O-KAERI NASAI

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lunes, 28 de septiembre de 2009

KIMI O AI SHITERU


Yugure wa
Kumo no hatate ni
Mono zo omou
Amatsu sora naru
Hito wo kou to te


A la hora del ocaso
Las nubes se alinean como estandartes
Y pienso:
Esto es lo que significa amar
A uno que vive más allá de mi mundo





"Amo a un hombre único, tierno, poderoso y salvaje."
"Amo porque mi corazón me susurra que debo amar, deber que se impone a mi razón."
"Amo a un ser libre que no debe nada a nadie y que vaga errante dejando surcos en mi alma, vientos en mi cara, mariposas de vivos colores en mi vida solitaria."
"Amo, porque debo amarlo..."

Los campos de arroz estaban preparados para dar su fruto y los colectores venidos de todas las provincias circundantes se afanaban en buscar su sustento, ofreciendo sus manos y su trabajo.
Los hombres se dispersaron en las cuatro direcciones del viento, con pasos firmes y rápidos y agradeciendo a los dioses el resultado de sus esfuerzos a lo largo del duro año.

Takeshi, el recién llegado, terminó sus oraciones y se levantó el último, dejando que sus compañeros avanzaran primero hacia los campos abiertos, donde descansaba el preciado arroz.
Sus pensamientos eran oscuros e impenetrables, sumidos en la neblina de otros tiempos, en recuerdos de otra clase de servidumbre.
Tiempos de guerra, de luchas, de vencidos y vencedores.
Tiempos de cambio de otra clase de esclavitud.

En mitad de sus evocaciones sobre un pasado cercano, alzó su mirada perdida y vio flores hermosas empezando a brotar a los lados del camino.
Una de ellas era diferente, más bonita que las demás, más enigmática y fragante, más llena de vida...
Miró a la mujer que caminaba entre la hierba húmeda, sus pies enredándose con los tallos de amapolas en flor, y con su sombrero de forma cónica ajustado en la cabeza, propio de las mujeres del campo.
Sus ojos... no podía distinguirlos con la claridad reinante del sol, pues los cubrían la sombra que le proporcionaba la paja que formaba el entramado de su sombrero de laboriosa trabajadora del arroz.

Takeshi detuvo su marcha y se quedó absorto, mirándola, rogando por que la mujer alzara la cabeza y lo mirara a su vez.

Ella era Kiharu, la noble dama que un día vistió kimonos de seda, la que perdió un mundo de antiguo esplendor. La que no reclamaba nada de lo que antaño fue suyo, sino la que agradecía el solo hecho de continuar viva.

Y en su ensoñación sintió una mirada cálida traspasando su viejo sombrero que le cubría los ojos, y sintió el impulso de alzar la cabeza y observar qué era lo que provocaba una reacción insólita en la mujer a la que todo le resultaba indiferente.

Así que, lentamente, echó el cuello hacia atrás y miró al horizonte...
Vio al hombre cercano a ella, al Ronin que la miraba descaradamente pero con respeto. A ella, una gran dama, o lo que quedaba de ella, en mitad de aquellos campos salvajes.

Sintió un repentino fuego abrasando sus pies, sus finos tobillos, sus muslos, su pecho, instalándose definitivamente en su rostro, tiñéndolo de un rubor sofocante y dejándola sin aliento.

El hombre de pelo largo, negro y brillante, que la miraba, que tenía frente a frente, despertó en ella, con sus negros ojos, un sentimiento único que desconocía, y sus manos comenzaron a temblar, lo que hizo que las escondiera tras la espalda.

El guerrero sin rumbo continuó mirándola, dejando que sus sentidos siguieran conociéndola, incomodándola, vagando por sus curvas como los rayos del sol pasean sin permiso a través de los rincones del mundo.
Porque para él, ella ya era su mundo.

