O-KAERI NASAI

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martes, 28 de abril de 2009

EL BOSQUE DE LOS SUEÑOS






Qué verde el bosque, qué oculto el sol
Qué hermosa la noche,
la luna, el sauce y la flor

(Carolina)



Érase una vez, en un lejano tiempo de un Japón oscuro y sombrío, donde los samuráis dormían pegados al frío acero de su espada, donde los señores feudales regían los destinos del Imperio y las geishas cantaban a la mañana arropadas bajo vestidos suntuosos, en ese tiempo de desencuentros y pasiones violentas, vivía una joven cuyo único deseo era estudiar como los hombres, acceder al conocimiento de las cosas que le estaba prohibido por su condición de mujer.

En ese tiempo remoto sus horas de juegos y estudio eran compartidas con los habitantes del frondoso bosque, denso y silencioso, que se alzaba majestuosamente en el horizonte, más allá del arroyo que cruzaba la propiedad del Shogún a quien servía desde que nació, o más exactamente, desde que su razón la hizo comprender cuál era su destino y cómo podría cambiarlo, intentando quebrantar lo menos posible las reglas por las que su vida y el mundo se regían hasta entonces.

El bosque se convirtió, con el paso de los años y sin quererlo apenas, en su refugio natural y necesario confidente. El tiempo allí transcurría despacio y placenteramente, sin sobresaltos. A escondidas, tomaba prestados los libros de la gran biblioteca de su Señor, volúmenes vetustos, pesados y polvorientos con los que apenas podía cargar. En la profunda quietud del bosque los abría, los acariciaba y aspiraba su olor.
Después de este ritual los leía en voz alta y memorizaba las enseñanzas que de ellos se desprendían, las hacía suyas procurando retenerlas y escribía sobre ellas. Historias de hombres, mujeres, pueblos y sucesos, todo era asimilado por su mente y todo era atesorado en algún rincón oculto de su memoria, esperando que el recuerdo escondido viera la luz algún día.

Y todo el Saber acumulado durante años transformó su modo de entender las cosas. El conocimiento provocó en ella el deseo de saber más, de querer alcanzar la luna, volar a las estrellas y adentrarse en la flor. Leer aquellos mágicos libros la trasladaron a épocas remotas y distintas y la hicieron forjarse una opinión propia sobre la realidad de las cosas. Fue consciente del Saber adquirido en esas horas de soledad, viajando en el tiempo a través de miles de hojas amarillas.

-"Watashi wa gakusei desu", se dijo en un murmullo y los animales del bosque asintieron con un movimiento imperceptible de sus cabezas.
En ese instante, el bosque, su misterioso compañero, su refugio infantil y todos los que moraban en él, se convirtieron en cómplices de sus sueños, las ramas de los árboles la abrazaron, la arroparon las raíces de los sauces, las verdes hojas le dieron sombra y le permitieron ver los rayos del sol. Las piedras y guijarros del suelo le ofrecieron su apoyo, las aves crearon un techo para cobijarla, abejas laboriosas trajeron miel para su sustento, ciervos, osos y conejos abrigaron su cuerpo, mariposas y colibrís de increíbles colores abanicaron sus alas para darle frescor, un samurái cerró el camino al bosque y el halcón alzó el vuelo más allá de las blancas nubes para vigilar su descanso...

Se fue quedando poco a poco dormida, el inicio de una sonrisa cruzando el rostro. Estaba en casa, en su querido bosque.
El bosque de los sueños... cumplidos.


SAMURÁI: Guerrero al servicio de un Señor feudal
SHOGÚN: Señor feudal, gobernador de Japón en la Edad Media
WATASHI WA GAKUSEI DESU: Expresión que significa "soy estudiante"

Relato dedicado a Sidel

Este relato es propiedad de su autora y está protegido

lunes, 20 de abril de 2009

EN MUSUBI






Kimi nakute
Makoto ni taidai
No kodachi kana

Sin tí demasiado enorme
sería el bosque











El Ronin desenvainó su sable y observó el filo a la luz del sol poniente. Un destello brillante recorrió la hoja desde la base hasta la punta cegando sus ojos por unos instantes. Apartó la mirada y observó a la mujer, segura, valiente, y se aproximó a ella dejando tan sólo un leve espacio entre sus rostros, el suficiente para que sus alientos se mezclaran en uno solo.
La miró directamente a los ojos y sintió como si su propia espada le atravesara el corazón, produciendo un estallido de calor, estremecedor y único, y sus labios empezaron a temblar sin permitirle pronunciar una sola palabra, ni emitir un suspiro. Sólo percibió la tensión insoportable apoderándose de su cuerpo y pensó, por un segundo, que ése sería un buen momento para morir...

