en un último viaje de búsqueda del infinito. El alma de Kazuo, convertida en fiero dragón, permanecía aún ante los ojos de Takeshi, mirándole con sus ojos amarillos, agresivos, su lengua asomando a través de sus labios cerrados, transmitiéndole el mensaje de alerta y de continuidad en el conflicto. En un instante rápido como el rayo que anuncia tormenta, la figura del dragón sufrió un espasmo, una contracción dolorosa que provocó un vómito de humo negro, presagio o certeza de que algo grave acababa de ocurrir. El humo negro se habituó al aire y al espacio de la estancia y se transformó en una flor. El joven soldado sintió la daga del temor atravesando a su corazón y tembló de miedo: Hanako estaba en peligro.
Inclinó la cabeza ante el dragón mientras su figura se evaporaba y diluía entre las sombras de los muros de Shinda, elevándose hacia el cielo.
Obligó a su cuerpo a tomar impulso en el inicio de una carrera frenética en busca de Kamikaze. Debía volver a la cabaña del monte deprisa, cuanto antes. Escuchó la voz de su padrino a su lado susurrándole: "Deprisa, musuko, deprisa, corre, corre..."

Hanako desvió el primer golpe con Arashi y se tambaleó, chocó contra la pared golpeándose el hombro y apretó los dientes para no gritar. El soldado que surgió de entre las sombras la miró con desprecio y se dispuso a golpear de nuevo. Esta vez la concubina sabía lo que debía hacer y no la tomaría por sorpresa. Ejecutando una vuelta entera sobre sí misma, desplegó su brazo velozmente, describió un arco perfecto perpendicular a su cuerpo y cortó la garganta de su oponente; éste cayó de rodillas sujetándose el cuello, agonizando, con una mirada de incredulidad clavada en los ojos de la mujer.
Hanako escuchó un ruido sordo a su espalda y supo al instante que un nuevo enemigo se cruzaba en su camino. Giró el sable dos veces, con un movimiento de muñeca que recordaba a la ceremonia del té, danzando en el espacio. La hoja produjo un sonido zumbante al cortar el aire, y en rápido movimiento de arriba a abajo, el sable encontró el estómago del enemigo. Lo clavó con fuerza, ensartó el cuerpo y extrajo la vida de su dueño.
La flor de oriente respiró fuertemente para recobrar el aliento, y se preocupó por Hoshi, "dioses, no permitáis que nada malo le haya sucedido, por favor...", y no pudo pensar más. Dos hombres se adentraban en la pequeña cabaña y Hanako echó de menos no disponer de una segunda arma con la que defenderse. Hizo acopio de todo su valor y se enfrentó a los soldados. Atrapó el golpe de la katana de uno de ellos, giró para evitar el ataque del siguiente sable, y sintió un dolor lacerante en la espalda.
Sintió que el suelo cedía bajo sus pies, las figuras de sus enemigos se hicieron cada vez más borrosas y el mundo dejó de existir.
Kasumi, el hijo de la niebla, sonreía feliz. Ahora tenía en sus manos una joya muy valiosa. Con la concubina podría negociar y alcanzar grandes ventajas, podría dominar el corazón del joven samurái que osó intentar matarlo en el campo de batalla. Sí, grandes caminos se abrían para Kasumi. La luna iluminó su cruel sonrisa.

Takeshi cabalgaba a lomos de Kamikaze y no le hacía falta espolear al caballo para que éste volara; siempre hacía honor a su nombre. Los malos presagios vislumbrados en Shinda se afianzaban en su corazón. Las cosas no estaban bien, nada bien, y sabía que nada podía hacer para impedir que el destino se hiciera cargo de los acontecimientos y de las vidas de aquellos a los que amaba.
No llegaría a tiempo, la idea retumbaba en su cerebro como el chasquido de la presencia de una fuerza invisible. No llegaría a tiempo, pero juró por todo lo que era sagrado en su vida, que pondría las cosas en su lugar, aunque hacerlo le costara la vida...


KONDÔ 混同 : Confusión.
NAGINATA : Cayado, espada de hoja curva con mango muy largo. Para la mujer samurái es el equivalente a la katana del hombre.
ARASHI : Tormenta.