Kiharu recobró la cordura y ordenó a sus piernas dar media vuelta y correr hacia la seguridad de su pequeña habitación, en la que se refugió, cerrando la puerta con fuerza, recostándose en ella y respirando con dificultad.
Mientras intentaba desprenderse de la mirada de aquel hombre atrapada en su piel y movía su cuerpo intentando escapar del sentimiento extraño que ocupaba ahora su corazón, le pareció recordar un brillo extraño en los ojos del ronin y el esbozo de una media sonrisa en sus labios.

Sus ojos... su sonrisa...

Todos los días a partir del encuentro transcurrían del mismo modo, en el mismo punto del camino, a la misma hora, los mismos minutos, bajo el mismo sol, bajo el influjo de los mismos sentimientos, día tras día...

La recolección del arroz tocaba a su fin.
Cuando el último grano fue recogido y almacenado, los trabajadores de los campos organizaron una gran fiesta.
Takeshi se miró al espejo que presidía su pequeña habitación y ordenó su negro cabello recogiéndolo en una cola de caballo, alisó sus ropas con sus callosas manos de duro trabajo y dura lucha y colgó en su cintura a sus fieles compañeras, su katana y su wakizashi, amigas en antiguas batallas.

Kiharu se miró en el espejo, herencia de sus antepasados, se ajustó el obi y enfundó en su cintura su naginata.

Ambos, hombre y mujer, salieron de sus humildes aposentos y se alejaron del ruido ensordecedor producido por la alegría del final de la cosecha.
Ambos, hombre y mujer, se dirigieron al punto de encuentro donde se conocieron, atraídos por un imán invisible, poderoso e irresistible.
Llegaron al mismo tiempo y se detuvieron en el mismo instante.

Takeshi habló:
- Soy un ronin, un paria, un errante sin Señor, sin hogar y sin futuro. No puedo ofrecerte, prometerte, ni darte nada, salvo mi vida, mi corazón y mi último aliento. -

Kiharu sostuvo su mirada y respondió:
- Soy una desterrada, mi mundo terminó y estoy sola. Soy una mujer abandonada y sólo puedo darte mi alma, mis pensamientos y mi último suspiro. -

Finos copos de nieve comenzaron a inundar los campos, pero un fuego abrasador inundó sus miradas.
Todo se lo habían dicho, y todo fue entregado.
Se acercaron el uno al otro como nunca antes se habían atrevido a acercarse, y se despojaron de sus armas, de sus ropas, uniendo sus vidas errantes, sin patria.

Su único país y universo fue el que ellos construyeron esa misma noche.
En el silencio, uno de los dos, o ambos, quién sabe, pronunció "kimi o ai shiteru".

Sus caminos perdidos se encontraron en un cruce sin retorno...

KIMI O AI SHITERU : Te quiero, te amo.
RONIN : Samurái que ha perdido al Señor al que sirve y vaga errante ofreciendo sus servicios como mercenario.
KATANA : Sable largo, espada del samurái.
WAKIZASHI : Segunda espada, más corta, que acompaña al samurái.
OBI : Cinturón que sujeta el kimono.
NAGINATA : Espada corta utilizada por las mujeres samurái.


Este relato es propiedad de su autora y está protegido

domingo, 20 de septiembre de 2009

NAGINATA



Oshikaraji
Kimi to tami to no
Tame naraba
Mi wa Musashino no
Tsuyu to kiyu tomo


Sin rencor
Si es por vos, mi Señor,
Y por vuestro pueblo
Desapareceré con el rocío
En la llanura de Musashi