Ella sostuvo su mirada, sus sentidos en alerta esperando el próximo movimiento. Sus manos, temblorosas, se aferraron a sus ropas como si en ellas encontrara el apoyo necesario para no caer y mantenerse en pie. Se recostó contra la fría pared pero no la sintió así, pues un fuego inaudito, incomparablemente intenso que no había sentido jamás la invadió por entero y por un segundo pensó que empezaría a arder...
Siguió mirándolo a los ojos y su corazón dejó de latir y toda su hermosa cara se tiñó de rubor y no pudo impedir que sus labios se entreabieran, dejando escapar un murmullo incomprensible y un leve gemido.
Se inclinó hacia el hombre y aspiró su olor a tierra, sudor y sangre y una de sus manos se alzó unos centímetros para tocar su rostro, pero se contuvo un efímero instante, el mismo que él aprovechó para rozarle la muñeca con un toque de seda en sus dedos. Fue entonces cuando ella pensó que ése sería un buen momento para morir...

El guerrero dió unos pasos hacia atrás conteniendo el aliento, y elevó su sable hacia ella. La hoja produjo un sonido peculiar al cortar el aire, imitando el zumbido de un insecto libador. El extremo del arma apuntó directamente a su blanco y fino cuello desnudo dejándola sin respiración, pero sus años de disciplina se impusieron frente a la agresión y mantuvo la calma, serena e impasible, a la espera del momento final en el que todo terminaría.

Pero el momento no llegó, el tiempo se había detenido y se preguntó si en ese instante el soldado podía leer sus pensamientos, tan íntimos, tan cálidos y prometedores...
De repente, en un rápido movimiento que atrapó la luz del sol, sintió la fría espada rasgando sus vestidos y percibió la caricia de la ropa sobre su piel cayendo por sus costados.
No se movió, no intentó ocultarse. Se mostró con orgullo sintiéndose vencedora, y él se acercó despacio y la cubrió en un abrazo de rendición, como la oscuridad cubre a la luz y la noche abraza al día.
Y no hubo más espacio entre ellos que el de sus destinos encontrándose...

EN MUSUBI: Encuentro de Destinos, matrimonio
RONIN: Samurái, guerrero sin señor feudal convertido en mercenario
Este relato es propiedad de su autora y está protegido

martes, 14 de abril de 2009

SAYONARA


La lluvia caía en desorden, caótica, en incesante vaivén de furia desencadenada mojándola hasta las entrañas. Tropezó con el empedrado del suelo gris y enfiló sus pasos con prisa, acelerando hasta alcanzar la velocidad máxima de huída en dirección al puerto donde anclaba la flota del enemigo. Consiguió vislumbrar a través de la lluvia torrencial el palo mayor del navío más poderoso que jamás vió ser humano y, sin embargo, no sintió miedo.
Se enjugó el sudor que caía de su frente mezclado con gotas de agua y apresuró más la carrera.
Debía llegar a tiempo, antes que abandonaran la bahía de atraque. El cielo cambió de color a un negro profundo, de boca de lobo, y mientras la tierra temblaba bajo sus pies, el estallido de un trueno provocó el recuerdo de lo ocurrido apenas un año atrás...

-Eres hermosa, como no hay otra igual. - el americano se aproximó a su cabello y aspiró su fragante aroma, mezcla de miel y limón y entrelazó entre sus dedos un mechón negro, fino y suave como la seda...

Lo conoció una tarde calurosa y húmeda de finales de agosto. No era una buena idea pasear bajo el brillante sol de verano, aunque una ligera brisa conseguía de algún modo aliviar aquella atmósfera asfixiante y silenciosa.
Algo la hizo inquietarse, unos pasos lentos, algo tímidos, de los que no podía adivinar su procedencia.
Y de pronto aquella voz tan suave, invadiendo todos sus sentidos, grave como el sonido de un tambor, como el que manejaban en el festival de las flores...
Se puso en guardia y su pulso se aceleró provocando oleadas de calor, haciendo que la tarde de agosto se tornase insoportable y agotadora hasta el límite. Y ya no pudo más, con los nervios a flor de piel se giró con paso lento hasta quedar frente al extraño que la miraba con fijeza.
Sus ojos... sus ojos eran tan intensamente verdes, tanto, que recordó sin poder evitarlo los campos en los que jugaba siendo niña, con sus sonidos, perfumes y sabores. Sus propios ojos se entornaron sin poder sostener por más tiempo aquella mirada que le traspasó el alma como punta de sable y bajó la cabeza, tímida, insegura y asustada por la fuerza de los latidos de su corazón.