Nota de la autora: Es cierto que las mujeres que vivían en el palacio, ya fueran sirvientas, concubinas o esposas reales, eran entrenadas en artes marciales, como si se trataran de hombres soldado, puesto que su misión no sólo consistía en servir y dar hijos al shogún, sino también en proteger su vida llegado el momento. Existieron famosas mujeres samurái, de las que un día hablaré. El arma utilizada por estas mujeres era la naginata, la hoja curva con mango muy largo, que equivalía a la katana del hombre. Las mujeres samurái eran tan aguerridas, fuertes y nobles como los hombres, a veces, incluso más, pues eran capaces de suicidarse para que sus esposos afrontaran el combate sin ataduras emocionales. Esto es algo que en Occidente es impensable. Para más información, ver el relato "Naginata".


Haikus:
Kobayashi Issa (1763-1827). Traducción de Antonio Cabezas
José Luis Parra

Este relato es propiedad de su autora y está protegido

jueves, 6 de mayo de 2010

RAN. Capítulo XIII. "EIEN" 永遠. El Vuelo de las Almas



Kyô made wa
Mada han-zora ya
Yuki no kumo

Yendo hacia Kyoto
Cubrían medio cielo
Nubes de nieve


Pensando en la muerte
Un pájaro cruza
Delante del sol
Kotori




Takeshi aferró con fuerza su katana. Jigoku despertó nuevamente a la vida bajo el tacto de su dueño, y su poder se adueñó del samurái, del aire y del espacio, de la mente, del cuerpo y de la vida, de la muerte y del más allá, pero sobre todo de justicia, del deseo de paz y futuro. Un guerrero con honor y respeto no siente deseos de venganza, únicamente desea que el orden de las cosas vuelva a su estado natural.
Y eso era lo que pretendía Takeshi, devolver las cosas a su estado primigenio, antes de que Ônin, La Destructora, se adueñara del caos existente y reinara durante largo tiempo. Eso, y no la venganza, era ahora objetivo y parte fundamental de su existencia, como Jigoku, como Hanako, como dejar que el dolor por la pérdida se adueñara de su cerebro para permitir a su corazón encontrar la paz. Sólo así habría un futuro digno para todos, cuando todo estuviera en su lugar.

Ajustó Jigoku a su cintura. Sora, su wakizashi, se acomodó a su lado cual fiel esposa. Akuma, su tantô, permanecía oculto tras las armas principales.
Buscó su kabuto, el casco protector y lo llenó de incienso. Hanako introdujo en él un pequeño paño de seda perfumado; en el caso de que la cabeza del soldado fuera decapitada, su aroma se esparciría con el viento, para un pronto encuentro con los dioses. El samurái miró a la flor y se perdió en sus rasgados ojos presos de una tristeza infinita. Se inclinó y la besó con dulzura, y con ansia, queriendo retener su espíritu. Acarició sus mejillas húmedas y la besó de nuevo en la frente, aspirando el aroma a limón de sus cabellos.
-Debes regresar a palacio, dejo a hombres de confianza contigo, ellos te acompañarán.
-Tengo miedo, no por mí, sino por tí, ¿cómo sabré que estás bien?.-Hanako no deseaba separarse del soldado.
-Confía en mí, te quiero más que al sol del Imperio, nada malo te ocurrirá.

Miró al cielo y montó con dificultad a Kamikaze, aún no repuesto del todo de sus heridas. Se colocó sobre la cabeza la estructura de metal, incienso y seda, miró a la mujer, a su mujer, una vez más, y gritó golpeando los flancos del caballo:
-¡Rumbo a Shinda, rumbo a palacio!
Y dejó a su corazón en medio del monte, desolada.