Princesa Kazu, 1861






La medianoche se instaló en el palacio del Shogún trayendo con ella una noche tan cerrada, tan negra y tan oscura, que pareció que sobre el cielo volaran todos los negros cuervos del mundo llamados a reunirse sobre los cielos de Edo, la nueva capital del Imperio que a partir de esa noche hermética sería conocida como To-Kyo, dispuestos a ser testigos del cambio en la Historia.
El temible y poderoso Señor del Sol Naciente, sol que se ocultó desde hacía horas para abandonarlo a su destino, junto con sus hombres, se hallaba solo en la gran estancia que dominaba el sagrado recinto de los dioses, más allá de los jardines de los arces y buganvillias en flor, morada de sus antepasados.
Rezaba por su alma buscando la Luz, deseando que todo terminara en ese instante, dispuesto al último y definitivo ataque que pondría alas en sus manos y en su poderosa katana, La Eterna, la que acompañaba a todo samurái en su existencia y en su último viaje.
El silencio se adueñó del tiempo y del espacio...
A través de la bruma espesa en la que su mente se había introducido, en un letargo de meditación indefinido, el gran Señor creyó escuchar unos suaves pasos en la lejana distancia.
Venían a buscarlo, pero no sintió miedo, sólo un deseo apremiante de que lo encontraran pronto, sin más demora, para terminar con la agonía que le empujaba a no querer seguir viviendo más tiempo del necesario en el nuevo mundo que se avecinaba.
Los pasos eran silenciosos, apagados y cortos, muy cortos, más propios de una mujer que de los soldados que aguardaba desde hacía horas.
Una anciana encorvada por el peso de los años y el paso del tiempo se aproximaba a las dependencias donde el Shogún meditaba en sus últimos momentos, sigilosa e invisible bajo un negro velo de seda.
Se apoyaba la anciana sobre un liviano y extraño bastón, confeccionado con madera de bambú y que adoptaba una rara forma curvada, resultado del peso del cuerpo de la mujer proyectado en él a lo largo de los años. Arrastrándose gracias a la resistencia del duro material, a duras penas llegó hasta la gran puerta tras la que todo un antiguo y grandioso universo se desmoronaba por momentos.
Otoko, La Guardiana, se apoyó en el muro que exhibía el emblema de su Señor, el Crisantemo Azul, el símbolo de una antigua dinastía pronta a extinguirse, los dueños ambiciosos de un mundo único que ella conoció tan bien.
Y supo que moriría esa misma noche junto a él.
La anciana dejó caer el bastón y permitió a su espalda encorvada arrastrarse contra la pared, dejó que descendiera hasta el suelo, hasta sentarse en él, inclinando la cabeza para descansar la frente en la fría superficie y entonces, estiró las piernas con un suspiro de puro cansancio, físico y mental.
Su espíritu estaba tan cerca de su señor...


Sintió cómo la esencia que le pertenecía traspasaba la puerta cerrada y se enfrentaba a la del hombre encerrado en la habitación, percibiendo de nuevo ese vínculo que los unió desde el primer día en que se vieron por primera vez.
Pero debía continuar su misión y llegar hasta el final, completando el círculo que enlazaba sus vidas, Notó en su pecho el frío de la negra noche, acechándola y vigilándola, al igual que hacían los negros cuervos.


Cerró los ojos y su conciencia, todo su ser, se trasladó al principio de los tiempos que formaron su existencia, al inicio de la vida de su otro yo como Okiyo, la señora, la favorita del shogún, aquella que trajo un soplo de aire fresco y nuevo al invierno de Edo, arrancando flores prematuras en los sakura de los jardines del Palacio de las Nueve Primaveras, y en el corazón del hombre más poderoso del Imperio.
Cuando sus pequeños pies se posaron en el suelo del jardín, dejando atrás el palanquín que la transportaba, el corazón la sumió en un estado de trance... se arrodilló frente al hombre, se inclinó hasta tocar con su frente las frías piedras que la recibían con toda su humedad invernal, con la nieve acumulada desde hacía horas, las mismas que el gobernador llevaba aguardando su llegada.