- Konichi wa, - dijo el desconocido-, ¿habla usted mi idioma?, repitió creyendo que no lo había escuchado.
Ella levantó la cabeza con gran esfuerzo y respondió:
- Sí..., oh! sí, perdone, yo... lo siento.
- Y qué es lo que siente?- y acompañó con una sonrisa a esa voz que ella ya había hecho suya para siempre.
- Oh!, bueno, pues, no, yo no... le... escuchaba...

Qué estúpida se sintió en aquel instante, torpe e incapaz de pronunciar una sola palabra más. Sólo quería huir, sentía deseos de escapar, desaparecer, echar a correr y no volver la vista atrás hasta alcanzar un lugar seguro fuera del alcance de esa mirada, así que giró sobre sus talones pero fue incapaz de dar ni un solo paso, paralizada por la intuición de que, si huía en ese instante, se arrepentiría el resto de su vida.
Y no se movió de aquel lugar porque no tenía a donde ir, porque ya no tenía más hogar que el que aquellos ojos le ofrecían, no tenía más cobijo que los brazos a los que deseaba correr y no tenía más deber que aquel que le dictaba su corazón.
Y por aquella tarde, por lo que sucedió después, por todo lo que había entregado y por todo lo recibido, por todo ello, ahora corría, desesperada bajo aquel aguacero de mal presagio.

Volvió a tropezar pero se repuso, y como si el destino se aliara con ella, el cielo envió un relámpago de intenso fulgor que iluminó su camino. Atravesó calles, avenidas, podría incluso haber atravesado muros de acero, nada podía detenerla y nada importaba salvo lo que estaba por venir, lo más maravilloso, mitad americano, mitad japonés, mitad oriente y mitad occidente, mitad mío y mitad tuyo, pero un todo único y nuestro...

Por fin alcanzó su objetivo, el barco empezó a alejarse alzándose sobre el mar embravecido. Lo vió en cubierta, gritó su nombre y él le envió unas palabras que el ruído cruel de la tormenta no le permitieron escuchar.
Pero sus ojos, aquellos ojos verdes como el mar que lo alejaban de su vida, eran una promesa, y en el movimiento de sus labios su corazón comprendió lo que sus oídos no podían entender con el sonido atronador de la tormenta:
....Sayonara, ..... volveré......

Kimi yuku ya
Yanagi midori ni
Michi nagashi
Te marchas tú
entre los verdes sauces
qué largo el camino
SAYONARA: Adiós
KONICHI WA: Buenas tardes
Este relato es propiedad de su autora y está protegido

martes, 7 de abril de 2009

SHIKOMI. El verdadero comienzo


Cuando una joven decide dedicar su vida a ser una geisha y vivir como tal, debe pasar varios años estudiando y aprendiendo a dominar los diversos artes relacionados con su oficio, la mayoría de los cuales lo hará siendo una maiko. Pero antes de eso, en cuanto se incorpora a la okiya, pasa por una primera fase en la que se la conoce como Shikomi, etapa que ha quedado en desuso en algunas comunidades pero que sigue existiendo en muchas otras.
A partir de los 16 años pueden solicitar su ingreso en una okiya, contando con la aprobación de los padres, que llegan a un contrato verbal con la okâsan
o dueña llamado kakae y se comprometen a no
tener ningún contacto con la chica durante un tiempo
determinado que suele durar dos meses.
El trabajo de la shikomi consiste fundamentalmente en realizar las tareas de limpieza de la casa, lavar la ropa, ayudar a sus hermanas mayores, geishas y maikos a vestirse para asistir a reuniones y esperarlas para desvestirlas y desmaquillarlas, sea a la hora que sea, la una, las dos, o altas horas de la madrugada. Todo ello combinado con la asistencia a la escuela de geishas y sus estudios. Es una etapa dura, que sirve para que sólo continúen las chicas con verdadera vocación, ya que muchas se desengañan y acaban volviendo a sus casas.
Al cabo de dos meses pueden visitar a su familia, pero apenas tienen tiempo, duermen pocas horas y deben estar siempre disponibles para las hermanas. Están obligadas a aprender el dialecto de Kyoto, originario de la corte imperial, para comunicarse, mucho más suave y menos expresivo que el japonés; deben tomar clases para tocar el shamisen, la flauta, percusión y aprender a bailar el Odori (baile tradicional japonés). Todo ello dura aproximadamente seis meses dependiendo de los conocimientos previos de la joven y es financiado económicamente por la okiya a la que pertenece.
Cuando está suficientemente preparada, debe superar el examen de ingreso en el teatro Kaburenjo, que consiste sobre todo en danza y música.
En cuanto a su vestuario, la shikomi viste a la manera occidental, no suele usar kimono salvo en ocasiones puntuales y en el examen de ingreso. Es libre de utilizar pantalones, camisetas y todo aquello que le resulte cómodo para su trabajo. Igualmente puede prescindir de maquillaje o pintarse al modo occidental y su peinado suele ser una simple cola de caballo o un moño.