La comitiva fúnebre continuó su camino hacia la capital, con paso lento, al ritmo de tristeza que marcaban los caballos. La senda tampoco facilitaba el camino, plagada de arbustos, matorrales, espinos y altos árboles que ocultaban la luz del sol; sólo unos pequeños rayos del astro rey conseguían traspasar el espeso follaje, iluminando de tanto en tanto el camino. Takeshi estaba abstraído en sus pensamientos, en cómo iba a terminar esta guerra absurda. La victoria se había decantado por el clan Yanama, a favor del cual entregó su espada y su vida. El hijo de Ashikaga asumiría el poder, no su hermano. Aún así no estaba satisfecho, los campesinos habían pagado un alto precio para un final que tampoco aseguraría una mejora en sus vidas.
Realmente, se hallaba desolado, por el pueblo, por la barbarie sin sentido y por la necesidad de tener una vida tranquila junto a la mujer que amaba...deseaba una familia propia que diera sentido a todo aquello, una esperanza de futuro.
La vanguardia de la comitiva, adelantada en un par de días de marcha, reapareció en el horizonte para asegurar que el camino a Kyoto estaba despejado de enemigos, aunque pocos de éstos quedaban ya. La gran muralla protectora de la ciudad se hacía visible tras ellos.
Por fin alcanzaron la capital del Imperio.









El palacio del shogún era la mayor fortaleza que habían contemplado sus ojos. Hermoso y fuerte en su estructura, contenía en sus muros toda la majestuosidad que alzaban sus paredes, sus estancias y jardines llenos de sauces, buganvilias, sakuras en flor, almendros y árboles frutales, crisantemos y un sinfin de hermosas flores que le trajeron a su mente la imagen de su propia flor. Mas que un palacio, el imponente edificio se asemejaba a un templo, un recinto sagrado donde homenajear a sus muertos. Era el palacio una puerta hacia la Eternidad, propiedad de los héroes en tránsito hacia el cielo de sus antepasados a través de Shinda, el camino de los muertos, la estancia donde velarían los cuerpos caídos en combate.

Los caballos con su carga gloriosa traspasaron la puerta Eien, arrastrando sus pezuñas y caminando en un triste vaivén, danzando al compás del lamento y del cántico de las mujeres de palacio convocadas para la solemne ceremonia. Uno a uno, los cadáveres fueron descabalgados de sus monturas y fueron alzados en hombros por sus compañeros de armas, siendo finalmente depositados en el gran altar que sería su plataforma para alcanzar la eternidad. Las mujeres quemaron incienso, tanto, que la estancia pronto se vio invadida por una suave y perfumada neblina con aromas a azahar, sakura y limón. Los kabuto, los cascos protectores de cada uno de los soldados que dieron su vida por el Imperio, fueron rociados con las cenizas que se desprendían de las flores quemadas, para que su llegada al Más Allá estuviera rodeada de los olores de su tierra, la que tan noblemente defendieron.
Los cuerpos de los héroes se recubrieron con mortajas blancas, lino puro para abrigarlos, color de vida en la muerte. Sus espadas cortas se ajustaron a sus cinturas, y las mujeres, las concubinas del shogún, depositaron flores frescas en sus pechos.
Los amigos en el combate asieron con respeto las katanas que representaban las almas de sus compañeros, besaron con lentitud pasmosa el filo de cada una de ellas, ya sin brillo, y procedieron a emparejarlas con sus dueños, como si de una ceremonia nupcial se tratase. Unieron las manos muertas a las empuñaduras y se arrodillaron en señal de un profundo respeto, rodilla en el suelo, y, en mitad de un enorme silencio, unas ligeras sombras comenzaron a ascender de entre los muertos.
La penumbra de las horas tardías del atardecer consiguieron que las sombras danzaran contra los muros de Shinda, logrando perturbar los ánimos de los allí presentes. Takeshi miraba, maravillado, el vuelo de las almas hacia la eternidad. Sus ojos vislumbraban un trozo del cielo prometido, y, en su visión, escuchó palabras traídas a través del viento:
- Takeshi, ahijado, cuida de tu pueblo. Sigue luchando por lo que es justo, lleve el nombre que lleve. Ai shiteru, musuko.
La sombra se revolvió contra la fría pared y formó la silueta de un dragón fiero abriendo sus fauces.
Takeshi comprendió. Aún no había acabado todo.
Aún quedaba una larga lucha.


EIEN 永遠 : Eternidad.
JIGOKU : Infierno.
SORA : Cielo.
WAKIZASHI : Segunda espada del samurái, más corta que la katana, se utiliza en espacios cerrados.
AKUMA : Diablo.
TANTÔ : Cuchillo corto, daga.
SAKURA : Cerezo, árbol emblemático de Japón.
AI SHITERU : te quiero.
MUSUKO : Mi hijo.