Sus manos se apoyaron en la superficie helada y sintió el frío traspasándole las entrañas, el mismo frío que sentía al pensar qué le depararía el destino y cuál sería su nuevo futuro. En realidad, no era más que el miedo instalado en su mente hacia lo desconocido, miedo abriéndose paso en su nueva realidad, y entonces, de pronto...
    El hombre le habló, le ordenó alzar la cabeza y mirarlo a los ojos, algo impensable, condenado con la pena a muerte.
    Su corazón se paralizó por el terror hacia lo inesperado.
    Apretó las manos con fuerza hasta que no sintió la sangre circular por ellas, y levantó la mirada, tímidamente, al cielo.

    El viento helado del norte levantó su negro y largo cabello extendiéndolo como el abanico sagrado de una geisha, etéreo, suave y fragante, y su aroma a jengibre y áloe se extendió en el espacio, alcanzando a los aromas de las flores del jardín, ocultándolos, exterminándolos, hasta que no quedó más que su perfume de mujer.

Sus temblorosas manos apartaron los mechones que se enredaron en sus ojos, ocultando la visión del hombre que iba a ser su dueño. Pero antes de volver a bajar la mirada, vislumbró la brillante luz de unos ojos parecidos a los suyos, negros y penetrantes, cuya inteligencia adivinó en la oscura y directa mirada.
Percibió una complicidad unida a algo indefinido... admiración y reconocimiento, sintiéndose en ese momento como un ser igual al hombre que la miraba...

La anciana abrió los ojos despertando de su ensoñación y sintió de nuevo el frío atenazándole el corazón.
Se irguió con dificultad al escuchar unos pasos atronadores, fuertes, botas duras abriéndose paso entre los muros del Palacio.
Sintió el peso de los acontecimientos y el sentimiento de la llegada del instante final de su mundo. Los soldados alcanzaron las estancias interiores y los muros retumbaron al compás de sus rápidos pasos...

Otoko cerró de nuevo los ojos musitando una plegaria ancestral, invocando a sus dioses. En el momento en que un rayo cegador surcó el cielo de la antigua Edo, su cuerpo se agitó, se puso rígido y la curvatura de su espalda se difuminó y se perdió en el inicio de una fuerza desconocida, dando paso a un cuerpo joven, fuerte y lleno de vida.
Se arrancó con un ademán furioso el velo negro de seda que cubría su rostro, y asomaron dos ojos felinos, rasgados, fieros y brillantes, estandartes de una juventud inusitada e inesperada, regalo de los dioses.

Recogió el bastón del suelo sobre el que apoyaba sus pasos y lo alzó al cielo en la negra noche del dominio de los cuervos, quitó el extraño envoltorio que lo acompañaba y un brillo esplendoroso y único reflejó la luz de la luna encontrando el mágico y suave acero de la alabarda, la fiel y hermosa hoja curva mortal, la Protectora de vidas inocentes.

Alzó la naginata y la observó con detenimiento. Sintió su hoja desafiante como símbolo de la vida que las mujeres de su raza acunaban en sus curvados vientres, su amiga, su confidente, su madre y hermana.
Su eterna compañera...

La tomó y la alzó a la altura de sus finos ojos rasgados, suspiró y sintió su fuerza emanando de su empuñadura.
Su corazón estaba en paz, su espíritu en calma.

Sujetó la naginata con furia y se dispuso a dar su vida por su mundo y por su Señor...














NAGINATA : Espada corta de hoja curva, con mango largo, arma utilizada por las mujeres samurái, equivalente a la katana de los hombres.
SHOGUN : Señor feudal, gobernador de Japón.

EDO : Antiguo nombre de Tokyo.
KATANA : Sable japonés.
SAMURÁI : Guerrero al servicio de un señor feudal.
SAKURA : Cerezo, emblema de Japón.
GEISHA : Mujer de las artes.