Geisha y maikos en la puerta de la okiya. La que cierra es la shikomi.
A la derecha shikomi acompañando a la geisha Kikuno.







miércoles, 1 de abril de 2009

LA FUENTE DE LA SABIDURÍA Y EL RENCOR



Ume no mi mo
Irozuku koro ya
Satsuki ame


Incluso las ciruelas maduran
en épocas
de lluvias primaverales tardías









- ¿Por qué la llaman la fuente de la Sabiduría y el Rencor?- preguntó la aprendiz.
- Porque existen dos clases de personas, las que beben de sus aguas y alcanzan la Sabiduría y aquéllas que poseen un alma oscura y aún probándola, no llegan a alcanzarla jamás, sumergiendo sus corazones en un profundo y desesperado rencor.- respondió el espíritu.
- Y, ¿crees que yo podré alcanzarla algún día?- volvió a preguntar.
- Sólo hay una respuesta hija mía, bebe y lo sabrás.


Se levantó lentamente del banco de piedra y sintió una leve brisa moviendo el kimono al compás de sus pasos cortos, como en etérea danza, dejando entrever sus finos tobillos aún más esbeltos si cabe, por la altura que le proporcionaban sus okobo.
El sol empezaba a ocultarse sobre el horizonte oscureciendo los profundos rincones del jardín. Se acercó a la fuente, bebió de su reflejo inmóvil, conmovida por la belleza reflejada en sus quietas aguas, suspirando por la vejez que, intuía, se avecina deprisa y entonces habló:

- Obâsan, veo lo que el tiempo marchitará algún día sin remisión. No hay vuelta atrás.
El espíritu se transformó en viento y le susurró al oído:
- Ves bien hija mía, pues otros ven únicamente la belleza imperecedera, la que creen existirá eternamente y construyen un mundo a su alrededor que no tiene continuidad. Sólo son sueños de realidad, pero tú, mi tesoro, ves la realidad en tus sueños. Deberás emprender ese camino sin retorno y entonces aprenderás, la Sabiduría penetrará en tí y se abrirá como una flor a la luz del sol.

El viento transformado alzó las hojas caídas de los sauces y las depositó en su regazo haciéndole cosquillas en sus finos y pequeños dedos. Y una de esas hojas alojó al espíritu y éste prosiguió:

- Hija mía, eres afortunada, pues en este comienzo te esperan grandes obstáculos. Debes tener fe y aprender, pues tu belleza se ajará con el tiempo pero te quedará el conocimiento de las cosas que guiará tus pasos hasta el fin de tu viaje. Has encontrado el Principio de todo y la Sabiduría te ha abierto sus puertas. Ver más allá de la simple apariencia es un privilegio que sólo poseen unos pocos.

La hoja de sauce volvió a alzarse y rozó a la mariposa posada en la flor del ciruelo, y abriendo sus alas de intenso color azul
se aproximó a su delicada mano y le dijo:
- Sé fuerte como el sauce y aguanta la embestida del tiempo. Naciste para un fin, tu destino está cerca y una nueva vida te aguarda. Escucha siempre al viento y yo, estaré aquí contigo.




Aproximó su rostro a la fuente y bebió de sus aguas tranquilas. Limpió con el dorso de su blanca mano la gota de agua que empezaba a deslizarse por la comisura de sus labios y la invadió una paz serena.
Fue entonces consciente de que nunca estaría sola y que su porvenir era ahora más claro que el agua que había probado.
Por vez primera tuvo fe en el futuro, en su propio yo madurando como la flor del cerezo para dar paso al fruto. El sonido vibrante de la fuente junto con el brillo del sol atrapado en sus aguas, le devolvieron otra vez su reflejo dorado y azul.
Sintió el frescor al sumergir sus manos de nuevo y mojó su cara sin maquillaje. Las abrió y las miró con detenimiento, cada surco, cada pliegue húmedo y un chidori se acercó mirando tímidamente las palmas extendidas.El viento volvió a susurrar entre los dobleces de su kimono y un leve temblor inundó su alma y su corazón.
Cuando la brisa se calmó, no quedó en ella ni asomo de rencor, ni de odio, ni de envídia. Su vida la sintió en ese momento como un libro en blanco, sin escribir, páginas donde empezar a relatar cuentos e historias de una nueva mujer que escucha, aprende y retiene en su pensamiento retazos de sabiduría única de la tradición de un pueblo legendario.



OBÂSAN : Abuela
OKOBO : Sandalias de suelas muy altas que llevan las maiko
CHIDORI : Chorlito, ave y emblema de la comunidad de Pontochô (Kyoto)

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.