Nota de la autora: Por más que he buscado, me ha sido imposible encontrar referencias sobre los funerales y enterramientos de los samurái. Todo el ritual que he descrito es fruto, pues, de mi imaginación, pero creo que bien podrían haber sido así, ¿no es cierto?. De todas formas, perdonad mi atrevimiento si realmente fueron muy distintos, esto es sólo mi modesto homenaje hacia una época y unas creencias maravillosas.

Haikus:
Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de Antonio Cabezas.
"Pensando en la muerte". Mercedes Pérez Collado -Kotori-. El Reflejo de Uzume.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

lunes, 3 de mayo de 2010

RAN. Capítulo XII. "SHINDA" 死んだ. El Camino de los Muertos.


Yuku ware ni
Todomaru nare ni
Aki futatsu

Qué distinto el otoño
Para mí que voy
Para tí que quedas







Pájaro muerto
¡Qué agonía de plumas
En el silencio!


Mientras Hanako y Takeshi continuaban disfrutando con el reencuentro tantas veces esperado, aún quedaban soldados luchando en el campo de batalla, cansados, doloridos y sobre todo, heridos física y emocionalmente.
Muchos hacían grandes esfuerzos por levantar su sable, pero el cansancio les tenía exhaustos tras horas de lucha. Yanama Sôzen estaba agradecido por la victoria y no persiguió a Hosokawa y a sus hombres; ellos mismos buscarían una salida con honor. Pero Kasumi, ese traidor, debía ir a buscarlo y presentarlo ante el shogún, para obligarlo a cruzar las puertas del infierno, lo único que merecía aquella escoria. El cobarde había huido a las primeras de cambio junto con varios de sus leales seguidores. ¿Leales?, aquellos hombres no conocían el significado del término, pero daría con ellos así los dioses quisieran que fuera su última misión en la Tierra.
Mediante la ayuda de sus samuráis subió los cuerpos de Kazuo, Tetsu y los demás muertos en combate a lomos de sus caballos, a fin de trasladarlos a Shinda, la cámara fúnebre del palacio del shogún Ashikaga, para rendirles un último homenaje a los valientes que dieron sus vidas por el país.
En cuanto estuvieron preparados los caballos, partieron hacia Kyoto. Hasta los animales parecían ser conscientes de lo que transportaban, piafando tristemente y avanzando con la testuz baja, mirando al suelo. En cambio, los compañeros de armas caminaban con la cabeza muy alta, orgullosos de acompañar a sus amigos, a sus espíritus, para contemplar el vuelo de sus almas al infinito. El camino prometía sombras de pesar y luces de alegría.

Takeshi se recuperaba con esfuerzo. Ilusionado y feliz, quería ponerse pronto en pie para poder abrazar a Hanako, montarla en Kamikaze y salir en busca de paz, pero intuía que aquella era sólo la primera batalla, y que nuevos vientos de furia se avecinaban. No sabía qué había ocurrido en la contienda y estaba impaciente por tener noticias. Hanako se acercó con un poco de agua para que bebiera el soldado y, cuando lo miró a los ojos, se ruborizó por lo ocurrido la noche anterior, su comportamiento un tanto, ¿desvergonzado?, al tomar ella la iniciativa, la había sorprendido tanto como a Takeshi, pero éste, al notar el color en el rostro de la mujer, sonrió pícaramente, haciéndole saber que estaba encantado con su comportamiento.
-Espero que vuelva a repetirse-, sonrió ya, francamente divertido.
-Cc...có..., cómo dices?-, se sobresaltó la concubina, y el color rojo de su rostro se hizo aún más intenso.
-Digo que puedes tomarme cuándo quieras, que me dejaré...- y soltó una larga carcajada mientras Hanako le lanzaba el agua a la entrepierna.
-Esto para que se te enfríen un poco las ideas y...otra cosa-, lo miró enfadada.
Takeshi, riendo con ganas, se incorporó pese al dolor en el costado, la agarró por la cintura y la obligó a tenderse junto a él. Su mano se deslizó a través de la tela del grueso kimono hasta encontrar su piel de melocotón. La besó en los labios, profundamente y le susurró cerca de su boca sin dejar de sonreir:
-Mi vida, seré tuyo para siempre, si tu me dejas que seas mía hasta mi muerte.
Hanako suspiró de puro placer y abrió sus pétalos para el samurái.