Nota de la autora: Este es un relato libre sobre una época de cambio en Japón: el fin de la era Tokugawa, de los samuráis como concepto "romántico" medieval, la decadencia de unas costumbres arcaicas en las relaciones entre hombres y mujeres, costumbres machistas, donde las mujeres eran consideradas esclavas y se las vendían al shogún desde niñas para ser sus sirvientas, o en el mejor de los casos, sus concubinas, gozando de una vida lujosa pero encerradas en una jaula de oro, rígida y encorsetada vida. Mujeres, que, sin embargo, eran educadas y adiestradas en artes marciales, para proteger al Shogún y a su forma de vida, mujeres capaces de enfrentarse a bandidos, soldados y a las peores desgracias que pudiera depararles la vida, gracias a la Naginata, el arma de las mujeres samurái, La Protectora de un mundo diferente ya extinguido.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido

martes, 8 de septiembre de 2009

SHAMISHEN


Nanika taranai
Mono ga aru
Ochiba suru


La sensación de que algo falta...
Caen las hojas




La puerta de la Okiya resultaba apenas visible a través de la fría, oscura y gris niebla de principios de noviembre, heladora de caminos inhóspitos e inexplorados, de finales de un siglo de misterios y tradición, de duras calles de ciudades, y de arbustos expectantes de silenciosos senderos, supervivivientes en una atmósfera inquietante que invitaba a abrigarse hasta la más mínima superficie de piel.
En ese mismo instante, en que las gotas de rocío se helaron hasta convertirse en escarcha, un sonido cruel y aterrador se escuchó en un tono agudo, como el filo mortal de una katana.
Un sonido que atravesó la estancia y el aire, más rápido que la velocidad del viento, más mortífero que el giro del sable acudiendo a su objetivo y acertando de pleno en su centro vital.

La música que escapaba de la okiya era espantosa...

Obedecían los dedos ejecutores de tan siniestra melodía a las órdenes y dictados de los diablos del inframundo, infractores de los suaves cánticos de los ángeles.
Y se escuchó por toda la estancia la voz de la Okasân:

- Si respetas al Karyûkai, tu vida y tu blanco cuello, déja de hacer sufrir nuestros oídos, déja de martirizar nuestras mentes y nuestra sensibilidad con tu necia forma de tocar. Nadie como tú osó profanar de forma tan descarada un instrumento tan bello y apreciado por nuestro Hanamachi y por los demás existentes en todo Japón.-

La aprendiz de Geiko bajó los ojos avergonzada y suspiró admitiendo su derrota. Jamás conseguiría dominar el venerable Shamishen. Jamás arrancaría de él las notas armónicas y preciosas, necesarias para que las mujeres del arte bailaran y transmitieran los sentimientos y tradiciones de un legendario pueblo.
No sería capaz de seguir a sus antepasadas, sería una deshonra para la familia y no merecería el título de Atotori.
Sus manos eran incapaces de continuar el virtuosismo de sus hermanas en el manejo del difícil y complicado instrumento.

Se sintió triste, llorosa y abatida...

Sus ojos se inundaron con lágrimas de súplica y susurró una plegaria al Universo y a su Obâsan, la guardiana de la Fuente de la Sabiduría y el Rencor, protectora de las Maiko de Gión Kobu desde tiempos antiguos.
Su muda súplica traspasó el espacio y el tiempo, su blanco cuello sintió un escalofrío y su cuerpo comenzó a temblar. La marca en "v" de su nuca se desdibujó con la suave brisa del amanecer.

Aturdida, deseó salir al exterior y abrió, de rodillas, siguiendo el ritual, la fusuma que la mantenía alejada del mundo. Escuchó el rumor de las aguas de la Fuente, y sintió su llamada cálida y tranquila, proveniente de sus quietas aguas.

Se aproximó lentamente a ella, con pequeños y pasos cortos, como le permitía su estrecho kimono rakka, y entre sus sedosos pliegues percibió la brisa suave de otoño, la misma brisa que decían haber sentido antes otras aprendices buscando la Sabiduría. Se aproximó a la Fuente, cristalina y azul.

