Qué verde el bosque, qué oculto el sol
Qué hermosa la noche,
la luna, el sauce y la flor
(Carolina)
Érase una vez, en un lejano tiempo de un Japón oscuro y sombrío, donde los samuráis dormían pegados al frío acero de su espada, donde los señores feudales regían los destinos del Imperio y las geishas cantaban a la mañana arropadas bajo vestidos suntuosos, en ese tiempo de desencuentros y pasiones violentas, vivía una joven cuyo único deseo era estudiar como los hombres, acceder al conocimiento de las cosas que le estaba prohibido por su condición de mujer.
En ese tiempo remoto sus horas de juegos y estudio eran compartidas con los habitantes del frondoso bosque, denso y silencioso, que se alzaba majestuosamente en el horizonte, más allá del arroyo que cruzaba la propiedad del Shogún a quien servía desde que nació, o más exactamente, desde que su razón la hizo comprender cuál era su destino y cómo podría cambiarlo, intentando quebrantar lo menos posible las reglas por las que su vida y el mundo se regían hasta entonces.
El bosque se convirtió, con el paso de los años y sin quererlo apenas, en su refugio natural y necesario confidente. El tiempo allí transcurría despacio y placenteramente, sin sobresaltos. A escondidas, tomaba prestados los libros de la gran biblioteca de su Señor, volúmenes vetustos, pesados y polvorientos con los que apenas podía cargar. En la profunda quietud del bosque los abría, los acariciaba y aspiraba su olor.
Después de este ritual los leía en voz alta y memorizaba las enseñanzas que de ellos se desprendían, las hacía suyas procurando retenerlas y escribía sobre ellas. Historias de hombres, mujeres, pueblos y sucesos, todo era asimilado por su mente y todo era atesorado en algún rincón oculto de su memoria, esperando que el recuerdo escondido viera la luz algún día.
Y todo el Saber acumulado durante años transformó su modo de entender las cosas. El conocimiento provocó en ella el deseo de saber más, de querer alcanzar la luna, volar a las estrellas y adentrarse en la flor. Leer aquellos mágicos libros la trasladaron a épocas remotas y distintas y la hicieron forjarse una opinión propia sobre la realidad de las cosas. Fue consciente del Saber adquirido en esas horas de soledad, viajando en el tiempo a través de miles de hojas amarillas.
-"Watashi wa gakusei desu", se dijo en un murmullo y los animales del bosque asintieron con un movimiento imperceptible de sus cabezas.
En ese instante, el bosque, su misterioso compañero, su refugio infantil y todos los que moraban en él, se convirtieron en cómplices de sus sueños, las ramas de los árboles la abrazaron, la arroparon las raíces de los sauces, las verdes hojas le dieron sombra y le permitieron ver los rayos del sol. Las piedras y guijarros del suelo le ofrecieron su apoyo, las aves crearon un techo para cobijarla, abejas laboriosas trajeron miel para su sustento, ciervos, osos y conejos abrigaron su cuerpo, mariposas y colibrís de increíbles colores abanicaron sus alas para darle frescor, un samurái cerró el camino al bosque y el halcón alzó el vuelo más allá de las blancas nubes para vigilar su descanso...
Se fue quedando poco a poco dormida, el inicio de una sonrisa cruzando el rostro. Estaba en casa, en su querido bosque.
El bosque de los sueños... cumplidos.
SAMURÁI: Guerrero al servicio de un Señor feudal
SHOGÚN: Señor feudal, gobernador de Japón en la Edad Media
WATASHI WA GAKUSEI DESU: Expresión que significa "soy estudiante"
Relato dedicado a Sidel
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