Los hombres Yanama habían recorrido un largo camino y avistaron a unos pocos metros el lugar perdido en el monte donde esperaban encontrar al joven soldado Takeshi aún con vida, sin sospechar cuánta vida tenía en esos momentos.
Avisaron de su presencia a los de la cabaña con un grito especial, contraseña que daba a entender que la presencia era amiga y no debían temer. Hoshi acababa de llegar con provisiones para la cena y se acercó para dar la bienvenida a los hombres. Saludó con una reverencia y con un gesto de sus manos, les indicó que accedieran a la humilde estancia.

Sôzen indicó con un gesto a sus soldados que se detuvieran y descansaran. Takeshi, en alerta desde que escuchara el grito familiar avisando de presencia amiga, se esforzó en levantarse y acudir al exterior, expectante por conocer lo sucedido en el campo de batalla. Se derrumbó cuando reconoció las monturas de Kazuo y Tetsu, y de tantos otros amigos que yacían sin vida sobre ellas. Un profundo dolor atravesó sin piedad el corazón del soldado, lacerante, sin darle tregua para respirar; un dolor tan intenso que le hizo caer de rodillas y doblarse en dos. Reprimiendo las lágrimas que amenazaban con ahogar sus ojos, sus sentidos, logró ponerse en pie, Hanako le ofreció su cuerpo como apoyo al ver su congoja. Anduvieron poco a poco hasta los caballos, hacia los cuerpos de sus hermanos. Takeshi acarició el negro cabello de Tetsu y la espalda de Hiroshi, ambos muertos con pocas horas de diferencia, ambos aún calientes, apenas la vida los había abandonado. Asió los brazos de los dos amigos y los unió con el suyo, simbolizando el lazo de camaredería y amor fraterno que los unía y lloró...no por ellos, que ya descansaban en el paraíso de los héroes, sino por él, por la pérdida y la soledad que su muerte significaba.. Porque cuando el ser querido muere no lloramos por él, quien ya disfruta de una vida mejor, sino que lloramos por nosotros mismos, por los que nos quedamos, incapaces de asumir la pérdida y la soledad que conlleva, y por los años venideros sin la presencia de los que hemos amado alguna vez.
Se separó de los cuerpos, respirando hondamente y saludó con honores militares a todos los que alguna vez lucharon a su lado y no volverían a hacerlo jamás. Cuando se aproximó a la montura de Kazuo y a su cadáver, inspiró hondo y lanzó un lamento al aire, tan profundo y denso, que todas las criaturas del monte Hiei temblaron de temor y respeto. Sostuvo la mano de su padrino y besó los dedos que tan firmemente sostuvieron a Kaji, la katana que le salvó la vida, Kaji, la que ahora descansaba en la silla del caballo con un brillo apagado en su filo. La katana moría junto a su dueño y señor.



-Quiero acompañaros para rendir homenaje a mis compañeros y a mi padrino-, dijo solemnemente Takeshi dirigiéndose a Sôzen. -Permitidme el privilegio-, suspiró.
Sôzen se agitó sobre su montura, nervioso y respondió al soldado:
-Takeshi, debido a tus heridas, no creo conveniente que nos acompañes en es...
--¡He dicho que os acompañaré, así los dioses quieran que muera en el camino!.- Takeshi apenas respiraba debido al temblor que se había adueñado de él.
Yanama Sôzen no dejó de admirar la templanza y el tesón del joven soldado.
-Así sea, pues! Tomemos rumbo hacia Shinda...rindamos honores de vida a nuestros muertos!... Ya tendremos tiempo, así la eternidad nos lo conceda, para perseguir a los traidores y hacer justicia en nombre del Imperio y de los que dieron honorablemente su vida por él. Que el viento nos sea favorable a todos...me ni wa me, ha ni wa ha...


SHINDA : Muerto.
ME NI WA ME, HA NI WA HA : Versión japonesa del "ojo por ojo, diente por diente".

Haikus:
Masaoka Shiki (1867-1902). Traducción de Justino Rodríguez.
Juan José Domenchina (1898-1959).

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.