Se asomó a su superficie y sus ojos se abrieron asombrados por la visión que le era otorgada... finas y doradas púas para arrancar sonidos al Shamishen flotaban en el agua, ofreciéndose a sus pequeños dedos, preparadas para ser utilizadas y acariciadas, para arrancar melodías que los viejos dioses esperaban de un instrumento milenario.
No sabía que hacer, asombrada como nunca, embelesada mirando las púas en las aguas de la Sabiduría.

En ese instante, la mariposa azul proveniente del Sakura, testigo de la historia de las Maiko de Gión, de innumerables pruebas de aprendizaje, se acercó y revoloteó en las mangas del kimono, buscando cobijo, y habló con voz profunda e imperceptible, voz que sólo una flor del Karyûkai podía escuchar, voz conocedora del alma humana y esa voz habló:

- Tómalas, no temas, ellas te ayudarán a arrancar las notas más bellas y afinadas del Shamishen. Pero sólo si tus manos están limpias, podrás acariciar su esplendor y recorrer tus dedos por su esencia, llegando así a su alma y a su corazón.-

La aprendiz miró sus manos y las consideró sucias, indignas de tocar un instrumento tan bello, no aptas para tan alta misión, y retrocedió cautelosa unos pasos, tropezando con sus okobo contra las duras piedras que rodeaban la fuente.

Recuperó el equilibrio y volvió a mirar sus manos, blancas y pálidas. Pensó en retirarse y volver a su oscura habitación, pero la llamada de la fuente era tan intensa... quería las púas, quería arrancar notas divinas al Shamishen, así que, pensó que debía lavar primero sus sucias manos antes de coger las brillantes estrellas del agua que la ayudarían en su deseo.

Aseó sus manos, las frotó y perfumó, tras lo cual no quedó ni una mota de suciedad. Al intentar alcanzar las púas, la Fuente volvió a hablar con el espíritu de la obâsan:

- Musume, mi dulce aprendiz, has desterrado tus errores por un deseo de perfección. Las púas son tuyas y ellas te seguirán al tocar tus canciones cuando rasgues las viejas cuerdas del Shamishen. Nunca tus manos acariciarán algo tan bello. Únicamente te pido que toques siempre la melodía que nazca de tu corazón y que sigas a tus sentimientos. Cuando dudes, yo estaré contigo...-

La Maiko entendió el sentido de las palabras de la Fuente. Sus limpios dedos los observó como nuevos instrumentos mágicos que arrancarían notas impensadas y nuevas de un instrumento sabio y antiguo.
Lo que en un tiempo fue música del diablo, en unas torpes manos, se convirtió en música celestial limpiando los errores del alma.

El sonido infernal se convirtió en susurros de ángeles en un cielo de horizontes rasgados...


SHAMISHEN : Instrumento tradicional japonés de forma cuadrangular que se toca con una púa. Es una de las artes que aprenden las Maiko (aprendices) para llegar a ser Geisha.
OKIYA : Casa donde viven las Geishas.
KATANA : Sable japonés.
OKASÂN : Dueña de la Okiya.
KARYÛKAI : "Mundo de la flor y del sauce". Mundo de las Geishas.
HANAMACHI : Comunidad de Geishas.
GEIKO : Geisha en el dialecto de Gión Kobu.
ATOTORI : Geisha heredera de la Okiya en la que trabaja.
OBÂSAN : Abuela.
MAIKO : Bailarina, aprendiz de Geisha.
GIÓN KOBU : Distrito de la ciudad de Kioto, donde existen muchas comunidades de Geishas.
FUSUMA : Puerta corredera que separa las diferentes habitaciones de una casa.
KIMONO RAKKA : Kimono de otoño.
SAKURA : Cerezo, árbol venerado en Japón, su flor es el emblema nacional.
OKOBO : Sandalias muy altas que utilizan las Maiko.
MUSUME : Expresión que significa "Hija mía".

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.